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¿Seguirá la Virgen de Guadalupe velando por México?

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Jaime Septién - publicado el 25/03/21
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Llegan las elecciones del 6 de junio: ¿Está en peligro la libertad religiosa? Recordamos dos fechas importantes en la historia de México

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El 13 de agosto de 1521, con la captura del Cuauhtémoc, el último tlatoani mexica, cayó el principal bastión de la resistencia indígena, México-Tenochtitlan, a manos del ejército español encabezado por Hernán Cortés.

El asedio a la ciudad que maravilló los ojos y ejerció un influjo tremendo sobre la pluma del soldado-cronista Bernal Díaz del Castillo llegaba a su fin y, con ello, iniciaba el siglo de la más ardorosa evangelización de América.

Exactamente 300 años más tarde, el 27 de septiembre de 1821, con la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México y con la firma, al día siguiente, del Acta de Independencia mediante la cual México se establecía como un Imperio desligado de la Corona española (apenas duró un par de años), terminó la revolución de Independencia, iniciada por el sacerdote Miguel Hidalgo en 1810.

Dos fechas axiales para el país que actualmente cuenta con el segundo número de católicos del mundo. Y que este año –año del quinto centenario de la conquista y del bicentenario de la consumación de la independencia—enfrenta otro acontecimiento decisivo: las elecciones más grandes de su historia. Aunque se trata de elecciones intermedias (500 diputados, 15 gobernadores, 30 congresos locales, 1,923 alcaidías…), son cerca de 21.000 cargos los que se eligen el domingo 6 de junio.

En ambos casos, la Virgen de Guadalupe ha estado velando por la nación mexicana. Y el pueblo mexicano le ha respondido con creces, aceptando su presencia maternal y su guía de misericordia, unión, valentía y fuerza. Enseñando, en su casita de oración y en sus manos entrelazadas, que en México las diferencias deben encontrar un camino de unión y de solidaridad con los más débiles, así como mostrando el camino hacia la verdadera libertad.

Apenas diez años más tarde de la caída de la ciudad más importante de la civilización azteca, en uno de sus suburbios, el cerro del Tepeyac, donde los mexica rendían culto a la diosa Tonantzin (en náhuatl: “Nuestra madrecita venerada”), se apareció la Virgen de Guadalupe al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin cuando éste iba camino a recibir la instrucción religiosa al primero de los templos levantados por los españoles en Ciudad de México: el de Santiago, en Tlatelolco (encomendado a la Orden de San Francisco).

Para los misioneros franciscanos, que habían arribado a México en 1524 y llevaban ya dos “barcadas” de frailes llegados de España (así como para el primer obispo de la Ciudad de México, fray Juan de Zumárraga), el hecho fue el milagro que esperaban para que la avidez de oro de algunos militares y de los miembros de la Primera Audiencia no echaran a perder el objetivo de evangelizar estas tierras que se había propuesto la Corona española.

A partir de este acontecimiento, cuatro apariciones sucedidas entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, el bautizo de miles de indígenas representó el principio de una nación mestiza, católica en su cosmovisión y deudora del pensamiento civilizador de la Escuela de Salamanca, representada, sobre todo, en misioneros y civilizadores como fray Bartolomé de las Casas, fray Toribio de Benavente, fray Bernardino de Sahagún o Vasco de Quiroga.

En 1521, como dice el Salmo 125 (126), los indígenas iban llorando con sus semillas, pero a partir de 1531, una década más tarde de la dolorosísima derrota de los mexica, regresaron, por voluntad propia, cantando con sus gavillas, pues habían encontrado en Guadalupe a su Madre venerada, Madre del “verdaderísimo Dios por quien se vive”, según las palabras dichas a Juan Diego por la Virgen e inmortalizadas en el texto fundacional de la nación mexicana: el Nican Mopohua.

Tres siglos más tarde, los capitanes Agustín de Iturbide (realista) y Vicente Guerrero (insurgente) daban por terminada la revolución de independencia de México, tras la fusión de las fuerzas que ambos comandaban, formando así el ejército encargado de defender las tres garantías del Plan de Iguala: Unión, Independencia y Religión (católica). Este movimiento había iniciado en 1810, bajo la custodia de la Virgen de Guadalupe.

