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¿Qué hacemos con los “Menores no Acompañados”?

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Shutterstock | Srdjan Randjelovic

Jorge Martínez Lucena - publicado el 15/01/21

MENAS y su problemática actual. Algunas claves de cómo son, cómo viven, qué es lo que está ocurriendo con ellos y alguna solución

Los MENAS son los menores no acompañados que habitan nuestras ciudades. En algunos países la mayoría son autóctonos, como se puede ver en Marruecos o en Brasil. En los países más desarrollados suelen ser extranjeros, inmigrantes o refugiados. Muchos de ellos son chicos tutelados por los Servicios Sociales, pero que han escapado del sistema de acogida para menores. Ya fuera de él, malviven trabajando en el mercado negro.

En ocasiones incluso se dedican a ejercer de carteristas, a dar el tirón, al menudeo en el tráfico de drogas y/o a la prostitución. También a veces los vemos consumiendo drogas como el paco de las villas miseria argentinas o esnifando cola, para hacer sus condiciones de vida más llevaderas, ya que muchos de ellos subsisten en la calle o en casas ocupadas.

La imagen que de ellos tiene el ciudadano medio es la de un criminal, la de alguien que tiene que ser perseguido y encerrado para poder mejorar la convivencia en nuestras sociedades occidentales de bienestar. Verdaderamente son un problema, especialmente si se los quiere combatir exclusivamente con la ley, ya que, siendo menores, el tipo de penas que pueden caer sobre ellos no son capaces de disuadirles de delinquir.

Pronto serán mayores de edad

La misma policía tantas veces confiesa su impotencia ante estos chicos, que se ríen de ellos en la cara porque saben que lo máximo que les puede ocurrir por delitos menores es volver a ser internados en algún centro público para menores.

Sin embargo, el tiempo pasa y no tardan en convertirse en mayores de edad. Por ello, si la solución que damos a la presencia de estos chicos en las ciudades es estrictamente represiva, nos arriesgamos a que suceda lo que documenta la Premio Príncipe de Asturias y profesora en la Universidad de Columbia, Saskia Sassen, en su libro Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global: “El sistema de justicia penal de Estados Unidos hoy toca al 25 por ciento de la población total”.

Y como ella misma apunta poco después: el único modo de afrontar el gasto público que supone un aparato penitenciario de tal magnitud es la privatización de las cárceles. Y esta operación implica la tácita renuncia a la función re-socializadora de dichas instituciones, exigible en tantas de nuestras constituciones occidentales, y que queda así completamente abolida en pro de la reducción de gastos y los mayores beneficios de las empresas subcontratistas.




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Una solución no puede estar basada en el encierro

Para afrontar con ciertas garantías la complejidad del reto que suponen estos jóvenes en nuestras sociedades del bienestar no basta la represión y el encierro. Para que incrementen las posibilidades de inserción social de estos chicos es necesaria la educación y para ello se necesitan recursos que incrementen la proporción de educadores por chico en estos centros para menores –algo mucho más barato para nuestra sociedad que financiar las plazas posteriores en prisión- y/o comunidades y familias acogedoras que verifiquen en su seno la creatividad que despliega el evangelio cuando se trata de hospitalidad.

Como nos recordaba Benedicto XVI en la Introducción de su Deus Est Caritas: “puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.” Lo cual se traduce en un modo de vivir sui generis. Una especificidad que se manifiesta en una capacidad de acogida de los más necesitados que no es de este mundo, como confesaba la famosa Carta a Diogneto, uno de los primeros documentos históricos que habla de los cristianos en el mundo.

¿Qué dice el cristianismo ante esto?

El cristianismo es un acontecimiento que está sucediendo ahora, que es habitable en el siglo XXI, como bien ilustra Mikel Azurmendi, sociólogo vasco recientemente convertido al cristianismo, que habla de las realidades de acogida con las que él se ha topado entre los cristianos de hoy. Algo que le ha hecho pensar, a los 78 años, que otro mundo es posible. Se puede escuchar en su testimonio de esta Navidad ante el Obispo de San Sebastián en Youtube. Pero se puede rastrear en tantos movimientos de la sociedad civil que se han dado y se siguen dando en la historia: The Catholic Worker, las Hijas de la Caridad, los Hogares de Cristo en Chile o en Argentina, las cárceles APAC en Brasil, etc.

Lo explica de este modo el mismo Azurmendi, en su reciente libro El abrazo, cuando va un viernes con sus amigos de la Asociación Bocatas al mayor supermercado de la droga de Europa, sito a las afueras de Madrid, a llevar comida a los yonquis:

“De esta manera creí entender por fin que uno es distinto a lo que antes era por el hecho de frecuentar la Cañada Real, uno es diferente porque a cada entrega de su tiempo de viernes, uno se va vaciando de sí mismo. Escuchar, entender, atender, desplazarme de mi propio centro, desplazar mis problemas para escuchar al otro… Esa acción es la que genera un hombre nuevo y cambiado. Un hombre contingente, manufacturado por su propia libertad, labrándose él mismo a buril –no en su piel sino en su ser- el hermoso perfil de la belleza de Cristo según van encontrándolo en esta gente necesitada de afecto.”

La respuesta de la D.S.I

Como se lee en el número 12 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, si bien “el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política”, la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. Pero no lo hace por obligación sino porque, como les decía San Pablo a los Filipenses, los bautizados persiguen a Cristo en la carne de los hermanos más vulnerables, sus predilectos: “Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús. Así debemos pensar los que somos maduros; y si en alguna cosa ustedes piensan lo contrario, Dios los iluminará.”

Enlaces:
1.Carta a Diogneto: http://www.vatican.va/spirit/documents/spirit_20010522_diogneto_sp.html
Testimonio de Azurmendi: https://www.youtube.com/watch?v=QxQgexakfN0&feature=youtu.be

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