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La advocación a la Virgen de los Remedios es bastante antigua. Sus primeras referencias son del siglo XIII.
Está relacionada con la Orden de los Trinitarios fundada por san Juan de Mata y san Felix de Valois en el 1198.
La orden tenía como objetivo liberar a los prisioneros de guerra encarcelados por los musulmanes.
Juan de Mata experimentó la intercesión de la Virgen con la ayuda de obras de caridad, para la redención de los cautivos.
La difusión del culto a la Virgen de los Remedios rápidamente se extendió, gracias al apostolado de los trinitarios, por Francia, España e Italia, países mayormente invadidos por los musulmanes.
Pasaron los años y la devoción a la Virgen de los Remedios traspasó océanos y continentes, y tomó características propias de los lugares, enriqueciéndose aún más con las tradiciones y el amor de los fieles a nuestra Santa Madre.
En Oristán (Cerdeña- Italia), la Virgen de los Remedios tiene una basílica en su honor, y su obispo, Roberto Carboni, preocupado por el mal que aqueja al mundo por la pandemia, solicitó auxilio a la Virgen con esta sentida oración:
Oh María del Remedio,
Madre nuestra,
escucha la súplica
que te presentamos
en estos tiempos difíciles.
Estamos perdidos y angustiados
preocupados por este futuro incierto,
tristes por tantos enfermos,
por los muertos que enterramos apresuradamente,
por la vida diaria,
ralentizada y alterada
incluso hasta en celebrar nuestra fe.
Repite una vez más a tu Hijo Jesús que
"No tenemos más vino",
no tenemos salud,
luchamos por tener esperanza,
nuestra fragilidad nos desconcierta
frente al enemigo invisible.
Tú, que eres el Remedio para todos los males,
y dispensas generosa
la misericordia de tu Hijo,
ayuda y consuela,
anima y alienta,
sostenednos en el camino
especialmente cuando estamos con los pies cansados
y tenemos la tentación de tambalearnos y caer.
Danos fuerza, oh Madre,
para vencer el mal
de nuestro egoísmo, del desinterés, de la indiferencia.
Haznos hermanos de todos y atentos a toda pobreza.
Tu mano, oh María del Remedio
nos cure de todo mal,
y nos sostenga en la fe.
Permítenos poder alabarte y agradecerte
con corazón libre y voz plena.
Amén
Mons. Roberto Carboni