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Feuerbach: El padre del ateísmo humanista

FEUERBACH

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Miguel Pastorino - publicado el 25/01/21

Leerlo ayuda mucho a comprender los supuestos de muchos ateísmos humanistas, que ven a Dios y la religión como enemigas de la realización y el desarrollo humano

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La historia del ateísmo contemporáneo hunde sus raíces en Ludwig Feuerbach (1804-1872). Es uno de los grandes discípulos de Hegel (izquierda hegeliana);  menos conocido de lo que merecería, por su fundamental influencia en los ateísmos de Marx, Nietzsche y Freud, entre otros.

Leerlo ayuda mucho a comprender los supuestos de muchos ateísmos humanistas, que ven a Dios y la religión como enemigas de la realización y el desarrollo humano.

Muchas ideas que uno puede encontrar hoy en boca de personas críticas de la religión, como: «la religión es un invento para no aceptar la limitación humana»; o «Dios es una proyección de nuestros deseos»; «el deseo de que Dios exista es la prueba de que no existe»; son una simplificación de ideas profundamente debatidas hace ya más de un siglo y medio.

Feuerbach no solo rechaza el cristianismo, sino la religión en general. Para el filósofo, Dios no es más que una proyección del pensamiento humano, porque el hombre tiene un deseo de felicidad y lo proyecta pensando en una felicidad infinita que es Dios. Dios es así la satisfacción fantástica del impulso del hombre a la felicidad.

«Cuanto más vacía es la vida tanto más pleno y concreto es Dios. El vaciamiento del mundo real y la plenificación de la divinidad es un mismo acto. Solo el hombre pobre tiene un Dios rico. Lo que el hombre echa de menos, eso es Dios».

¿Cómo nace para Feuerbach la idea de Dios?

La considera una proyección donde el hombre saca de si su esencia humana y la ve como algo existente fuera de sí mismo, proyectándola al cielo como una figura autónoma a la que llama Dios y le adora.

La idea de Dios no es más que una proyección que hace el mismo hombre de su propia esencia. Y así lo escribe:

«La religión, por lo menos la cristiana, es la relación del hombre consigo mismo, o mejor dicho, con su esencia, pero considerada como una esencia extraña. La esencia divina es la esencia humana, o mejor, la esencia del hombre prescindiendo de los límites de lo individual, es decir, del hombre real y corporal, objetivado, contemplado y venerado como un ser extraño y diferente de sí mismo. Todas las determinaciones del ser divino son las mismas que las de la esencia humana».

De esta manera, Dios aparece como el universal humano proyectado en un más allá ilusorio. Las propiedades que atribuye a la esencia divina (amor, justicia, etc) son en realidad propiedades del hombre idealizadas.

Por otra parte, el hombre, al no poder dominar las fuerzas de la naturaleza, se refugia en Dios implorando con su oración que le ayude a colmar las lagunas que a él le resulta imposible llenar, siendo así “un dios tapagujeros”.

En resumen, la creencia en Dios es fruto de la constatación de la finitud y de la impotencia humanas. No es Dios el que crea al hombre, sino el hombre el que crea a Dios. Así toda teología no es más que una antropología, cuando hablamos de Dios en realidad estamos hablando del hombre proyectado. Esto lo ve Feuerbach particularmente en el cristianismo.

Matar a Dios para salvar al hombre

La creencia en Dios surge en el fondo, de un engaño, y por ello, quiere restituir al hombre los atributos de los que se había desprendido, para proyectarlos en un ser imaginario: “Niego el fantasma de la religión solamente para afirmar al hombre”.

Su ateísmo es un intento de rescatar al hombre, negando a Dios. Pretende que el hombre pueda alcanzar la felicidad en este mundo, sin engañarse proyectando otro mundo de ilusión. Cuando realicemos aquí la esencia del hombre, no tendremos necesidad de la huida a Dios.

