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¿Hay soluciones realistas para garantizar la igualdad de oportunidades?

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Ignasi de Bofarull - publicado el 06/04/21
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La pobreza se hereda, la aceleración familiar, laboral, digital e incluso escolar no da tregua, pero se puede hacer algo...

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Algunos estudiosos hablan de resolver el ciclo de la pobreza, que se hereda de padres a hijos una y otra vez, garantizando la igualdad de oportunidades desde el nacimiento.

Logrando que todos los niños lleguen a la escuela primaria con las mismas posibilidades y sin déficits.

La pobreza se hereda, pues los niños de los estratos más humildes llegan a la enseñanza obligatoria con menos cultura, lenguaje, hábitos y apoyo familiar.

La clave es formar, desde la mejor investigación, a los padres en la mejor parentalidad: aquella que cuida de los cuerpos y las mentes.

La pobreza intergeneracional procede de barrios marginales en los que no se utiliza bien el tiempo y donde sus actores han perdido el sentido de comunidad. 

Son barrios concretos, que, a causa de familias sin recursos materiales y sin formación para criar adecuadamente a sus hijos, acaban generando más precariedad.

Barrios que se van deshaciendo hasta generar fracaso escolar, delincuencia, consumo  de drogas, embarazos adolescentes. El marco es el paro, pero también la desestructuración comunitaria.

Es un problema que se plantea la UNICEF en el plano internacional pensando en el Tercer y Cuarto Mundo.

Pero también sucede en muchos barrios materialmente más asistidos, pero igualmente deficitarios cívicamente. 

Son barrios sin cultura en el sentido fuerte de la palabra: vida ciudadana, social, voluntariado.

Y no es un asunto exclusivo de barrios de las clases trabajadoras, sino que es un tema que afecta a todos: clases humildes, clases medias que padecen mucho paro y en ocasiones clases elevadas.

Incluso si las clases más elevadas cuentan con altos estudios (secundaria, formación profesional superior, universitarios) pueden crear barrios cerrados, enquistados con adultos, con niños y jóvenes sin orientación.

Hay que insistir: es necesario recuperar la parentalidad vertebradora no solo de una familia sino de un barrio para convertirlo en una comunidad.

¿Qué está sucediendo? Pues que la aceleración social de las sociedades del primer mundo no dan tregua (entendemos aceleración social como un motor de la fragmentación y la desintegración social).

Aceleración familiar, laboral, digital e incluso escolar.

Las últimas décadas no permiten ni descansar creativa, ni deportiva, ni culturalmente. El descanso es puro consumo y en esa medida puede llegar a ser estresante.

El hiperconsumo nos arrastra hacia nuevas constantes experiencias que a menudo nos fragmentan en nichos dentro de la propia familia y dentro del propio barrio.

Y encerrados en esos nichos, a menudo –no siempre- digitales (redes sociales, series, videojuegos, juego on line) no queda tiempo para los más pequeños menores de 6 años para poner un ejemplo.

Y tampoco para los adolescentes-jóvenes ni para los mayores.

Aunque en estas líneas nos interesan los más pequeños. Y no se sabe qué hacer con ellos. O no se tiene la suficiente paciencia con ellos.

O los más pequeños quedan descartados pues sus juegos, sus demandas, su delicadeza exige mucha atención y tiempo y formación que nadie tiene.

Recordemos que la atención, de todos (mayores y pequeños) ha sido colonizada por plataformas muy persuasivas que tienen su sede en la nube digital: “estamos en las nubes”.

Y los pequeños andan muy solos muy a menudo. ¿Conocen el juego tradicional? ¿Alguien les enseña? ¿Existen parques, actividades, ludotecas, salidas organizadas, actividades pre-deportivas,...?

Necesitamos comunidades educativas que sean favorables a las familias, a la vida familiar, a la conciliación de la vida familiar.

En el mundo anglosajón se habla mucho de un mundo amistoso para las familias: family friendly.

La sociedad necesita este estilo de barrio que quiere ser una comunidad basada en las familias.

Un estilo de vida que no expulsa a las familias de la existencia compartida diaria, ni las rompe, ni las separa en esferas irreconciliables familia vs. trabajo.

Cuál es el centro: ¿la escuela? Necesitamos una escuela capaz de concitar sinergias educando barrios, atendiendo familias, generando encuentro social, cultural, de voluntariado, de ayuda mutua.

Comunidades de alto capital social, como dicen los expertos.

El capital social se conforma en una suma de hábitos de confianza, ayuda mutua, y principios cívico-morales que cohesionan las comunidades, las ciudades, las regiones.

