Entre los personajes del Adviento destaca la madre de Juan Bautista, mujer de fe y de respeto, de humildad y discreciónPienso en los protagonistas del Adviento. Ellos son los que me enseñan a vivir este tiempo. Me gusta detenerme en ellos, mirar su corazón en esta espera inquieta de la Navidad. Me adentro en su alma y busco respuestas para mis miedos e inquietudes.
Pienso en Isabel. Esa mujer ya mayor que creyó, siendo estéril, que era posible concebir en su seno. Creyó contra toda esperanza.
Albergaría dudas e inseguridades en su interior. Y seguramente ese día, al ver ante ella a su prima María, todo se volvió certeza, claridad, luz apacible. Y volvió a creer.
Isabel cree en María
Siempre me ha conmovido su fe tan honda. Me han admirado su humildad, su respeto, su discreción. Una mujer sabia de la Biblia. Al llegar su prima María a su puerta ella estalla de gozo (Lucas 1:42):
“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”.
Me adentro en el Adviento con la alegría de este encuentro. Isabel cree en la fe de María y se conmueve en sus entrañas. Juan salta de gozo en su vientre y se llena del Espíritu Santo.
Es un pequeño Pentecostés el que tiene lugar en Ein karem. María se alegra al escuchar estas palabras de Isabel y alaba a Dios por lo que ha hecho en Ella.
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Una prima sin protagonismos
Me gusta la discreción de Isabel. Su caminar silencioso por este Adviento. No busca el protagonismo, no lo pretende. Permanece en la oscuridad de Ein Karem esperando el nacimiento de su hijo.
No sabrá lo que suceda en Belén hasta más tarde. No podrá cuidar a su prima María después del parto, ni siquiera en ese momento tan difícil en Belén. Su papel es otro, sólo puede permanecer oculta, y eso me impresiona.
Ella, que tuvo tanta fe como para creer lo imposible en su propia historia, se mantuvo siempre fiel, aguardando oculta. Creyó en María y en ese Niño que iba a nacer para cambiarlo todo.
Creyó contra toda esperanza, no buscó nunca otro lugar diferente al que Dios le daba, ni pidió pruebas, ni exigió cumplimientos. Simplemente optó por permanecer donde estaba, sin desear otra cosa.
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Rutina sagrada
Vivió la rutina de su vida como el camino más sagrado. En la vida a veces busco otro lugar diferente al que tengo.
Me comparo con otros, ese es mi problema, y veo que ellos hacen más cosas, son más productivos, más generosos, más radicales en la entrega. Veo que ellos son más valorados que yo, más tomados en cuenta. Y me rebelo.
Miro mi pobreza y tengo envidia, lo reconozco. Me veo en mi lugar, ese lugar que no he elegido, el que Dios me ha dado. Y me cuesta no rebelarme contra la realidad que me resisto a aceptar.
Una madre feliz
Por eso me hace bien hoy mirar a Isabel al comenzar mi Adviento. La miro de pie ante María, las dos esperando la vida en su seno. Llenas de alegría, sonriendo.
Se miran, se reconocen, se quieren, sonríen y estalla la alegría en su interior. Una alegría profunda que se comparte. Miro a Isabel, paciente, serena, prudente, sabia. Y quiero ser como ella.
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Tener su entereza y aceptar mi lugar como lo hizo ella con el suyo. Ser madre de un hijo que buscaría su camino por el desierto. Y sería sólo la antesala de la salvación, el lugar previo a la vida.
Ella permanecerá siempre en la sombra, igual que su hijo Juan, también en la sombra. Los dos tejiendo el camino sin ser ellos los protagonistas principales. Así fue Isabel.
Regalo, mejor que derecho
Su actitud me impresiona. Se sorprende al ver a María. No se siente digna de acoger en su casa a la Madre de Dios. ¿Y yo me siento digno? No lo soy, pero a veces me creo con derechos. Derecho al reconocimiento, a la aceptación, al éxito, al amor. Y no tengo ningún derecho.
¿Quién soy yo?, me pregunto en el silencio de mi corazón. ¿Quién soy yo para que Dios me llame a estar a su lado? No lo merezco y ese sentimiento es el que prevalece al comenzar este Adviento.
No tengo derecho a muchas cosas que he perdido habiéndolas tenido. Doy gracias a Dios por lo que he disfrutado en la vida, por lo que he amado y me han amado. No lo merecía, todo es un don que no agradezco.
Sé que nada es un derecho. Aunque lo olvide a veces.