El papa Francisco celebró la solemnidad del Corpus Christi en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro este domingo, 7 de junio: “Es la sed de Dios la que nos lleva al altar. Si nos falta la sed, nuestras celebraciones se volverán áridas”.
En su homilía, el Papa lamentó que la Iglesia sea considerada casi como un club con membresía para “perfectos y puros”, y, por el contrario, aludiendo al mandato de la institución de la Eucaristía (memorial del sacrificio de Jesús por la humanidad), invitó a que sea un espacio para “acoger a todos”, especialmente a aquellos con “sed de Dios” y tienen “el corazón herido”.
El Papa había dicho en pasado que la Eucaristía no es un premio. Ahora insistió en que “Dios se hace pequeño como un pedazo de pan y justamente por eso es necesario un corazón grande para poder reconocerlo, adorarlo, y acogerlo”.
“También la Iglesia debe ser una sala amplia. No un círculo pequeño y cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos de par en par, acogedora con todos”.
El Obispo de Roma vestido con paramentos blancos dijo: “Preguntémonos: cuando se acerca alguien que está herido, que se ha equivocado, que tiene un recorrido de vida distinto, ¿la Iglesia, esta Iglesia, es una sala amplia para acogerlo y conducirlo a la alegría del encuentro con Cristo? La Eucaristía quiere alimentar al que está cansado y hambriento en el camino, ¡no lo olvidemos!
La Iglesia de los perfectos y de los puros es una habitación en la que no hay lugar para nadie; la Iglesia de las puertas abiertas, que festeja en torno a Cristo es, en cambio, una sala grande donde todos ―todos, justos y pecadores― pueden entrar”, afirmó.
El Papa celebró la solemnidad en honor del Santísimo Sacramento. Por ello, sostuvo: “La presencia de Dios es tan humilde, escondida, en ocasiones invisible, que para ser reconocida necesita de un corazón preparado, despierto y acogedor”.
“En cambio, - agregó - si nuestro corazón, en lugar de ser una habitación amplia, se parece a un depósito donde conservamos con añoranza las cosas pasadas; si se asemeja a un desván donde hemos dejado desde hace tiempo nuestro entusiasmo y nuestros sueños;si se parece a una sala angosta, y a una sala oscura porque vivimos sólo de nosotros mismos, de nuestros problemas y de nuestras amarguras, entonces será imposible reconocer esta silenciosa y humilde presencia de Dios. Se requiere una sala amplia”.
Francisco subrayó que “se necesita ensanchar el corazón”.“Se precisa salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del estupor y la adoración. Y esto nos hace mucha falta. Esto nos falta en muchos movimientos que nosotros hacemos para encontrarnos, reunirnos, pensar juntos la pastoral… Pero si nos falta esto, si falta el estupor y la adoración, no hay camino que nos lleve al Señor. Tampoco habrá sínodo, nada. Esta es la actitud ante la Eucaristía, esto necesitamos: adoración”.
El Papa dedicó su predicación a la necesidad de amar como amó Jesús; sin excluir a nadie o siendo el arquetipo de dedicar la propia vida a hacer cosas con significado para construir “un mundo más humano” y no seguir el camino del mal que guía a aquellos que hacen lo que más conviene.
En esta línea, presentó la imagen de Jesús que parte el pan. “Es el gesto eucarístico por excelencia”, para hacernos “renacer a una vida nueva”.
Todo cambia, hasta ese momento “se inmolaban corderos y se ofrecían en sacrificio a Dios, ahora es Jesús el que se hace cordero y se inmola para darnos la vida”.
“En la Eucaristía contemplamos y adoramos al Dios del amor. Es el Señor, que no quebranta a nadie sino que se parte a sí mismo. Es el Señor, que no exige sacrificios sino que se sacrifica él mismo. Es el Señor, que no pide nada sino que entrega todo.
Para celebrar y vivir la Eucaristía, también nosotros estamos llamados a vivir este amor. Porque no puedes partir el Pan del domingo si tu corazón está cerrado a los hermanos. No puedes comer de este Pan si no compartes los sufrimientos del que está pasando necesidad.
Al final de todo, incluso de nuestras solemnes liturgias eucarísticas, sólo quedará el amor. Y ya desde ahora nuestras Eucaristías transforman el mundo en la medida en que nosotros nos dejamos transformar y nos convertimos en pan partido para los demás”.
Por último, el Pontífice preguntó: “ ¿dónde “preparar la cena del Señor” también hoy? Cuando aún hay restricciones debido a la pandemia.
Y así invitó a “salir con entusiasmo llevando a Cristo a aquellos que encontramos en la vida de cada día. Nos convertimos así en una Iglesia con el cántaro en la mano, que despierta la sed y lleva el agua”.
El Papa instó a “abrir de par en par el corazón en el amor, para ser nosotros la habitación amplia y acogedora donde todos puedan entrar y encontrar al Señor”.
“Desgastemos nuestra vida en la compasión y la solidaridad, para que el mundo vea por medio nuestro la grandeza del amor de Dios”, concluyó.
En los años pasados, el Papa había celebrado la solemnidad con una procesión por las calles de Roma y también en los barrios de la periferia romana, pero este año, por segunda vez, ha tenido que hacerse en el Vaticano a causa de la pandemia.