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“Debemos prepararnos para la muerte y buscar una vida fecunda”

MARTIN FEDERICO RIOS SALOMA
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Vidal Arranz - publicado el 18/02/21
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LECCIONES DE LA PANDEMIA/ Martín Ríos Soloma es historiador medievalista mexicano, autor de ‘El mundo de los conquistadores’ y “La Reconquista en la historiografía española contemporánea”Martín Ríos Saloma forma parte de una nueva corriente de historiadores hispanos que vuelven la mirada a la historia de Hispanoamérica con normalidad, liberados tanto de tentaciones idealizadoras como de prejuicios indigenistas, con la conciencia clara de que españoles e hispanoamericanos formamos parte de una cultura común que comparte el rico patrimonio de una misma lengua.

Ríos Saloma es autor de varios trabajos sobre la Reconquista, así como editor de una obra colectiva ‘El mundo de los conquistadores’ que en breve tendrá prolongación en ‘Conquistas, actores, escenarios y reflexiones’. Además, es experto en la Edad Media, de modo que las diferencias entre aquellas epidemias y las modernas afloran en la conversación.

“La pandemia ha demostrado que somos mucho más débiles de lo que imaginábamos y que nuestras sociedades no son perfectas”

¿En qué medida esta pandemia nos ha encontrado como sociedad en un momento un tanto arrogante y prepotente?

Para las ciencias sociales estos tiempos que vivimos son fascinantes y ciertamente la pandemia nos ha mostrado que somos mucho más débiles de lo que habíamos imaginado y que nuestras sociedades no son perfectas. Y ha puesto sobre la mesa las enormes desigualdades que las atraviesan y que no han hecho más que acrecentarse con la pandemia.

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Go Nakamura / GETTY IMAGES NORTH AMERICA via AFP

Diferencia entre los trabajadores que sí han podido quedarse en casa porque tenían recursos para ello, o que podían trabajar desde allí, y los que no podían. O entre los que podían permitirse parar y aquellos que tenían que realizar esos otros trabajos, que hemos calificado como indispensables, y que finalmente son los que nos dan de comer. En el caso de nuestras sociedades, el hecho irrefutable es que los gobiernos de todos los países han invertido en sanidad pública menos de lo que deberían haber hecho.

¿Está primando la reacción emocional, visceral?

El ser humano es imperfecto, emocional. A veces cae en la irracionalidad. Y como sociedades debemos estar muy alerta frente a esos brotes de miedo y la tentación de buscar culpables exteriores, que es algo recurrente en la historia y que en la Edad Media los llevó a culpar a los judíos, por ejemplo. Por otra parte, hemos visto lo ineficaces que han sido las medidas de cierre de fronteras, especialmente las que adoptó la Unión Europea, que las aprobó cuando el virus ya estaba circulando dentro. Debe preocuparnos más el compartir y el ser solidarios con todas las poblaciones afectadas. Creo que el principal aprendizaje que vamos a tener de esta pandemia va a ser la solidaridad.

“El primer vínculo que hay que cuidar es el de las familias”

En nuestras sociedades contemporáneas la muerte ha sido en cierto modo ocultada. Ha desaparecido la conciencia de que somos mortales. La epidemia ¿nos la ha devuelto de golpe?

Creo que sí porque esa arrogancia humana, que se basaba en ver cómo la esperanza de vida se multiplicaba, de pronto vemos que se quiebra porque nuestros amigos, nuestros padres, los jóvenes, van enfermando y muriendo, y eso nos devuelve la conciencia de la fugacidad de la vida, que es un instante. Creo que uno tiene que prepararse para afrontar la muerte como algo que forma parte de la vida. En México tenemos esa festividad tan importante para nosotros que es el Día de Muertos, en la cual evocamos el recuerdo de amigos y familiares. Esta es una enseñanza también: hacer de la muerte parte de la vida y aceptarla, sin que eso implique minusvalorar el dolor de la pérdida.

Pero también creo que nos deja la enseñanza de aprovechar el presente. Vivir el día a día, tener una vida fecunda y feliz, compartida con los amigos y la familia. Al final, la pandemia nos recuerda que nunca sabemos cuándo va a llegar nuestro último día. Enferma gente que estaba muy bien de salud y que, en unos pocos días, muere, mientras que, al contrario, personas débiles finalmente se recuperan y pueden proseguir su vida. Entender que la vida es una oportunidad única que cada uno debe aprovechar conforme a su forma de pensar o actuar.

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Di Riderfoot|Shutterstock

De repente hemos tomado conciencia de las palabras no dichas, y que a lo mejor ya no podemos decir.

