Iba a celebrar una Misa por los 15 años de una jovencita en la comunidad de Pajaritos de Tepehuanes, en el Estado de Durango. No llegó a su destino
El “fuego cruzado” entre dos cárteles de la droga acabó con la vida de un misionero franciscano. Ya está noticia se ha vuelto usual en México: que personas que tienen una tarea de paz sean víctimas de la guerra brutal que sostienen los delincuentes por ganar espacios para producir, transportar y vender droga.
La víctima fue el fraile franciscano Juan Antonio Orozco Alvarado, de apenas 33 años de edad. Fue el sábado 12 de junio, al medio día. Iba a celebrar una Misa por los 15 años de una jovencita en la comunidad de Pajaritos de Tepehuanes, en el Estado de Durango. No llegó a su destino. En una parte de la sierra donde se encuentra el vértice del narcotráfico (entre Nayarit, Durango y Zacatecas) fue alcanzado por una “bala perdida”.
El joven fraile prestaba su servicio misionero en la Misión Franciscana de Santa Lucía de la Sierra, situada en Valparaíso, en el Estado central de Zacatecas. Esta Misión es parte de la Prelatura del Nayar, territorio de evangelización que, por lo intrincado del terreno, en muchas partes es “tierra de nadie”. O más bien, de los narcotraficantes que en cualquier momento se enfrentan a balazos sin importar quién esté en medio.
“El padre Juanito”, como los conocían los fieles de Santa Lucía de la Sierra, apenas llevaba seis meses de haber llegado a su nueva misión. Originario de Monclova (Coahuila) era un muchacho alegre. Desde pequeño estuvo cerca de la Iglesia. Su parroquia marcó su destino. En Monclova era la parroquia de San Francisco de Asís.
Luego estuvo en la Casa San Agustín de Guadalajara (Jalisco); hizo el noviciado en el Convento Franciscano de Guadalupe, Zacatecas, donde estudió filosofía por tres años.
Posteriormente se trasladó a la Basílica de Zapopan donde estudió por cuatro años Teología y un año de formación pastoral.
Según testimonios recogidos por el periódico El Sol de Zacatecas, al llegar a la comunidad de Santa Lucía de la Sierra, “de inmediato mostró un gran compromiso con sus habitantes, ganándose su respeto y cariño, incluso, cuando ocurrió el incendio en la zona boscosa de la comunidad, organizó a voluntarios para abatir el fuego, organizó un centro de acopio de víveres para los voluntarios y gestionó apoyos, además acudió al lugar donde estaba el fuego para ayudar a combatirlo y mantenía informada a la comunidad sobre las acciones para abatir el incendio”.
Era un misionero entregado en una zona donde la violencia es la moneda de cambio. Tenía a su cargo varias capillas en territorio dominado por la lucha entre los cárteles llamados Jalisco Nueva Generación y el de Sinaloa. La Conferencia del Episcopado Mexicano emitió un comunicado en el que informaba sobre la muerte del joven sacerdote, destacando que “fue privado de la vida víctima de la violencia que se vive en nuestro país”.
Una violencia que parece no tener límites. En efecto, la violencia homicida en México no cede. En los primeros cuatro meses de este año 11, 595 personas perdieron la vida víctimas de un homicidio doloso o un feminicidio. Se trata, en promedio, de casi 97 hombres y mujeres asesinados todos los días en el país.
Según el portal VC Noticias compañeros y fieles católicos expresaron también su dolor por la pérdida del joven religioso: "Gracias Fray Juan por tu vida, tu alegría, tu entusiasmo; por la música que llevabas dentro y que expresabas tan bien con tu voz y con el piano. Estoy seguro que cielo te recibe con un extraordinario coro de ángeles”, escribió su hermano franciscano fray Gil Noriega”.
Junto a este comentario, otros usuarios demandan una acción extraordinaria en contra de las víctimas silenciosas de la violencia en México: "Tu muerte se hace solidaria con tantos y tantas que son víctimas a diario de la violencia que provoca el crimen organizado en tierras mexicanas y en tantos otros países".