Una sentencia de Tertuliano (155-220 D.C.) puede ser un revulsivo para Guatemala y América Central en su conjunto: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.
El contexto en que Tertuliano pronunció esta frase –el contexto de las persecuciones de los primeros siglos del cristianismo—es muy diferente al contexto actual que priva en países como Guatemala.
No se puede hablar de una persecución directa del cristianismo, pero sí es posible vislumbrar en testimonios como el de los nuevos beatos mártires guatemaltecos el odio a la fe y la capacidad profética de los cristianos para denunciar los excesos del poder.
Y ello puede desembocar en un nuevo amanecer para naciones evangelizadas pero, también, profundamente golpeadas por la pobreza, la violencia y las modernas formas de esclavitud.
El pasado viernes 23 de abril, en Santa Cruz del Quiché, Guatemala, fueron beatificados diez mártires, siete laicos y tres sacerdotes de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús.
Conocidos popularmente como “los mártires del Quiché” que fueron asesinados entre 1980 y 1991, encabezados por el sacerdote José María Gran Cirera, tuvieron un papel relevante en la defensa de los pobres y de los indígenas.
Además del padre José María, fueron beatificados el padre Faustino Villanueva y el padre Juan Alonso. Y los laicos: Domingo del Barrio Batz, Tomás Ramírez Caba, Nicolás Castro, Reyes Us Hernández, Rosalío Benito, Miguel Tiu Imul y Juan Barrera un niño de apenas doce años de edad.
El Papa Francisco fue muy claro al decir de los nuevos beatos –durante el rezo del Regina Caeli del pasado domingo 25 de abril-- que, animados por la fe en Cristo, “fueron heroicos testigos de justicia y de amor”.
La beatificación, llevada a cabo al aire libre, en las instalaciones de un colegio, representa para los guatemaltecos y los centroamericanos (para la Iglesia en general) un ejemplo que nos debe hacer "más generosos y valientes en el vivir el Evangelio”, según lo dicho por el Papa Francisco.
Rosolino Bianchetti, Obispo de la Diócesis de Quiché, dijo a Vatican News: “Nuestros mártires fueron realmente misioneros en salida. Iban de casa en casa, manteniendo viva la fe, orando con sus hermanos, evangelizando, suplicando al Dios de la vida”.
Y agregó: “Fueron hombres de mucha fe, de mucha confianza en Dios, pero al mismo tiempo de mucha entrega para que se diera un cambio, una Guatemala distinta (…) pues conjugaron "el compromiso de hacer que en sus comunidades se viviera de acuerdo al proyecto de Dios".
El padre José María Gran Cirera fue enviado a Guatemala en 1975, donde trabajó con los pobres y los indígenas. Fue asesinado el 4 de junio de 1980 junto con el sacristán y catequista Domingo del Barrio Batz cuando regresaban de una visita pastoral.
Además del padre Gran Cirera, y de los siete laicos fueron asesinados el padre Faustino Villanueva Villanueva quien fuera enviado en 1959 a Guatemala, donde desempeñó responsabilidades pastorales en varias parroquias de la diócesis de Quiché. Fue asesinado el 10 de julio de 1980.
También el padre Juan Alonso Fernández fue enviado a Guatemala en 1960, el mismo año de su ordenación. De 1963 a 1965 fue misionero en Indonesia. A su regreso a Guatemala, fundó la parroquia de Santa María Regina en Lancetillo. Fue torturado y asesinado el 15 de febrero de 1981.
La guerra civil de Guatemala finalizó el 29 de diciembre de 1996, con la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera entre el Gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, poniendo fin a una guerra que duró más de 36 años.
El saldo al final de la guerra fue de doscientos mil muertos, cuarenta y cinco mil desaparecidos y cerca de cien mil desplazados. Con la beatificación de estos diez mártires, la región del Quiché, Guatemala y Centroamérica ven sembrada, profundamente, la semilla de la fe.