Existe un experimento social para barrios con dificultades y frecuente fracaso escolar (cuando no serios conatos de delincuencia) que son las Escuelas comunitarias (sobre todo en el mundo anglófono).

Estas escuelas se insertan en un barrio y sencillamente lo dinamizan, le dan vida cívica y ciudadana, actividad relacional, consiguiendo la implicación personal de sus múltiples actores.

Para mí este modelo concreto de vida comunitaria no es un modelo definitivo, pero pone el dedo en la llaga.

Desacelera el barrio, abre las puertas de la escuela, de cada casa, de la biblioteca, de la ludoteca, del ayuntamiento.

Genera vida comunitaria a partir de una inicialmente mermada sociedad civil de ese distrito: genera actividades deportivas, culturales, de formación.

Y ahí también cabe una formación que la escuela-eje (o las escuelas y/o el ayuntamiento) proporciona a los padres: parentalidad, laboral, ocupacional, cultural y recreativa.

La parentalidad, la formación de los hijos, la educación de los adolescentes: es el primer centro alrededor del cual, concéntricamente, se suman otros círculos.

Y el primer eslabón es formar a los niños en los dúctiles primeros años de sus vidas: en la primera infancia.

Este inicio vital, donde los cerebros y los espíritus están en potencia capacitados para llegar muy lejos, es inaplazable.

En la escuela y más allá de la escuela, desde la atención primaria, maestras o enfermeras, incluso visitando los hogares, debe formarse a los padres en lograr para sus hijos el mejor comienzo: cognitivo (lingüístico), socioemocional, y por supuesto en salud.

Esta formación desde el nacimiento hasta los tres o cinco primeros años de vida está muy investigada y experimentada.

Y recomendada por las más altas instancias supranacionales, académicas, universitarias y centros de investigación.

A estas políticas públicas y privadas se adhieren la ONU (con la UNICEF al frente); la UE; la OCDE (desde sus estudios PISA); universidades entre las que destaca la Universidad de Harvard o asociaciones médicas como la Academia Americana de Pediatría.

Esta iniciativa, que salva de la pobreza a muchos niños en el mundo, se convierte en la Educación de la Primera Infancia que parte de la investigación en el Desarrollo de la Primera Infancia (en mundo anglófono Early Childhood Education yEarly Childhood Development). 

Todo comienza en la parentalidad.

Pero de nada sirve Educación de la Primera Infancia, que es una parentalidad avanzada, si no hay continuidad en un barrio dinámico

Estas comunidades escolares, o comunidades construidas alrededor de una escuela, o de una fundación, o de una fábrica o empresa, o del mismo municipio, se deben plantear estrategias a largo plazo.

Deben aprender a cuidar a los niños, pero también a los padres, a los adolescentes, a los ciudadanos.

Y ello con la finalidad de crear trabajos de calidad, caminos hacia los mejores estudios para cada niño-chico con la voluntad de crear una sociedad integrada.

Un sociedad no fragmentada, sino cohesionada en la dirección de fines como la llegada de los menores a la mejor formación profesional o a la mejor universidad.

Y eso exige vida cívica en la que padres, chicos, mayores y empresarios o concejales saben que apuntan en la misma dirección.

Formación que nace de las redes de apoyo, de los concejos, o de los líderes sociales, o de las asociaciones encaminadas a que la comunidad no se blinde, no se repliegue.

Que sepa establecer prioridades donde el ocio infantil y sobretodo adolescente-juvenil es vital: polideportivos vivos, ligas, bibliotecas que generan teatro o musicales o clubs de lectura.

Ocio adulto para los padres, que es el motor, con actividades como las corales, los clubs culinarios o las actividades de formación para que la caldera de la comunidad permanezca encendida.

Y luego están los mayores, los de más edad que desde siempre han sido las personas venerables que tenían la sabiduría de los años a disposición de todos.

Los mayores, los muy mayores, deben permanecer en sus casas muy bien atendidos y también culturalmente bien entretenidos.

Ahí hay un voluntariado capital.

Y si los mayores deben ir a residencias -no es lo mejor-, estas deben ser muy, muy familiares que es lo mismo que decir muy pequeñas: con no más de 7 u 8 ancianos por residencias-hogar.

Crecer para dentro para ofrecer las mejores prácticas replicables en otros barrios.

En la perspectiva católica/ortodoxa, Rob Dreher habla de estas comunidades en un libro absolutamente imprescindible para quien piense en la nueva evangelización: La opción benedictina (The benedict option) editado por Encuentro en 2018.

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