La madrugada del 15 de septiembre de 1810, en el pueblo de Dolores (actualmente Estado de Guanajuato), el sacerdote Miguel Hidalgo comenzó la insurrección en el atrio de la iglesia donde era párroco. Al día siguiente de haber salido con un exiguo grupo de seguidores, Hidalgo pasó al Santuario de la vecina villa de Atotonilco y ahí buscó y encontró “la visión mística y libertaria, el pendón primigenio de los mexicanos”: una reproducción de la Virgen de Guadalupe del pintor novohispano Andreas López.

Descolgando el cuadro de donde se encontraba, Hidalgo la utilizó como primera insignia de la insurgencia. Pocos días más tarde lo cambió por un pendón de la Virgen de Guadalupe que iba siempre presidiendo el contingente revolucionario.

Tan fuerte fue el influjo de la imagen guadalupana que muy pronto el ejército insurgente se vio engrosado por cientos de personas del pueblo llano que identificaban en ella la libertad (y la única alternativa frente a la posible amenaza del jacobinismo proveniente de las fuerzas de Napoleón, que tenían retenido a Fernando VII de España y amenazaban con erradicar el catolicismo de todo el universo español, incluidos sus dominios de ultramar).

A lo largo de los once años que duró el movimiento de independencia, la Virgen de Guadalupe estuvo “capitaneando” al ejército insurgente, al grado tal que en un manifiesto, considerado como el más puro de los manifiestos independentistas en México y la primera Constitución de México, otro sacerdote, José María Morelos, propuso en los “Sentimientos de la Nación” (N.19): “Que en la misma (legislación) se establezca por Ley Constitucional la celebración del día 12 de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la Patrona de nuestra Libertad, María Santísima de Guadalupe, encargando a todos los pueblos la devoción mensual”.

Un dato más. El primer presidente de México (después de haber sido depuesto el emperador Agustín de Iturbide) se llamaba José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix. Al llegar a la primera magistratura el 10 de octubre de 1824, cambió su nombre por el de Guadalupe Victoria, es decir, la victoria de los insurgentes guiada por Santa María de Guadalupe.

A medio milenio de la caída de Tenochtitlán y a 200 años de la consumación de su Independencia de España, México atraviesa por una enorme encrucijada y por una serie de crisis (una sindemia) que se reflejan en los números: 200,000 muertos (quizá 70 por ciento más, según mediciones de especialista no gubernamentales) por la covid-19; caída, en 2020, de 8.5 por ciento del Producto Interno Bruto; 3.5 millones de empleos formales perdidos; doce millones de nuevos pobres (que se suman a los sesenta millones que ya existían) y, no obstante el confinamiento, 35,000 homicidios dolosos.

Y otras cifras todavía más elocuentes del problema múltiple que enfrenta el país: un promedio de diez mujeres al día son asesinadas cada día por su sola condición de mujeres; ocho de cada diez mexicanos se sienten inseguros al salir por la noche en su ciudad; dos niños son robados cada día y hay cerca de 80,000 personas desaparecidas. De septiembre de 2006 a septiembre de 2020, se han encontrado en el país 4.092 fosas clandestinas y se han “recuperado” 6.900 cuerpos.

No obstante esta situación crítica, aprovechando la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y la mayoría relativa en la Cámara de Senadores, el Partido de la Regeneración Nacional (Morena) ha impulsado una agenda legislativa que pone en peligro la libertad religiosa conquistada duramente por los mexicanos (sobre todo, por la Guerra Cristera de 1926 a 1929) y bajo el lema de la “igualdad sustantiva” pretende legalizar el uso lúdico de la marihuana, ampliar la cobertura del aborto a nivel nacional y establecer, entre otras cuestiones, el llamado matrimonio entre personas del mismo sexo.

El 6 de junio se renueva la Cámara de Diputados al completo. Son 500 los diputados que se eligen en esta ocasión. De tener mayoría absoluta, el partido del presidente Andrés Manuel López Obrador (Morena) podría consolidar el gobierno de un solo hombre y, con ello, fomentar la división, el desencuentro y las rispidez entre los mexicanos, haciendo que el desequilibrio legislativo y político contravengan el encuentro entre hermanos promovido, históricamente, por la presencia y la oración de y a la Virgen de Guadalupe.

La joven democracia mexicana se encuentra, así, en un cruce de caminos. ¿En 2021 de nuevo estará presente en la nación por la que no hizo otra cosa igual con ninguna otra, la Virgen en su advocación de Guadalupe? Depende, como hace medio milenio o hace dos siglos, de los propios mexicanos. Y de la respuesta que den con un sí a la fraternidad o como un sí al desequilibrio y la ausencia de controles al poder político.

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