Quítate de encima imágenes que falsean el tesoro único que guardas dentro y déjate ayudar por los que te quieren para encontrarlo… aunque el último tramo debes recorrerlo tú en silencio
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No sé muy bien si busco agradar a los hombres más que a Dios. A menudo intento cuidar esa imagen que proyecto. Como decían en una película:
“Perciben la imagen que proyectamos”.
Ven lo que proyecto. Si tengo miedo perciben mi miedo. O si me siento inseguro palpan mi inseguridad. Y si pienso que voy a fracasar percibirán mi temor ante una posible derrota. Lo que proyecto es lo que cuenta.
Pero no puedo vivir queriendo proyectar una imagen perfecta e inmaculada, eso me desgasta y acaba matando por dentro.
No puedo depender tanto de cómo me ven los demás, de cómo me valoran. No puedo vivir haciendo encuestas para saber mi popularidad, buscando un amor que no siempre recibo en la medida que deseo. Decía el padre José Kentenich:
“Les pido encarecidamente que sean independientes frente a los juicios humanos. Si yo no hubiese sido absolutamente independiente frente a los hombres, todo habría fracasado. Pero yo siempre pensaba: esto corresponde al deseo de Dios“.
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Imagen y realidad
El mundo espeja mi imagen. En él me veo reflejado. Y no siempre me gusta lo que veo. La imagen que me dan los demás de mí mismo no siempre coincide con la realidad. Decía el siquiatra Enrique Rojas:
“Todos tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy (autoconcepto), lo que los demás piensan de mí (imagen) y lo que realmente soy (la verdad sobre mí mismo)”.
Yo veo una parte de mi verdad, pero a menudo esa imagen viene distorsionada por mis experiencias vitales desde niño. Lo que he percibido. La aceptación o el rechazo. Las críticas o los halagos. Todo va formando una imagen de mí dentro de mi alma.
Me veo de una forma y a veces esa manera es errónea. No soy tan torpe como me han dicho desde pequeño. Ni tampoco soy tan mentiroso. A lo mejor no soy tan ingenuo ni tan duro.
He recibido golpes y me han ido haciendo de una manera. Me percibo peor muchas veces de lo que realmente soy. Necesito entonces a personas junto a mí que me quieran y me digan quién soy y cómo me ven. Necesito ojos que me vean como me ve Dios.
No es tan sencillo tener amigos buenos que me quieran y acepten en mi verdad. Padres que me hablen y me miren como un hijo precioso.
No es fácil que la persona que más me ama sepa decirme cómo soy, a veces puede estar contaminada por experiencias recientes que le llevan a ver sólo un parte de mi verdad.
Buscando mi verdadero yo
Entonces necesito hacer un camino más profundo, buscar en mi interior mi verdadero yo, mi imagen más auténtica, mi verdad sin ropajes, sin tatuajes, sin máscaras. Mi verdad desnuda, sin arreglos ni mentiras.
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Lo que los demás piensan sobre mí a menudo no me ayuda. Porque no me conocen de verdad y se quedan en lo que proyecto, en lo que han oído sobre mí, en lo que han percibido de forma sesgada.
Han escuchado algo, han leído algo escrito por mí, o dicho por mí. Lo interpretan y creen poseer un juicio exacto y verdadero. Pero sólo tienen una parte de mi verdad, el lado visible, pero no toda la verdad.
Y quizás su mirada exagera, y no ve nada más que ese aspecto. Se queda a mitad de camino para llegar a la verdad que llevo dentro.
No me vale con lo que otros dicen sobre mí para saber cómo soy. Me ayudan los que están más cerca de mí y han visto todos los lados ocultos que muchos no ven.
Conocen mi pecado, mi debilidad, mis pasiones, mis tensiones internas, mis conflictos profundos. Han palpado mi debilidad y me han visto desvalido, enfermo, necesitado, débil, confundido.
Han percibido que no lo hago todo tan bien como intento mostrarle al mundo. Aman mi lado más humano y me lo recuerdan para que me conozca bien, para que sepa quién soy en realidad. Esa verdad de los demás me ayuda.
Y en lo más profundo de mi interior…
Pero luego tengo que dar un paso más y adentrarme en mi alma. Allí vive Dios oculto en mi pobreza, amando mi rostro de niño que quiere entregarse sin máscaras, en su debilidad, al Dios de su vida.
Ese Dios al que amo me refleja mi verdadero yo. Necesito hacer silencio para encontrarme conmigo mismo en el rincón más oscuro y valioso de mi alma.
Allí donde sólo puedo adentrarme yo, de rodillas, dispuesto a amar el rostro que reconozca como el mío. Sin miedo a lo que pueda ver. Sabiendo que sea lo que sea es lo que Dios más ama.
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