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Todo el camino de la Cuaresma y todas las celebraciones de la Semana Santa miran hacia la vigilia pascual, hacia la gran proclamación del día de la resurrección.
Jesucristo vive: esta es la noticia que colma de alegría a los discípulos, que confunde a los adversarios, que es la admiración de los ángeles y el terror de los demonios.
La cruz no pudo vencerlo. Fue más bien su instrumento de victoria. La noche no pudo vencerlo. El demonio retrocede derrotado.
Esa frase tiene que seguir resonando en toda la Iglesia: ¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?
Buscar a Cristo entre los muertos es creer que su Evangelio tiene fecha de caducidad. O que la Iglesia que Él fundó es simplemente un experimento más entre los tantos grupos que la historia ha conocido.
Cuando se habla de una sociedad postcristiana o cuando se quiere presentar la fe como una etapa o un paréntesis en la vida de las personas o de los pueblos lo que se intenta es recluir a Cristo en su tumba. Tratarlo como si fuera un muerto más.
Es como si Cristo hubiera sido solamente un objeto de interés que ya puede ser relegado a los museos de la historia.
Sería solamente un recuerdo, una especie de inspiración lejana que puede ser domesticada por las ideologías de cada tiempo.
Varias personas decretaron el final del cristianismo.
Cuando surgió todo esto de la nueva era, se repetía mucho la era de Acuario y se decía "ya pasó la era de piscis", es decir del pez, que hace referencia a Jesucristo.
¿Por qué se pretende relegar a Cristo a la región de los muertos?
Nosotros proclamamos con gozo, con sorpresa, con esperanza y como el mejor y humilde servicio al mundo: Jesucristo vive.