La palabra "plenitud" llama la atención, gusta y atrae. La identificamos con el logro personal: la plenitud de una carrera artística, decimos, por ejemplo.
Es un modo de hablar del estado de alguien que ha alcanzado lo que se proponía: "Una vida lograda", como titula el filósofo contemporáneo Alejandro Llano un libro que habla precisamente de ello.
La plenitud, como señala este mismo autor, se consigue a base de hacer de nuestra propia vida una tarea de mejora.
Y en esa tarea, nosotros decidimos quién estamos dispuestos a que nos ayude.
Al final, la plenitud que se logrará será distinta según nos hayamos empeñado en un objetivo u otro.
Así que es importantísimo que pensemos cuál es el tipo de plenitud que deseo para mi vida, ahora que me lo planteo.
Para ello, vamos a una mente experta: nada menos que san Alberto Magno, una de las cabezas más brillantes de la Historia de la Iglesia, inteligente y bueno a la vez. Se formó y dio clases en la Universidad de París y fue profesor de santo Tomás de Aquino, el gran filósofo y teólogo.
Las explicaciones de san Alberto Magno son a veces tan sencillas que sorprenden: lo dice todo en pocas líneas.
Pues hablando de la plenitud del ser humano, plantea un esquema muy sencillo.
Explica san Alberto Magno que existen tres tipos de plenitud: "la plenitud del vaso, que retiene y no da; la del canal, que da y no retiene, y la de la fuente, que crea, retiene y da".
Así son los tres tipos de personas con los que yo me puedo encontrar en la vida.
"¡Qué tremenda verdad!", exclama el padre José Luis Martín Descalzo al comentar esta reflexión de san Alberto.
1Personas-vaso.
"Efectivamente, yo he conocido muchos hombres-vaso. Son gentes que se dedican a almacenar virtudes o ciencia, que lo leen todo, coleccionan títulos, saben cuanto puede saberse, pero creen terminada su tarea cuando han concluido su almacenamiento: ni reparten sabiduría ni alegría.
Tienen, pero no comparten. Retienen, pero no dan. Son magníficos, pero magníficamente estériles. Son simples servidores de su egoísmo."
Qué desgracia ser, al final de nuestros días, una persona-vaso, que hemos acumulado talentos y saberes, pero no hemos sido capaces de darlo a los demás. Ser persona-vaso es llevarse el secreto de una receta a la tumba, es ser codicioso.
2Personas-canal.
Un segundo tipo de plenitud es la del canal, la del río.
"También -dice el padre Martín Descalzo- he conocido hombres-canal: es la gente que se desgasta en palabras, que se pasa la vida haciendo y haciendo cosas, que nunca rumia lo que sabe, que cuanto le entra de vital por los oídos se le va por la boca sin dejar pozo adentro. Padecen la neurosis de la acción, tienen que hacer muchas cosas y todas de prisa, creen estar sirviendo a los demás pero su servicio es, a veces, un modo de calmar sus picores del alma. Hombre-canal son muchos periodistas, algunos apóstoles, sacerdotes o seglares. Dan y no retienen. Y, después de dar, se sienten vacíos."
La reflexión nos viene bien para un mundo que empuja a la acción y muy poco a la reflexión. Y sin reflexión, es imposible que haya vida interior.
Ser instrumentos que conducen el agua es positivo, pero habrá que cuidar que no se seque el manantial si queremos ser eficaces a largo plazo. Hay que evitar la superficialidad, el activismo, la vanidad del reconocimiento que los otros hacen de nuestras acciones.
Internet y las redes sociales nos llevan a estar volcados hacia lo exterior, y quizá la plenitud se logra en acciones que dan mucha apariencia pero, por lo general, poco poso.
3Personas-fuente.
Y san Alberto Magno deja para el final un tercer tipo de plenitud, que nos va a aportar lo que nos falta.
Es la plenitud de la fuente.
"Qué difícil, en cambio, encontrar hombres-fuente, personas -dice Martín Descalzo- que dan de lo que han hecho sustancia de su alma, que reparten como las llamas, encendiendo la del vecino sin disminuir la propia, porque recrean todo lo que viven y reparten todo cuanto han recreado. Dan sin vaciarse, riegan sin decrecer, ofrecen su agua sin quedarse secos."
"Cristo -pienso- debió ser así. El era la fuente que brota inextinguible, el agua que calma la sed para la vida eterna. Nosotros -¡ah!- tal vez ya haríamos bastante con ser uno de esos hilillos que bajan chorreando desde lo alto de la gran montaña de la vida."
La plenitud de la persona-fuente es la digna de admirar, por la que vale la pena luchar y mejorar a diario.
Ser persona-fuente es un gran reto que podemos proponernos, siempre que lo que demos sea amor en sus múltiples formas.
"Nadie da lo que no tiene", dice el Evangelio, y esa es la tarea: pedir y dejar que Dios nos dé ese contenido que nos llene y que haga posible que demos a otros sin vaciarnos.
Además, ocurrirá que cuanto más le pidamos y demos, más aumentaremos la capacidad de nuestra alma para contener y dar amor.