A veces necesitas una actitud nueva y poderosa para enfrentar la vida, una alegría que vea el lado positivo en todo lo que te sucede
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Miro de frente este año que comienza con dificultades, tal como acabó el anterior. Pero no tengo miedo. Tal vez el año pasado me haya hecho más fuerte, o más recio, o con más capacidad para la resiliencia. Con más paciencia.
Recuerdo las palabras con las que rezaba santa Teresa de Ávila. Con estas palabras quiero comenzar este año.
“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”.
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Tiempo para soñar
Miro a los ojos de María que me abraza al entrar por la puerta de un nuevo año. No le tengo miedo a lo que pueda venir. No hago planes, espero con paciencia, estoy dispuesto a renunciar a muchas cosas. Ya me he acostumbrado.
Pero ante todo le pido a Dios un corazón de niño para enfrentar la vida. Sólo así tendré la fantasía para pedirle a Dios lo imposible.
No esos posibles que veo realizables con mis fuerzas y capacidades. No esos posibles que dependen de la suerte o de que se den bien las cosas.
Quiero pedirle imposibles que están fuera de mi alcance. Con un corazón de niño puedo soñar con cosas grandes.
Tal vez lo más difícil en la vida sea vivir siempre con la actitud correcta. No es tan sencillo porque tengo mucha inmadurez pegada a la piel. Y la actitud entonces no es la mejor para enfrentar los días que tengo ante mis ojos.
La fe acaba con la desesperanza
Los niños tienen esa capacidad para dibujar en su fantasía mundos ideales, salidas imposibles, caminos ocultos para cualquier adulto.
Los santos fueron muy niños porque siempre vieron realidades ante los ojos que los demás no veían. En su corazón había sueños que tenían forma muy concreta. Esa fe en lo imposible es la que mueve montañas.
Y tal vez la montaña más difícil de mover sea la de la desesperanza. Tengo planes, deseos, quiero a los que caminan conmigo. Temo perder lo que me hace feliz.
Me asusta la incertidumbre y esa impaciencia mía me quita la alegría. Proyecto, construyo, levanto y el miedo a que no sea posible lo que ahora acaricio con las manos me llena de temores.
La montaña del desánimo se yergue ante mis ojos. ¿Podré superar todo lo que la vida pone como obstáculo ante mis pasos?
Quiero haber sacado enseñanzas del año que ahora acaba. Una actitud nueva y poderosa para enfrentar la vida. Una alegría que ve el lado positivo en todo lo que me sucede. Esa mirada es la que quiero para poder crear a mi alrededor una atmósfera de cielo.
Paz en la tormenta
Sé que “el Señor bendice a su pueblo con la paz“. Yo soy su pueblo y su bendición me levanta. Me da paz en medio de las turbulencias y las olas que amenazan con hundir mi paso firme.
Tal vez me he vuelto más recio, más sólido que hace un tiempo. Lo vivido me ha hecho más capaz de valorar los pequeños regalos de la vida.
Aprecio ahora mejor lo cotidiano como un don caído del cielo. Ahí me está hablando Dios en medio de la rutina. Y me dice que confíe, pero yo no quiero. Necesito certezas, es lo que pienso.
Me resisto a dejarme llevar por la corriente de la vida. ¿Cómo puedo cambiar la realidad cuando no me gusta?
No puedo mover las agujas de reloj hacia atrás. A veces lo he deseado. Tampoco puedo adelantarlas pasando por alto los momentos peores que ahora vivo para llegar al momento mejor dentro de un tiempo, cuando ya no haya pandemia.
No soy dueño del tiempo, ni de la vida, pero sí lo soy de mi actitud en el presente, es lo único que decido. Es el único momento en el que puedo cambiar algo siendo yo diferente y siendo yo mismo.
No todo saldrá como deseamos
Puedo hacerlo con esa confianza de los niños que se sienten hijos de un Padre misericordioso. Me gusta esa actitud que quiero hacer mía. Decía José Antonio Pagola:
“Con Jesús nos empezamos a encontrar cuando comenzamos a confiar en Dios como confiaba Él, cuando creemos en el amor como creía Él, cuando nos acercamos a los que sufren como Él se acercaba, cuando defendemos la vida como Él, cuando miramos a las personas como Él las miraba, cuando nos enfrentamos a la vida y a la muerte con la esperanza con que Él se enfrentó, cuando contagiamos la Buena Noticia que Él contagiaba”.
Ver la vida como la miraba Jesús. Mirar a las personas con sus ojos, la cruz con su misma confianza.
No comenzará este año saliendo todo bien. Tampoco es eso lo que le deseo a nadie.
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La bendición de la felicidad
No pedimos la bendición de Dios para que resulten todas nuestras empresas y proyectos. Sino para que en medio de éxitos y fracasos seamos capaces de ver siempre la mano de Dios detrás y demos gracias con un corazón de hijo. Es la bendición que pido al comenzar estos días.
No quiero que me salgan todos mis propósitos y buenas intenciones con las que estreno el año. No deseo que todo me resulte y encaje. Sería necio pedir tales cosas. Siempre estaría frustrado y de mal humor cuando no sea así.
Conozco a personas que siempre están protestando porque las cosas no se hacen como ellos quieren. Esas personas nunca son felices y siembran a su alrededor tensión y tristeza.
No importa si las cosas salen como yo quiero. Lo importante es que yo no deje en ningún caso de estar feliz y no pierda nunca el buen humor.
Esa actitud de los niños confiados que no se aferran a su forma de hacer las cosas es la que yo le pido a Dios al comenzar estos nuevos días.