Pasar el día con una santa de nuestra iglesia es casi un milagro, un sueño inaudito. Es difícil distraerse en esos momentos.
Conocí a la sierva de Dios sor María Romero Meneses en Costa Rica.
Mi mamá fue una de sus primeras misioneritas siendo aun estudiante de secundaria, cuando sor Maria inició su apostolado. Se hicieron grandes amigas y forjaron una amistad que perduró con el paso del tiempo.
Por alguna razón me animé una tarde a acompañar a mi mamá a la Casa de María Auxiliadora en san José. Iba a conversar con su amiga santa, sor María. Y yo la acompañaba por curiosidad.

Me alejé de mi mamá mientras esperaba que sor María saliera por un pasillo en la Casa de la Virgen. Una multitud la esperaba en busca de un buen consejo espiritual.
Quería verla de lejos para grabarla en mi memoria. Una religiosa salesiana caminó hacia mi mamá. Di un paso atrás e incliné mi rostro sobre el suelo. Podría asegurar que sus pies no tocaban el suelo.
Parecía flotar al caminar. Fue un momento insólito que hasta hoy perdura en mi alma.
Sor María predijo sin que muchos lo notaran su cercana muerte y viajó a Nicaragua, sabiendo que nunca regresaría, que iría al encuentro de su amado Jesús y su reina, la Virgen María Auxiliadora.

Encontré dos libros con sus pensamientos espirituales, sus escritos personales.
Al leerlos sentí que estaba cerca de sor María escuchando sus palabras, sus enseñanzas cuando les sugería a las personas que fueran santas, que amaran mucho a Dios y al prójimo, que confiaran en Jesús y se acercaran a la Virgen, María Auxiliadora en busca de su protección maternal.
No he podido soltar los libros.
He pasado el día con Sor Maria Romero, leyendo sus palabras que trascienden el tiempo. Te compartiré algunas. Seguro te harán mucho bien. Léelas con cuidado. Son maravillosas.
Ahora recemos este bella oración de compuesta por sor María.
“Pon tu mano Madre mía, ponla antes que la mía.
Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos.
Corazón Inmaculado de María,
rogad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
María Auxiliadora, triunfe tu poder y tu misericordia.
Líbrame del enemigo malo y de todo mal y escóndeme bajo tu manto”.