La palabra es lo que diferencia a los seres humanos de otros animales y debemos recuperar la importancia de esas palabras que son cotidianas, que parecen menores, pero que no lo son. La pandemia nos recuerda la importancia de decirle a nuestros allegados que les queremos y que les echamos de menos.
Algo importante que hemos perdido como sociedad este último año es la posibilidad del contacto físico, y de poder mostrar a los otros el afecto de viva voz. Es fundamental. Todos los psicólogos coinciden en que ese contacto cercano es el que nos mantiene vivos y el que nos da sentido de pertenencia y de identidad. Tendremos que revalorizar esas pequeñas palabras. Y eso contribuirá a que, cuando esto pase, la reconstrucción sea un poco más llevadera y nos lleve a una mayor solidaridad que necesitamos.

“Hemos redescubierto la importancia de decirle a nuestros allegados que les queremos”

Insiste en la idea de que aprenderemos a ser más solidarios, pero existe un peligro real de que salgamos más aislados. La situación actual refuerza una tendencia que ya existía a encerrarnos en nuestro castillo personal, conectados con el exterior a través de internet.

No sé lo que va a ocurrir. Como humanista que soy me gustaría que todo esto nos llevara a la solidaridad, pero lo cierto es que la experiencia histórica nos muestra que, una vez pasado los peores momentos de las crisis, a menudo se instala en la sociedad una gran insolidaridad y un individualismo exacerbado. Y después de un año de encierro y de autosuficiencia sí que corremos riesgo de que se diluyan los vínculos sociales y que se refuerce el individualismo. Hay peligro de que los vínculos se fragmenten, si no se adoptan medidas adecuadas como sociedad y cultura.

Lo que pasó en los años treinta del siglo pasado, la irrupción de los totalitarismos, debe recordarnos que no debemos permitir que eso ocurra de nuevo porque las consecuencias son terribles.

¿Qué vínculos habría que cuidar para que no nos rompamos?

De entrada, los vínculos entre las familias, como vínculo prístino de la sociedad. En segundo lugar, los vínculos de proximidad, los vínculos vecinales, que en este caso pasan por el respeto de usar la mascarilla en los espacios públicos comunes, pero también por entender las condiciones de trabajo de los demás, para no perturbarles si podemos evitarlo. Y a partir de ahí los vínculos políticos en el sentido de la pertenencia a una comunidad. Búsqueda de acuerdos y de concordia para construir soluciones de manera conjunta. No tiene sentido que los partidos se peleen cuando se está muriendo la gente.

“La pandemia nos recuerda que nunca sabemos cuando va a llegar nuestro último día”

Nos hemos acordado mucho de la Edad Media en los meses de confinamiento.

Es que, en la primera fase de la enfermedad, cuando se decretaron los primeros estados de alarma, la respuesta que se dio fue, en efecto, medieval. Ante lo desconocido nos replegamos en casa, en el espacio más íntimo, donde nos sentimos protegidos.

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Wikipédia / Domínio Público

Pero el modo de replegarse de quienes vivían allá por el siglo XIV debía ser muy diferente…

Imaginemos lo que tenían que suponer esos encierros en una época en la que no había luz eléctrica, y cuando la visión dependía del sol, en un momento en el que la mayoría de la gente no sabía leer ni escribir y en la que la única vía de entretenimiento imagino que sería reunirse a la luz de la vela a contarse historias. Se limitaban a existir. Salvo Bocaccio y sus amigos que, como sabemos, se fueron al campo a disfrutar de su villa y lo pasaron medianamente bien.

“Tenemos que valorar el tener un lugar donde resguardarnos, porque muchos no lo tienen”

Su encierro era real: no tenían internet ni otros recursos para escapar. No sé si nosotros no hemos demostrado ser un poco ‘enclenques’ al quejarnos tanto de un confinamiento que no tiene nada que ver con la dureza de lo vivido en el pasado.

Por duro que haya sido el encierro, o que lo esté siendo en las distintas ciudades del mundo, tenemos que valorar la posibilidad de tener un lugar donde resguardarnos, sobre todo porque hay mucha gente que no lo tiene. En ese sentido, quejarnos de estar encerrados con todo tipo de medios y posibilidades de conexión me parece… no sé si ‘enclenque’ sería la palabra, pero sí un poco egoísta, teniendo en cuenta que hay mucha gente que no tiene todas esas posibilidades. Yo vivo en una ciudad donde hay un terremoto cada veinte años, de modo que les digo a mis alumnos cuando se quejan: ¡Pero, chicos, tienen casa, tienen agua, luz, una nevera con comida… Imagínense si no tuvieran esas cosas! Yo que viví el terremoto de 1985 me acuerdo perfectamente de la ciudad colapsada por la falta de servicios y de viviendas.

Después de todo, podría ser mucho peor.

