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Augusto Comte: ¿La ciencia sustituye a la religión?

AUGUSTO COMTE
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Miguel Pastorino - publicado el 03/02/21
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El Coronavirus y la Pandemia nos hace replantearnos muchas cosas. ¿Puede la ciencia dar respuesta a todos los problemas del hombre? Bajo el nombre de “positivismo” se comprende la doctrina de Augusto Comte (1798-1857), para el cual solo el conocimiento científico de los hechos es válido. Para el “positivista” hay que atenerse a los hechos perceptibles por los sentidos (“hechos positivamente dados”) y rechazar como carente de valor todo conocimiento que tenga otro origen, por lo tanto, los contenidos de la fe religiosa no tendrían ningún sentido.

El mito del progreso

Es heredero del empirismo de Hume y del materialismo de la Ilustración francesa. Construye su pensamiento sobre el suelo abonado con el mito del progreso moderno y la fe en las ciencias de la naturaleza. Considera solamente lo dado “positivamente”, es decir, empíricamente, como el fundamento del saber y de toda ciencia, aplicándolo no solo a las ciencias naturales, sino también a la historia y la “sociología”, término acuñado por Comte para renombrar a la entonces llamada “física social” (H. de Saint-Simon).

Saint-Simon, maestro de Comte, fue reconocido por Marx como uno de los teóricos fundadores del socialismo y en su libro Nuevo cristianismo (1825) sostuvo los principales postulados del positivismo que luego divulgaría con mayor éxito su discípulo y colaborador.
En resumen, la idea central de Comte es que todas las preguntas del ser humano serán respondidas progresivamente por la ciencia, y la religión pertenece a un tipo de pensamiento primitivo e ingenuo destinado a desaparecer.

La mayoría de los llamados “Nuevos ateos” de tendencia cientificista, como Richard Dawkins, son discípulos de la filosofía positivista de Comte sin saberlo, porque creen que la religión es un montón de teorías primitivas y supersticiones, una reliquia de conocimientos obsoleta, superada continuamente por la ciencia.


FEUERBACH
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La única religión digna de confianza: la ciencia

En 1842 Comte concluía su publicación del Curso de filosofía positiva, el mismo año en que Feuerbach en Alemania publicaba La esencia del cristianismo. Ambos proponen de modo muy diverso una sustitución de Dios por una nueva fe en la Humanidad. Su fe en la ciencia y el progreso era la esperanza de que desapareciera la religión.

Muchas de sus ideas gozan todavía del fervor de muchos, que, sin conocerlo, siguen sus ideas como cuestiones indiscutibles. Aunque toda la filosofía del siglo XX ha enterrado al positivismo como una mentalidad obsoleta, sigue vivo en la mente de millones de seres humanos, desde científicos hasta profesores de educación media y en los mismos jóvenes que sin saberlo asumen los dogmas de esta “nueva religión” que pone toda su fe en la ciencia, excediendo su campo específico y sus métodos.

Comte rechazó ser denominado ateo, porque entendía que proclamarse ateo era quedarse en el nivel de los teólogos, discutiendo cuestiones vacías y sin sentido. No basta con negar a Dios, hay que remplazarlo y la idea de Humanidad será la nueva religión. La gran paradoja de Comte es que fundó una iglesia positivista con su propia jerarquía y ritos, contra la fe cristiana y contra toda fe religiosa.
Me he encontrado todos los años con profesores, alumnos e incluso con periodistas que afirman con mucha seguridad: “la ciencia ha dejado atrás a las religiones”, “la ciencia dejará a la religión cada vez con menos lugar en la sociedad”.



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Comte no acertó

¿Ha sido así? Lo cierto es que las religiones están mas vivas y extendidas que en la época de Comte y no parecen haber acertado sus profecías en un mundo que ha desarrollado imparablemente ciencia y tecnología. El problema es que la ciencia y la religión responden a preguntas diferentes, hablan lenguajes diferentes y no compiten entre sí, pero es algo que Comte no veía y que muchas veces tampoco hoy se comprende.

Muchos científicos del siglo XX asumieron filosóficamente la postura positivista y en sus formas más radicales se ha llamado “cientificismo”, que ideológicamente sostiene que la ciencia empírica es la cosmovisión más acreditada y lo auténticamente racional, excluyendo otros saberes y puntos de vista catalogándolos como irracionales. Suelen reducir lo racional a lo empírico.