El ateísmo se presenta como la condición del verdadero humanismo, ser ateos en nombre de la humanidad. Es muy claro en este sentido:

“Dios es y tiene aquello que el hombre no es ni tiene. Lo que se atribuye a Dios se le niega al hombre y viceversa, lo que se le da al hombre se le quita a Dios… Cuanto menos es Dios tanto más es el hombre, cuanto menos es el hombre tanto más es Dios. Si quieres, por tanto, tener a Dios, renuncia al hombre; y si quieres tener al hombre, renuncia a Dios, de lo contrario, no tienes ni a uno ni al otro. La nada del hombre es el presupuesto de la esencialidad de Dios; afirmar a Dios significa negar al hombre; adorar a Dios significa despreciar al hombre, alabar a Dios significa injuriar al hombre. La gloria de Dios se apoya únicamente en la bajeza del hombre, la felicidad divina, en la miseria humana…”.

“El propósito de mis escritos es convertir a los hombres de teólogos en antropólogos, de teófilos en filántropos, de candidatos del mas allá en estudiosos del más acá, de ayudas de cámara de religiosos y políticos de la monarquía y la aristocracia religiosa y terrena en ciudadanos de la tierra libres y conscientes de sí mismos… yo niego únicamente para afirmar”.

¿Demuestra algo sobre la no existencia de Dios?

Es cierto que si analizamos la experiencia religiosa nos encontraremos con sentimientos como los que él describe, como la conciencia de la propia finitud, el deseo de felicidad infinita, etc. Pero esto no agota todo el fenómeno religioso ni su razón de ser.

Además su crítica a la religión carece de profundidad metafísica, porque concibe la religión como la proyección de un deseo: “Lo que el hombre echa de menos, eso es Dios”; “el hombre convierte en su Dios lo que él mismo desea ser”.

Del hecho de que exista ese deseo, esa búsqueda de infinito, no se deduce nada sobre la existencia real de lo divino, ni tampoco de su no existencia. Podríamos decir también que la no existencia de Dios es también un deseo en muchos ateos.

El propio argumento de su ataque a la religión es el mismo que puede usarse contra su ateísmo. Que uno desee que exista o que no exista Dios no lo hace ni existente ni no existente. Dios no tiene por qué existir o no existir dependiendo de lo que los seres humanos piensen o sientan.

El deseo de infinito

El ser humano busca en el fondo aquello que le pueda calmar definitivamente en sus ansias de felicidad y hace experiencia de que en este mundo nada ni nadie puede ser su todo. Por ello, se pregunta si existe ese Infinito que le colme definitivamente. El deseo de infinito no tiene por qué ser un autoengaño, porque nace de lo más profundo de la experiencia humana.

La pregunta por la existencia de Dios permanece abierta, porque con la demostración del deseo de felicidad, del deseo de creer y esperar, del deseo de infinito, no queda demostrada ni la existencia, ni la no existencia de Dios. Lo que este deseo hace es que todo hombre se pregunte por Dios, ya sea que lo afirme o que lo niegue.

Ya San Agustín utilizaba este mismo argumento, pero en sentido contrario: es la búsqueda interminable de felicidad la que le hace afirmar que habíamos sido creados para Dios, para ser colmados por el único que puede saciar la sed de infinito que existe en el corazón del hombre.

La pregunta por Dios siempre queda abierta

El problema de Dios siempre ha sido un tema fundamental en la historia del pensamiento y en la vida cotidiana de las personas. Creo que lo sigue siendo, porque como expresaba Kant en el siglo XVIII: aunque es el concepto más inalcanzable, es al mismo tiempo inevitable para la razón humana. Aún los filósofos ateos, para rechazarlo, le dedicaron gran parte de sus escritos.

El tema de Dios es un problema primordial en la filosofía, porque lo es de la vida humana. Las preguntas fundamentales de la vida desembocan en él, porque es inevitable tomarse la vida en serio y no hacerse la pregunta, aunque sea para negarlo.

Es interesante también reconocer que las especulaciones de Feuerbach denuncian la permanente y real posibilidad de crearse dioses como proyección de los propios deseos, y como formas de alienación que es preciso denunciar si se quiere vivir una religión que sea posibilidad de realización humana y no enemiga de lo humano.

Es significativo que muchas sentencias del filósofo alemán se convirtieron en profecías, aunque no en el sentido en el que él las entendía: “Lo que ayer era todavía religión ya no lo es hoy, y lo que hoy se considera ateísmo, se considerará religión”.


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