Durante el lunes y el martes de esta semana, cerca de 8.000 migrantes alcanzaron la costa de Ceuta, un enclave español en África. Era una cifra muy superior a las que ha venido registrando aquella ciudad -habituada al intento de paso de personas africanas hacia Europa- desde hace décadas. Una auténtica avalancha para una ciudad de 85.000 habitantes, con una densidad de población ya de por sí alta.
Los migrantes aprovecharon los días de mar en calma y, muchos de ellos jóvenes y niños, se lanzaron a la mar y llegaron en cayuco o nadando. Al tocar suelo español, los que hicieron la travesía a nado llegaban agotados.
Entre esa marea humana, el fotoperiodista Bernat Armangué, de Associated Press, captó la imagen del drama: una joven voluntaria de Cruz Roja abrazaba a un migrante.
A partir de la fotografía, el relato creció en todas direcciones. Si dicen los teóricos de la información que en las redes sociales aflora lo mejor y lo peor del ser humano, esta foto es un claro ejemplo de ello.
Pronto Twitter se llenó de insultos a la voluntaria y al muchacho, de ataques racistas y machistas, y de una colección de ideas que van desde la superficialidad hasta el odio más sádico.
Los ultras han encontrado en ella una palanca.
Hubo quien tuvo la conexión neuronal ávida para ver en ese joven africano un intento de aprovecharse sexualmente de la chica.
¿Estábamos hablando de un chico que acababa de llegar a nado a la costa con lo puesto y decimos que pretendía sobar a la muchacha?
Parece que sí, porque desgraciadamente hay quien para tuitear tiene el dedo más rápido que la conciencia.
"Vuélvete a tu país", "Llévatelos a tu casa", "Europa no es una ONG", "Tiene buena boca"... Creo que no hace falta seguir para que el lector se haga una idea de lo que se ha dicho sobre la voluntaria y el migrante.
¿Qué hacer cuando ves que las redes sociales se encienden en odio rápido y en desprecio, en hostilidad hacia el extranjero, en racismo? También este caso nos da la solución al problema: la clave estuvo en in-for-mar.
Los medios enseguida informaron de que aquel muchacho se desplumaba en los brazos de la voluntaria porque estaba cansado y lloraba.
Y lloraba porque a escasos metros de él dos agentes trataban de reanimar a un compañero suyo que había llegado peor a la costa. Aquel otro estaba entre la vida y la muerte.
Así que ahora ya sabíamos mejor a qué venía el abrazo de la voluntaria.
Luego supimos que la voluntaria se llama Luna. Y se produjo en las redes sociales una respuesta masiva de apoyo y agradecimiento hacia ella por lo que había hecho con el migrante.
Segunda lección: la gente "normal" no suele pronunciarse en las redes si no le pinchas.
Los "haters", los mensajes cargados de mala sangre hicieron que muchos dieran un respingo en la silla y tuitearan lo que hoy ya es un hashtag: #graciasluna.
Gracias a Luna y a tantos voluntarios por su tarea de acogida, por su trabajo de ayuda en el mal momento.
Este no es un artículo político. Aunque tengo mis ideas sobre la cuestión inmigratoria en Europa, no se trata de eso. Se trata de humanidad.
A los católicos, esa palabra nos resuena todavía más fuerte en nuestro interior, porque es el mismo Cristo el que nos mueve a actuar como Él. Y eso no es ser buenista, es ser persona. Por encima de ideas políticas y banderas.
Han transcurrido muchas horas ya desde la fotografía de Luna y el joven migrante, y ha sido tanto el odio que esta voluntaria de la Cruz Roja ha sufrido, que ha pasado a privado su perfil en las redes. "Descubrieron que mi novio era negro y no pararon de lanzar insultos y cosas horribles", explicó.
Luna es una chica de Móstoles (Madrid), tiene 20 años y estudia Integración Social.
Yo si fuera su evaluador en el curso, le pondría una Matrícula de Honor, porque ha mostrado que sabe de qué va su profesión y que está preparada para trabajar en primera línea donde se la necesite.
Otros no podemos estar allí en ese momento dando el callo físicamente, y por eso escribimos #graciasluna para que se sepa que valoramos su gesto.
Tercera lección: las palabras las generan las ideas. Ahora ya vemos cómo se las gastan el racismo y la superficialidad.
¿Por qué no intervenir más en el discurso público quienes como cristianos vemos sucesos como la fotografía de Luna?
Uno no debe estar callado cuando el silencio facilita el camino al odio. Somos sembradores de paz y hay que reaccionar, cada uno desde donde esté y con las herramientas de que disponga, sean muchas o pocas.
Cuarta lección: un suceso como este no puede quedar en polémica en las redes sociales y punto.
Antes de que el foco de la noticia se desplace a otro lugar del mapa y olvidemos a Luna, hay que hablar en serio de la migración, de las personas y de los países. Y en eso el papa Francisco nos lleva la delantera. Toca escucharle más -y aplicarse lo que dice- si queremos que el problema de fondo se solucione.