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¿Cómo saber quién soy en realidad?

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Jaromir Chalabala

Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/09/17

Tengo que aprender a acallar los gritos del mundo para escuchar los gritos de mi alma

Creo que tengo que detenerme lo suficiente como para poder ahondar en mi corazón y saber quién soy en realidad. Para saber cuál es mi verdad única y amarla. Creo que sólo desde la verdad puede Jesús entrar en mi vida. Sólo desde la verdad reconocida puedo darme a los demás y amarlos. Sólo desde lo que soy podré ser feliz.

Pero a veces ni siquiera yo mismo sé quién soy de verdad. Vivo en moldes que me protegen. Intento parecerme a otros. Responder a un patrón, a un estilo determinado. Para no desencajar y ser aceptado por todos. Ser uno más, sin desentonar. Oculto mi verdad. Lo que de verdad pienso, lo que soy en lo más hondo.

Es cierto que me defino a veces por las cosas que hago. Pero soy mucho más que lo que hago. Sueño con metas lejanas que tienen que ver conmigo. Pero también soy mucho más que esas metas que están casi fuera de mí a las que otros muchos también tienden.

Y entonces, cuando me paro a pensar y me callo, guardando un silencio sagrado, descubro algo mío, único, irrenunciable. Una verdad escondida, conocida por tan pocos. Beso esa verdad que es mi nombre, mi esencia, lo que anima mi cuerpo y le da vida. Esa forma original tan mía de amar, de ser y de pensar. Tan original que me parece tierra virgen donde yo mismo me siento extraño. Pero soy yo. Es mi vida. Es mi verdad.

Quiero ser capaz de saber cómo soy. Quiero escuchar atentamente muy dentro de mí. Para saber dónde me encuentro. ¿Cuál es la pregunta fundamental que brota en mi alma cuando me callo y escucho?

Hay personas, conozco algunas, para las que su mundo interior es algo desconocido. Viven en la superficie de la vida y son felices aparentemente. Navegan haciendo pie, huyendo de las honduras, temiendo lo desconocido.

Y todo esto funciona hasta el momento en el que algo difícil sucede en sus vidas. Se quedan solos. Comienzan las dudas y los miedos. Temen haber confundido el camino. Se asombran de sus sentimientos en situaciones complejas. Necesitan ahondar para encontrar el sentido a lo que les sucede.

No quiero que me pase lo mismo que a ellos. Quiero profundizar, ahondar, mirar dentro de mí. Por eso hoy me detengo para contemplar mi propia imagen.

Y me hago una pregunta. Si me encontrara con Jesús de verdad, ¿qué le preguntaría? ¿Qué miedos compartiría con Él? ¿Qué le pediría para tener paz? En definitiva, ¿qué me falta para ser feliz? Le miro ahora oculto en mí. Se lo pregunto.

Tal vez no conozco tan bien como creo los ríos que surcan mi alma. Esos ríos interiores por los que navegan mis miedos, mis inseguridades, mis preocupaciones, mis oscuridades, mis tentaciones. No sé cuáles son mis dudas más profundas hasta que miro dentro, en lo profundo de mi mar, en lo más hondo. Y descubro mis miedos y mis fuerzas. Mis temores y mis esperanzas. Lo bueno y lo malo. Lo bello y lo feo.

Lo veo todo oculto, esquivo, huidizo. Se me escapa ese fuego que arde en mi interior. Y unas nubes densas nublan a veces mi optimismo.

Creo que tal vez respondo con recetas aprendidas cuando me enfrento con la vida y sus temores. Y siento que me turbo ante lo desconocido, ante lo que no controlo. ¿Quién soy yo? Cuento lo que hago, lo que he logrado, lo que deseo. No miro más allá de lo que ahora mismo toco.

Creo quizás que mi valor está en mis horas de servicio, en las metas logradas, en lo aprendido con el paso de los años. El dolor y la tempestad mueven todo lo que no es verdadero dentro de mí y me limpian.

Cuando eso ocurre, mi barca zozobra en la tormenta y entonces ya no me sirven de nada las respuestas fáciles de manual. Tiemblo. Por eso tengo que aprender a acallar los gritos del mundo para escuchar los gritos de mi alma.

Decía el P. Kentenich: De esto se trata en especial, que aprendamos a hablar con Dios, que cultivemos una vida interior profunda, una biunidad con Dios [1].

Quiero estar tan unido a Dios que pueda vivir de su luz. Quiero reconocerme a mí mismo al verme reflejado en Él. Su imagen en mi imagen. Mi rostro en su corazón herido. Me cuesta mirar hondo y no perderme en los mil detalles que tiene la vida. Quiero descubrirme en lo cotidiano. No en los grandes momentos. Sino en la vida que transcurre lentamente. Día a día.

Comenta la pintora Cristina Rueda al tratar de explicar su obra: Es una época difícil para los buscadores de la verdad, para los hombres y mujeres que se asoman al misterio de Dios en su propio corazón. En este mundo engañoso y confuso, lleno de todo y vacío de sentido, pretendo dar calma y sosiego con la humildad del papel, la tinta y el dibujo. Es en la pureza de lo pequeño, en lo ordinario que pasa desapercibido, donde nadie busca y donde todo se encuentra.

En la luz se ve mejor el interior confuso de mi alma. En la claridad recupero la calma perdida. Y ahí descanso al saber que no estoy solo yo en medio de mi camino. Descubro que en mi verdad está todo un Dios escondido queriéndome desde que fui concebido. En mi pobreza está su riqueza más grande. Soy amado como soy porque soy reflejo de todo su poder.

Lo sé, pero se me olvida. Por eso quiero ser capaz de mirar cara a cara mi indigencia, mi pobreza, mi insensatez. Besar mi verdad escondida. Mi belleza oculta.

Soy un buscador de la verdad, de mi propia verdad. Miro dentro de mí buscando vestigios del cielo. Están allí, seguro, en los pliegues de mi alma. Pero esa introspección me parece a veces imposible. Deseo sumergirme más dentro de mis corrientes. Y saber hacia dónde voy. De dónde vengo. Quién soy.

[1] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, N 21 1963

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