Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Me sorprende cuando veo a personas que se engañan pensando que es amor lo que viven, cuando a mí me parece que no lo es.
Soportan la violencia silenciosa, aceptan los gritos como algo normal y asumen el maltrato como presión sicológica de quien dice amarlas.
No se rebelan en ningún momento. Quizás porque piensan que van a cambiar el corazón de quien en ese momento parece no amar bien. O porque creen que aquel que no sabe amar va a aprender con el tiempo.
O tal vez entienden sus heridas del pasado, aceptan su miseria y aman su debilidad. O a lo mejor aguantan porque no tienen dónde ir si huyen, si emprenden una vida diferente.
No es amor todo lo que se engloba bajo ese nombre. La falta de respeto nunca es amor. Ni el insulto, ni el agravio.
Me impresiona cuando miro mi corazón lleno de ira y simplemente digo que soy así, que no puedo evitarlo, que reacciono por mis heridas del pasado. ¿Acaso no puedo cambiar?
El verdadero amor no levanta la voz, no se altera, no denigra a quien dice amar, no insulta, no expone en público sus debilidades, no condena, no ridiculiza.
El verdadero amor es dulce y tierno. Comprensivo y misericordioso. Es enaltecedor y veraz. Cauto y silencioso. Es un amor que construye, nunca destruye.
Es un amor que ve lo bueno en el corazón amado y no se fija sólo en lo malo. No expone los defectos de la persona amada en público, no se ríe delante de otros.
El amor sano cuida el pudor como lo más sagrado, protege la inocencia de aquel a quien ama, guarda sus secretos como el mayor tesoro y venera lo sagrado que descubre en el alma amada.
Si no soy amado de esta forma, es mejor no ser amado. Y si yo no amo de esa manera, mejor aprender a amar antes de seguir haciendo daño a quien me ama.
No es fácil aprender a amar, porque aprendo de niño. Escucho una forma de expresar el cariño, me acostumbro a unas caricias determinadas, me apropio de un lenguaje y de unas formas que heredo de forma inconsciente.
Y amo tal como he sido amado o no amado en mi familia. Mis heridas me enseñan el camino del odio o del amor.
Por eso no es tan fácil comprender que puedo ser amado de una forma diferente a la que he vivido siempre, desde niño.
Si me acostumbro a los gritos y a la ira en mi hogar es posible que repita los moldes aprendidos.
Si veo cómo mis padres se tratan sin respeto, con agresiones, sin cuidado, es fácil que yo acabe repitiendo lo mismo incluso aunque me haya prometido no hacerlo.
Expresar el amor bien y que me entiendan es un don que necesito. Adaptarme a la forma de amar del que me ama, es el camino.
Aprender nuevas formas de amor nunca vividas es mi senda de salvación. Puedo hacerlo, puedo lograrlo.
Lo que no puedo es acostumbrarme a una vida a medias sin hacer nada por cambiarla.
Si me domina la ira y no sé controlarme, no puedo conformarme diciendo que soy así.
Si necesito la ayuda de alguien la pediré. No me conformaré con lo que vivo. Si no sé amar de la forma correcta, pediré que me enseñen.
Si no me tratan de una forma libre, enaltecedora, tomaré medidas para que eso cambie.
No me conformaré con la mediocridad en mi vida, cuando puedo aspirar a vivir un amor santo y hondo.
No viviré sometido, cuando estoy hecho para la verdad y la libertad. No viviré con miedo, cuando el amor tiene que sacar lo mejor de mí.
No dejaré de ser quien soy por miedo al rechazo y a no ser aceptado. No viviré escondiéndome por miedo a que me hagan daño.
El verdadero amor al que aspiro es el de Jesucristo. Es el que me tiene a mí y tuvo a los hombres cuando vivió entre ellos.
Un amor que protege al débil, sostiene al que se cae, levanta al caído. Un amor que alaba y admira. Que perdona y confía.
Un amor que no se detiene nunca ante los problemas, sino que lucha por enfrentarlos y encontrar una salida.
El amor con el que sueño es el que lleva en su interior la semilla de la eternidad. Un amor que se renueva cada mañana porque ha nacido para durar siempre.
Creo en ese amor que libera. En ese amor que se sacrifica buscando el bien de la persona amada.
Sabe renunciar a los planes y proyectos propios por amor. Se pone en un segundo plano cuando es necesario.
No se deja llevar por el orgullo, prefiere cuidar lo que tiene antes que arriesgarse a perderlo por querer tener razón.
El amor en el que creo no discute por orgullo sino tratando de llegar a la verdad, pero sin herir, sin querer vencer ni imponer su verdad.
El amor que quiero vivir se nutre de la misericordia y anhela en su interior ser incondicional.
No ama con la condición de que el amado cambie. Ama deseando que su amor logre cambiarlo sacando lo mejor de su interior.
El amor que deseo es un amor noble, que no fuerza ni obliga. Un amor humilde que espera siempre con respeto a que se abra la puerta del corazón amado. No exige, sólo aguarda.
El amor que sueño es un amor fiel que cuida los detalles y la ternura. El cariño y las caricias. Es creativo y busca siempre nuevas metas que perseguir, se reinventa.
El amor que Dios sueña para mi vida se parece al suyo. Él mismo me ama de esa forma aunque a veces no lo vea.
Respeta todos mis pasos y me ama cada vez que me alejo. Aguarda mi regreso y me busca cuando me pierdo.
Le pido a Dios que me enseñe los caminos del amor. Porque yo también deseo, bien lo sé, lo que todos desean: amar y ser amado.
Amar como Dios me ama, mejor de lo que yo con mi torpeza puedo amarlo a Él.