¿Existe algún modo de hacer un balance positivo entre tanto sufrimiento? Los cristianos podemos dar una respuesta que aporte serenidad en este año 2020 marcado por una pandemia tan dura¿Qué valoración puedo dar a este año 2020? Está lleno de hechos negativos: la aparición de la covid-19, enfermedad, dolor, muerte, crisis económica, desempleo, preocupación, incertidumbre… Ni siquiera podemos decir que ya pasó, lo cual comporta un sufrimiento añadido. Ante eso, ¿qué podemos decir como creyentes? ¿Qué balance podemos hacer los cristiano? ¿Es de ingenuos ver algo positivo en esta pandemia?
Entonces, al cierre del terrible año 2020, cuando hacemos balance, ¿cómo encajar todo este mal que se ha hecho tan palpable? No es fácil pero intentaré trazar un recorrido hacia una posible respuesta:
Punto de partida: el mal existe y es parte integrante de la vida.
Es una experiencia real. Negarlo sería absurdo. Más de un millón y medio de muertos en todo el mundo es una cifra incontestable. No podemos poner ese dolor bajo la alfombra o mirar hacia otro lado. Existe y en este 2020 para muchas personas ha aparecido con una fuerza terrible y desgarradora.
De ahí que uno no pueda pasar de largo. No se puede ser superficial: hay que pensar acerca de lo ocurrido.
El mal sigue siendo un misterio.
Hay algo que no alcanzamos a comprender. La naturaleza humana se resiste a “encajar” todo el mal que palpamos (la enfermedad, la muerte, la mentira, el cinismo de los que aprovechan la situación para explotar a otras personas…). Alguien puede preguntarse: ¿cómo es posible que Dios -si existe Dios- permita esto? Después de 28 siglos de pensamiento filosófico, ningún pensador ha dado con la respuesta.
Dios nos ha creado y nos cuida.
Creer que existe un Dios que ha hecho todas las cosas lleva a ver en Él a un ser que no solo nos ha creado, sino que nos mantiene en el ser, nos ama y nos cuida. Es lo que los creyentes llamamos Providencia. La Providencia no es “vigilancia” como de vigilante de seguridad o policía atento a la penalización. La Providencia de Dios es amorosa.
De ahí que podamos deducir que Dios no sería infinitamente perfecto, infinitamente poderoso, si el mal escapara a su acción. Dios sabía que habría esta pandemia pero el mal no tiene el mismo poder que Dios: Dios está por encima del mal.
¿Dios conocía lo que iba a suceder en 2020?
Dios era conocedor de la pandemia. Es infinitamente sabio y conoce el pasado, el presente y el futuro. Luego conocía lo que iba a suceder, los que NOS iba a suceder.
¿Dios quiere que suceda el mal?
No. Decir que Dios quería este mal sería negar a Dios porque estaríamos diciendo que tuvo un arranque de maldad. Si Dios no fuera infinita bondad, no sería Dios.
Si lo sabía, ¿por qué lo ha permitido?
Podemos estar seguros de que en el plan global de Dios, este mal está orientado a un bien mayor, aunque ahora y a nosotros nos cueste verlo. Seguramente es porque no disponemos de todos los datos. Estamos viendo solo una parte de la historia.
Dios espera que ocurra algo mejor.
Ese “algo mejor” es nuestra libertad. Y es que, por encima de la desgracia de este año, Dios valora algo muy superior, que es la posibilidad de responder con nuestra libertad ante los hechos.
Dios podría erradicar la covid-19 de un plumazo. Pero en vez de actuar así y hacer evidente su poder como Dios, prefiere que sea cada persona la que decida dar una respuesta o la contraria. Aún a riesgo de que esa respuesta sea un mal.
Dios se arriesga porque lo que prefiere es nuestro amor y solo puede recibir el amor nuestro si hemos sido libres para poderle escoger. “Dios ha querido que seamos cooperadores suyos, ha querido correr el riesgo de nuestra libertad”, dice san Josemaría.
Ante la pandemia, uno es libre de asumir la situación como camino en la búsqueda del bien o como un acto de egoísmo. Por ejemplo, puedo salir en ayuda de quien me necesite o puedo instalarme en mi comodidad y no querer “complicarme la existencia”.
Y no solo espera: Dios sabe que ocurrirá algo mejor.
Dios espera nuestra respuesta. Y sabe que al final, todo será para bien. Si no, no lo habría planeado. No podemos olvidar esto al valorar este año.
Dice san Pablo en la Carta a los Romanos: “Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio.”
Ahí -en ese plan- estábamos todos y seguimos estando todos. Y todo es para bien.
Dios cuenta con nosotros.
Pensando en que Dios es Providente y vela por nosotros (creyentes y no creyentes), en los creyentes se aviva la confianza en Dios: confiamos en que todo esto tiene un sentido que escapa a nuestro conocimiento actual.
Pero como formamos parte de su plan providente, no podemos quedarnos de brazos cruzados: hemos de trabajar para hacer rendir los talentos recibidos: el científico con su investigación, el médico con su atención profesional… cada uno en su trabajo, en su familia y en todo lo que engloba su vida para hacer que este mal acabe cuanto antes y que cese este sufrimiento.
Constatar que, al valorar este año, no sabemos encontrar respuesta al mal nos hace humildes: no controlábamos todo (como podíamos haber creído) antes de la pandemia y ahora somos más conscientes de que seguimos sin controlarlo. Ante eso, uno debe “resetear el ego” y decidir qué hace con él de ahora en adelante.
De este bien, creemos que Dios sacará mucho provecho. Podemos verlo, por ejemplo, en la respuesta generosa de muchas personas ante las necesidades de los demás. También lo vemos en la toma de decisiones personales que han hecho cambiar radicalmente el planteamiento de vida en algunos.
No estamos solos. El tiempo de la covid-19 puede ser un tiempo fecundo y no es una ingenuidad asumirlo como tal. Dice el rey David en el precioso salmo 31: “Pero yo confío en ti, Señor”. Ahí está todo condensado.
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