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Estoy segura que todos conocéis la famosa fábula de la lechera de Felix María Samaniego. En ella, entre otras cosas, se nos enseña a no obsesionarnos con anhelar e imaginar el futuro. Porque esta actitud, sin darnos cuenta, nos lleva a olvidar lo importante que es vivir y gozar cada detalle del momento presente.
Por desgracia, a causa de la Covid-19, el mundo entero se ha medido con la experiencia de entender que no estamos en este mundo para siempre.
Durante los meses de estricto confinamiento, muchos han deseado transportarse al futuro para nuevamente poder viajar, juntarse con amigos, asistir a todo tipo de eventos, programando su felicidad según un calendario.
Deja de imaginar y experimenta lo real. Innumerables veces, en nuestra vida diaria, vamos distraídos, como si todo fuese obvio y todo estuviera bajo nuestro control. Pero, gracias a un virus, hemos experimentado intensamente que la existencia no se dispone, sino que se recibe.
Quizás esta pandemia nos haya servido a muchos para arrancarnos de la calígine espesa de lo obvio, para despertar y dejar de ser consumidores de cotidianeidad.
Pues ¿quién se sorprende de la realidad cotidiana que se presenta siempre igual? ¿quién se maravilla ante la vida a pesar de un virus que nos ha encerrado en casa, nos ha alejado de un ser querido, o nos ha desprovisto de muchas de nuestras apetencias?
¡Qué distinta sería nuestra vida si siempre viviéramos con el asombro y el agradecimiento con el que un superviviente saborea cada detalle de la existencia!
La realidad, todo lo que es, ha salido a nuestro encuentro de manera vigorosa en el último año. La humanidad entera se ha visto descubierta y dependiente de una misma condición: ¿de dónde viene todo? ¿donde va?.
Por tanto, dejémonos de tanto imaginar y experimentemos lo real. Porque a pesar de los grandes problemas o ingentes dificultades, si estamos llenos de Su presencia, gustaremos cada momento con una irreductible gratitud.
Llega el verano y las ansiadas vacaciones. Tendremos momento de descanso y de distensión. Quizás necesitemos dejar de imaginar las vacaciones perfectas, con las fotos perfectas y las condiciones perfectas, es decir, todo aquello en lo que hemos intentado amarrar nuestra existencia.
Para pasar a rasgar el velo de nuestras proyecciones y dar un paso firme hacia la patria de “Aquí estas”. Solo así, en cada momento gratuito, podremos de verdad experimentar lo real y vislumbrar el Misterio.
Este verano deja de imaginar y experimenta lo real. Enamórate de todo lo que se te está regalando en cada momento. Aprovecha este verano para asombrarte delante del cielo, el mar, la tierra, tu familia, tu casa, tus amigos, conmuevete. Ponte en marcha. El mundo, lo real, continuamente nos provoca. Nos impulsa a buscar otra cosa. Es como si el encuentro con lo real nos hiciese presentir un significado. ¿de dónde viene todo? ¿dónde va?.
Deja de imaginar y experimenta lo real. Busca en tu realidad algo más allá de lo que ves. ¡Muévete! El Señor es nuestro compañero de viaje en todas las circunstancias de nuestra vida. Quizás pienses que eres uno entre millones de personas. Pero eres Su “uno”.
Decía San José María: “Dejaos, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera ¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!…
Y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor: mirad mis manos y mis pies, dijo Jesús resucitado: soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo” (Lc 24, 39).