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En San Ramón, una de las comunas más vulnerables de la zona sur de Santiago, que se mantuvo por meses con los índices más altos de contagio por el COVID-19, la secretaria de un gigante holding de la salud, con una vida ligada a la Iglesia, emprendió la hermosa tarea de procurar alimento a cientos de familias y personas afectadas por la pandemia.
La crisis humanitaria generada por la pandemia del COVID-19 trajo de regreso a Chile una práctica generada en la década de los ‘80, cuando en tiempos de extrema pobreza, las mujeres se organizaron para proveer de alimentos a los más necesitados. 40 años después, “las ollas comunes” o “comedores solidarios” se han multiplicado a lo largo del país, convirtiéndose para miles, en la única fuente de alimento.
Marleniz López, coordinadora de la Parroquia San Antonio de Padua de San Ramón, lidera hace más de un año uno de los grandes comedores solidarios del país.
Llegaron a ser nueve los voluntarios trabajando, que se dividieron en dos turnos para cubrir la entrega de lunes a domingo. Generaron nuevas redes y recibieron donaciones desde la Vicaría y otras organizaciones como Cáritas Chile, lo que les permitió entregar hasta 500 raciones diarias en los momentos más críticos de la Pandemia.
Marleniz expresa: “Sentí que la obligación mía era hacer la palabra obra, el Señor habla de que uno tiene que servir de verdad y al ver a tantos hermanos sufriendo, tenía que actuar. Como él dice: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber… durante tres meses, el trabajo diario fue cocinar, preparar las raciones, distribuirlas a personas contagiadas con COVID-19 en sus domicilios, a personas en situación de calle, familias vulnerables. Y al término de cada día teníamos que sanitizar todo para retomar al día siguiente. A la gente le gusta la comida que hacemos porque es casera, es la que cocinamos para nuestras familias y le ponemos mucho cariño. Las donaciones se fueron multiplicando y como tenemos a San Antonio en la casa Pastoral siempre decimos: con Toñito nunca nos falta ayuda”.
La llegada del coronavirus y las medidas sanitarias para combatir su propagación, empeoraron aún más las condiciones de millones de chilenos. Por primera vez en 20 años, el índice de pobreza subió, llegando al 10,8% de la población, equivalente a 2 millones 100 mil personas. Así lo constata la encuesta de Caracterización Socio Económica, CASEN, informada en julio, que da cuenta de un retroceso cercano a los siete años y en donde la extrema pobreza se duplicó.
En Chile, 830.000 personas ganan menos de 150 dólares o 130 euros al mes. Ante este escenario, toda la Iglesia en Chile se ha movilizado, desarrollando diversas campañas y acciones de apoyo. A ello, se suma toda la acción directa y local de ayuda realizada por las diócesis a través de sus equipos de trabajo, agentes pastorales, comunidades y voluntariado, en muchos casos trabajando en red con organizaciones sociales como juntas de vecinos y otras presentes en barrios y territorios.