La sede de una institución normalmente se refiere a un lugar específico. Y, sin embargo, curiosamente, la Santa Sede no se refiere exactamente a un territorio. Según el Derecho Canónico, designa en primer lugar la personalidad moral del Romano Pontífice; luego el de la Secretaría de Estado y de las demás instituciones de la Curia Romana.
Por tanto, la Iglesia Católica es la única institución religiosa que posee un verdadero estatuto de derecho internacional. Una excepción legal en toda regla, que explica su presencia en el mundo y su protagonismo histórico.
Desde el Renacimiento en adelante, mucho antes de la creación del enclave vaticano, la Iglesia Católica, como la mayoría de los países, ha tenido relaciones con el resto del planeta; su diplomacia es ampliamente reconocida como una de las mejores del mundo.
Con este matiz: su diplomacia no persigue exactamente el mismo objetivo que la de otros países. Así lo explica Joël-Benoît d'Onorio, autor de Le Pape et le gouvernement de l'Église, para quien la Santa Sede es "la único caso de un sujeto de derecho internacional que persiga fines específicamente religiosos y morales".
Por eso, dentro de los organismos internacionales en los que está representada, sus diplomáticos tienen la noble misión de promover la paz y proteger a los más vulnerables. Su poderoso papel como mediador, incluso en casos obvios como el de la "crisis de Cuba", es ampliamente reconocido.
A lo largo de la historia la Iglesia católica ha producido una concreción histórico-política, los Estados Pontificios, que los pontífices – como todos los monarcas – intentaron extender.
Sin embargo, el poder de la Santa Sede existía mucho más allá de una circunscripción geográfica. Quedó muy claro durante la crisis de 1870, provocada por la toma de Roma por los bersaglieri de Víctor Manuel II de Saboya, y por el fin del Estado Pontificio.
Al ser apátridas, a algunos teóricos les hubiera gustado excluir a la Santa Sede de las relaciones internacionales. Sin embargo, durante este período de crisis (durante el período en el que el Papa se consideró prisionero en su propia casa), la Sede Apostólica defendió con éxito la posición de la Iglesia como societas iuridice perfecta; por lo tanto, titular de una soberanía inherente a su propia naturaleza.
Así lo atestiguan las relaciones diplomáticas mantenidas por el pontífice en todo el mundo; las mediaciones internacionales realizadas o los acuerdos firmados entre 1870 y 1929.
La Santa Sede nunca ha dejado de ser un gobierno, aunque ya había dejado de ser un estado. Por tanto, no debe confundirse con la institución del Estado de la Ciudad del Vaticano, cuya creación es mucho más reciente.
Tras más de 50 años de negociaciones, el 11 de febrero de 1929 el Papa Pío XI firmó los Pactos de Letrán. Estos permitieron la creación del pequeño enclave sobre el que reina el Romano Pontífice como monarca absoluto.
Por tanto, el término "Vaticano" se refiere a la Ciudad-Estado que encierra la Basílica Vaticana y el Palacio Apostólico.
Su pequeñez no le impide poseer una serie de signos de soberanía: una emisora, una radio y una gendarmería. También tiene su propio código penal, su propia bandera, acuña su propia moneda y emite sus propios sellos.
Como monarca, el Papa tiene plenos poderes ejecutivo, legislativo y judicial, pero estos poderes son ejercidos en su nombre por diferentes organismos.
Los Pactos de Letrán también establecen un Concordato entre el Vaticano e Italia: obliga al Estado italiano en particular a reconocer al Papa como la cabeza temporal del Vaticano. Asimismo, el nuevo estado se comprometió a no interferir en la política italiana.
A diferencia de la Santa Sede, cuyos lazos diplomáticos no dejan de extenderse, el estado más pequeño del mundo ve sus relaciones limitadas principalmente al vecino italiano que lo encierra.
Desde que fue territorio-prisión del Papa en 1870, la Ciudad del Vaticano – cuya independencia y neutralidad fueron consagradas por los pactos de 1929 – se ha convertido en un estado de apoyo a la Santa Sede. Su finalidad es garantizar su libertad e independencia en el gobierno.
Si este Estado desapareciera algún día, la Iglesia y la Santa Sede no dejarían de existir ni de formar un sujeto soberano de derecho internacional.