Es verdad que cada uno vive la vida en función de sus circunstancias, y todos echamos de menos dar un abrazo a nuestros amigos, a nuestros padres o nuestros abuelos. Pero, si esto de encerrarnos es lo que tenemos que hacer para ayudar, creo que no es un esfuerzo mayor.

“El principal aprendizaje de esta pandemia debería ser la solidaridad, pero existe el riesgo de que los vínculos se fragmenten si no tomamos medidas”

Ellos, en la Edad Media, tenían también una conciencia del mundo muy distinta de la nuestra. Su horizonte era más estrecho.

La conciencia geográfica de las personas en la Edad Media era muy limitada. Ahora podemos trazar el recorrido de la peste negra y sabemos que comenzó en Caffa (hoy en Rusia), pero la persona que estaba sufriéndola entonces no tenía ni idea de dónde estaba Caffa. Lo único que veía es que la gente se moría a su alrededor un día sí y otro también.

¿Qué otras diferencias destacaría?

Hasta el siglo XVI las epidemias no habían afectado al continente americano. Es a partir de ese momento que se hacen globales. La peste negra de 1348, por ejemplo, fue muy destructiva en Europa, pero no afectó al resto del mundo. La actual epidemia sí afecta a casi todos los rincones del planeta.

Otra de las grandes diferencias es el enorme avance científico y tecnológico con el que contamos en el siglo XXI. Incluso si nos comparamos con la gran epidemia de comienzos del siglo XX, la que conocemos como gripe española, que también tuvo un alcance mundial. Esos conocimientos se traducen en grupos de trabajo, redes internacionales, laboratorios que comparten información… Eso es lo que ha permitido dar una respuesta tan rápida en términos históricos. No sólo tenemos una vacuna, sino cinco. En el siglo XX había una única vacuna para todos.

“Hay que entender lo difícil que resulta buscar el equilibrio entre salvar vidas y salvar la economía”

También tenemos mucha más información. Quizás demasiada.

La presencia de los medios de comunicación masiva, tanto los tradicionales como las redes sociales, y el modo como ha circulado la información, tanto la certera como la falsa, son una novedad de nuestro presente. La desinformación ha contribuido a generar ambientes de miedo, de pánico e incluso terror. Eso también existía en el pasado, pero esas informaciones se recibían mucho más lentamente. Pero la difusión de la información correcta también ha ayudado a paliar los efectos de la pandemia. Nos hemos familiarizado con un lenguaje médico y con unas medidas sanitarias básicas. Todos nos hemos hecho expertos.

Lo más grave a lo que hemos asistido es a la politización del problema. Los gobiernos han respondido como han podido ante un desafío inédito, y han recibido ataques de todas partes por su gestión. Y eso que, pese a lo dramático de las cifras de muertes, el impacto en el conjunto de la población es mucho menor que en el pasado. Sabemos que la peste negra de 1348, y sus brotes sucesivos, supusieron la muerte de dos tercios de la población europea. Eso no tiene nada que ver con lo de ahora.

VENEZUELA

Francisco Cádiz

¿No es justo responsabilizar a los gobiernos?

No me parece justo. La mayoría de los responsables no son expertos en este tipo de situaciones. Y aunque, a posteriori, se puedan extraer conclusiones de la experiencia y pensar que pudo actuarse de otro modo, hay que entender lo difícil que es buscar en cada momento el equilibrio entre salvar vidas y salvar la economía. Porque se puede cerrar toda una ciudad, pero la gente que vive al día ¿de qué come?

“Nada sustituye al vínculo directo entre el profesor y sus alumnos”

El impulso a la virtualización está ahí, el teletrabajo, lo online. ¿Se va a acentuar la desmaterialización de nuestro mundo?

Eso habrá que responderlo dentro de un par de años. Entonces veremos con más claridad qué es lo que cambió. Lo que sí puedo decir es que se trata de tendencias históricas y que hoy la pandemia muestra sus potencialidades y deficiencias. En mi caso, como profesor, considero importante poder mantener el vínculo con mis estudiantes a través de las plataformas.

Para muchos alumnos, especialmente los que tenían que desplazarse largas distancias, ha supuesto un gran ahorro en tiempo y dinero. Pero nada sustituye al vínculo directo entre el profesor y sus alumnos, en el aula o en los pasillos. Por otra parte, ahora es posible asistir a un gran número de conferencias o seminarios de profesores de todos los lugares del mundo, o invitarles a los tuyos, y eso es una enorme ventaja, pero el vínculo humano es insustituible.

Por otra parte, me parece también indiscutible que las grandes empresas tecnológicas apuestan porque la educación sea cada vez más virtual porque ganan dinero con ello. Eso tampoco lo debemos perder de vista.

La solución alternativa sería que los propios gobiernos desarrollaran plataformas virtuales libres que todos pudiéramos usar de forma gratuita.


GREGORIO LURI
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