La Europa Moderna trajo consigo importantes cambios en el mundo artesanal que culminarían con la Revolución Industrial del siglo XIX.
Durante aquellos años, a las mujeres no se les permitió llevar a cabo tareas de responsabilidad en las incipientes fábricas y negocios, siendo relegadas a trabajos de segunda. Solamente algunas, por circunstancias, llegaron a tomar las riendas de los negocios familiares demostrando que podían ser tan o más capaces que ellos en dirigirlos.
Eso fue lo que le sucedió a Marie Poussepin, una joven que perdió a sus padres y asumió el papel de cabeza de familia y de los negocios paternos. Y lo hizo con gran visión empresarial.
Pero el destino quiso que Marie tomara otros caminos y terminara fundando una congregación que aún en la actualidad, tres siglos después, continúa siendo vital para muchos hombres y mujeres enfermos y necesitados de medio mundo.
Marie Poussepin había nacido el 14 de octubre de 1653 en la localidad francesa de Dourdan. Su vida iba a ser como la de cualquier otra niña de su tiempo, vivir en un entorno familiar en el que se la prepararía para una vida adulta como esposa y madre.
Su padre, Claudio Poussepin, dirigía una importante fábrica de medias de seda mientras su madre, Julienne Fourrier, además de ayudar en el negocio familiar, se encargaba de llevar una casa repleta de niños.
Aunque la desgracia en casa de los Poussepin no tardó en llegar. Marie, la mayor de siete hermanos, vio morir siendo aún unos niños, a todos ellos menos al pequeño Claude. Algo bastante habitual en aquella época de plagas, epidemias y falta de higiene, aunque no por eso más fácil de sobrellevar.
Marie creció sin embargo rodeada de cariño, recibiendo una educación formal sencilla y una formación religiosa basada en los pilares del catolicismo de la caridad y el amor al prójimo. Unos pilares que no solo aprendió sino que vio como su familia los ponía en práctica día a día.
Mientras que su padre estuvo estrechamente relacionado con las tareas administrativas de la parroquia local, su madre se volcaba en ayudar a los pobres y enfermos además de controlar la gestión de la Cofradía de la Caridad.
Desde pequeña, Marie acompañaba a Julienne en sus visitas a los más necesitados de la localidad, algo que le quedaría grabado en su memoria para siempre.
Marie lloró muy joven la muerte de su madre, lo que además la situó como responsable de las tareas del hogar y de la formación y cuidado de su hermano. En 1683 también fallecía su padre.
Por aquel entonces, Marie ya era una mujer de treinta años que llevaba tiempo llevando la casa de los Poussepin y ayudando a Claudio en el negocio familiar. Ahora le tocaba asumir la plena responsabilidad de los dos ámbitos. Y no solo lo aceptó sin problemas, sino que se dispuso a mejorar la producción de la fábrica de su difunto padre.
Hasta entonces, la elaboración de las medias de seda se había realizado a mano, pero ahora Marie se dispuso a incorporar máquinas y nuevos materiales como la lana. Innovaciones que hicieron que su negocio creciera además de dar a muchos habitantes de la zona un trabajo digno.
Trabajadora incansable, Marie no solo se dedicó a la casa y la fábrica, siempre con la ayuda de su hermano. Nunca se olvidó de la labor asistencial y caritativa que había visto realizar a su madre. Tampoco había dejado de lado su espiritualidad personal, siendo una católica practicante que dedicaba parte de su tiempo a la oración.
En 1696, comunicó a su hermano Claude que le cedía toda la gestión de la fábrica familiar puesto que ella había decidido tomar un camino muy distinto. Se marchó a Sainville, una localidad cercana a Dourdan, donde inició una nueva vida dedicada en exclusiva a la caridad.
Para materializar su obra, acogió a un grupo de muchachas y fundó una nueva comunidad eclesiástica. En poco tiempo, se le habían unido muchas mujeres y había creado diecinueve comunidades nuevas en varias diócesis cercanas. Sus objetivos principales se centraron en la educación de las niñas y en el cuidado de pobres y enfermos.
En 1738, el obispo de Chartres aprobaba la regla de la nueva comunidad que recibiría el nombre de las Hermanas Dominicas de la Presentación.
Marie Poussepin vivió noventa largos años, algo poco habitual en aquellos tiempos de corta esperanza de vida. Años en los que no dejó nunca de trabajar y de dedicar su vida a Dios.
Su ejemplo sirvió para que la comunidad de las Hermanas Dominicas no dejara de expandirse hasta llegar a tener presencia en treinta y seis países de cuatro continentes, América, Asia, África y Europa.
Marie Poussepin fallecía el 24 de enero de 1744. Su memoria y su proyecto vital continúa vivo en la actualidad. Además, el 20 de noviembre de 1994, era beatificada por el Papa Juan Pablo II, quien dijo de ella que se había sentido “llamada a una vida entregada enteramente al servicio de los pobres, de la juventud y de los enfermos”.