Sacerdote llora al ver una falta de respeto a la Eucaristía: es Jesús, no un pedacito de panHe visto un video que circula en Internet que me ha dejado conmovido. En medio de la misa el sacerdote hace un alto, se inclina en una esquina y rompe a llorar. Ha visto ”algo”, una irreverencia al momento de la comunión. Y lo supo: le había dolido a Jesús.
Esta experiencia y la forma como trataron a nuestro Señor durante la comunión le ha traspasado el alma y no puede sostenerse, se apoya en la pared inclinado y llora adolorido.
Se voltea hacia los fieles y les dice conmovido:
“Hay cosas que a veces no se pueden explicar, o más bien sí. Lo que pasa es que duele mucho cuando el Señor permite compartir o ver ciertas cosas…”.
Cristo está ahí
Toma esta resolución: en adelante en su parroquia se va a comulgar de rodillas y en la boca. Y continúa:
“Cristo está vivo, está entre nosotros y le duele muchísimo, no solo cuando no se comulga porque es un dolor muy grande para Él, sino cuando se recibe ni siquiera siendo conscientes de a Quién se está recibiendo. Y cuando se recibe como si se recibiera cualquier comida, como si no se creyera en su presencia. Ahí está vivísimo…. así sea una pequeña partícula, la más diminuta, ahí está Él todo.”
“Jesús, perdona nuestra indiferencia al recibirte en la comunión. Perdona que te tratemos tan mal, sin respeto y poco amor”.
Nuestra Iglesia nos instruye en el Catecismo con las disposiciones correctas para recibir a nuestro Salvador:
“Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia. Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped” (1387).
Delicadeza y amor
Por esta pandemia nos piden comulgar recibiendo la hostia santa en la mano.
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He visto alguna que otra personas recibir a Jesús sin un gesto de amor, indiferentes, rápido como comida. Se quitan la careta y lo introducen en sus bocas en un santiamén. También he visto que se llevan la hostia consagrada a sus bancas y sentados la introducen en sus bocas.
No puedo juzgar, pero sí pedirte que lo trates con delicadeza, cuidado y amor. Dile que le quieres.
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Somos indignos, es cierto, pero tratémoslo con dignidad y respeto. Ten esa intimidad con Jesús que trasciende y te hará crecer en santidad.
Luego, verifica la palma de tu mano, que no quede ni una sola partícula. Cada una, por pequeña que sea es JESÚS y está VIVO. Recuerda siempre: tienes en tus manos al Hijo de Dios, el pan de Vida Eterna.
Es Jesús. Trátalo con amor.
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“Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.”
(Juan 6, 35)