Entre ellos cabe mencionar al bioquímico francés Jaques Monod (1910-1976) que veía en los contenidos de la religión el producto de imaginerías delirantes cuya finalidad es aplacar angustias y miedos ante la muerte. Para Monod Dios no existe y el hombre no es más que un puro producto de la materia y del azar. Pensar así es una postura filosófica, no el resultado de la ciencia, ya que la ciencia no es ni atea ni teísta, porque Dios no es objeto de estudio de la ciencia. En esto Comte tenía una intuición acertada, las cuestiones sobre la existencia de Dios no interesan a la ciencia, pero el error está en creer que todo lo que no entre dentro de su esquema, seguro no existe.

La ley de los tres estadios

Comte explica como “gran ley” tres estadios por los que fue pasando la historia de la humanidad: el estadio teológico (religioso), el estadio metafísico (filosófico) y el estadio positivo (científico). En el estadio teológico y en el metafísico el ser humano busca el porqué de todas las cosas y aspira así a un principio absoluto, un ser personal o una realidad abstracta, como causa de todo lo que sucede en el mundo. El espíritu positivo en cambio sustituye el estudio de leyes inmutables por causas propiamente dichas, por la explicación del cómo y por qué de las cosas, sin necesidad de recurrir a Dios ni a ninguna esencia metafísica.

Cuando la humanidad acepte que está destinada a avanzar indefinidamente hacia el futuro, porque el ser humano es perfectible de modo ilimitado y por ello el progreso también, podrá renunciar a la idea de Providencia. Esta es la fe de Augusto Comte.

Ciencia y religión: dos mundos, dos lenguajes

Quienes consideran que la ciencia puede sustituir a la religión es porque piensan en la religión como conocimientos primitivos que son hoy objeto de la ciencia. Pero las preguntas de la religión y su lenguaje no se pueden traducir al ámbito científico y generalmente por desconocimiento se malinterpreta el sentido de las creencias religiosas, como si se tratara de fenómenos físicos. Por ejemplo, ante el origen del Universo la ciencia tiene teorías y evidencia empírica para pensar cómo ha surgido (Big Bang), pero eso no contesta a la pregunta por la existencia de un Creador: ¿Por qué hay Universo cuando podría no haber habido nada?

Salvo algunos movimientos religiosos fundamentalistas que toman literalmente los versículos de la Biblia, nunca se interpretaron así los textos religiosos. San Agustín en el siglo IV escribe sobre la interpretación simbólica del Génesis. Cuando la teología afirma que el mundo “es creado por Dios” no es lo mismo que decir “tiene un origen temporal”, un malentendido que el propio Stephen Hawking padeció cuando confundía el nivel físico con una cuestión metafísica.

El creador de la teoría del “Big Bang” fue un sacerdote y astrofísico (Lemaitre), que nunca intentó justificar la noción teológica de creación con sus teorías científicas, porque entendía la diferencia entre las verdades de la ciencia y las preguntas metafísicas y teológicas. Generalmente la confusión de estos niveles lleva a discusiones sin sentido y a interpretaciones ingenuas de los textos religiosos.

La religión se opone a la superstición

La investigación científica responde a una necesidad de explicación del funcionamiento de la naturaleza, pero la práctica de una religión expresa una necesidad de sentido que quedaría siempre insatisfecha, aunque pudiéramos explicarlo todo científicamente.

No hay que confundir la religión con pensamiento mágico ni con superstición, de hecho, la religión se opone a la superstición. También se confunde la fe religiosa (relación de confianza con una realidad trascendente) con las creencias en general, sin comprender su especificidad ni su fundamentación. No es lo mismo creer cosas que pueden ser refutadas por la evidencia científica que creer en realidades que no pertenecen al campo de investigación científica. La fe en una realidad que no puede demostrarse empíricamente, puede ser racionalmente pensada, razonablemente explicada. Para que haya fe no puede haber evidencia, pero sí certeza y racionalidad.

Preguntas que la ciencia no responde

El objetivo de la religión no es explicar el funcionamiento del mundo y su estructura material, sino descubrir el sentido de la existencia, del mundo y del ser humano. Las preguntas de la ciencia no son para que las responda la religión y viceversa. La ciencia no puede contestar a las preguntas últimas del ser humano, preguntas que nunca dejará de hacerse: ¿Tiene sentido la vida? ¿Por qué existimos cuando podríamos no haber existido nunca? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Hay algo que podamos llamar Dios más allá de este mundo? ¿Por qué sufrimos y por qué existe el mal?

Juan Pablo II y Benedicto XVI insistieron en varios de sus escritos que la religión no puede ni debe dar la espalda a la ciencia, pero la ciencia debe reconocer sus límites y no pretender ocupar el lugar de la religión. Cuando esto no sucede surgen formas patológicas de la religión y de la ciencia, cayendo en fundamentalismos, supersticiones y dogmatismos irracionales de una frente a la otra.

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