A veces me siento como una de esas doncellas que descuida el aceite y pierde el tiempo, la vida y los sueños
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Hoy Jesús me habla de la parábola de las doncellas que esperan al Señor con las lámparas encendidas. Y tengo que imaginarme que yo soy una de esas doncellas que espera a mi esposo.
Yo soy un enamorado que aguarda impaciente. Y la espera es larga. Y necesito prepararme para esperar. Cuando yo soy impaciente y quiero que las cosas sucedan a mi ritmo, a mi manera.
Esperar es algo que cuesta. Esperar que suceda lo que más deseo. Esperar que ocurra el milagro de todos mis sueños. ¿Qué estoy esperando? ¿Es mi fe y mi amor a Dios una espera ansiosa del amado?
Una tensión positiva
No sé, creo que le falta pasión a mi amor a Dios, le faltan anhelo y hondura. ¿Se ha enfriado mi corazón con el paso del tiempo, con la dureza de la vida, con las incertidumbres que anegan mi alma? Puede que sí.
El alma necesita seguir esperando con tensión. Cuando la pierde y desaparece la pasión por la lucha, ya no merece la pena seguir esperando.
Me gusta esta imagen de las diez doncellas que esperan un encuentro. Me gusta pensar que en mi vida las cosas no están en orden, no son plenas, no están completas.
Estoy lejos de la plenitud, de vivir una vida lograda. Estoy lejos de la cima, de la hondura del mar, de la profundidad que en la tierra sueñan mis raíces.
Estoy muy lejos, vivo en la superficie distraído, he perdido la capacidad de concentrarme. Y en este tiempo inquieto e incierto me pide el Señor que aprenda a esperar como una doncella.
Me pide que tenga el corazón encendido y enamorado.
Y luego me cuenta que entre esas diez doncellas unas son necias y otras sensatas. Como en la vida misma. La necedad y la sensatez forman parte del camino.
A veces me siento necio, como una de esas doncellas que descuida el aceite y pierde el tiempo, la vida y los sueños.
Pero otras veces me veo sensato, capaz de prever posibles fracasos y encontrar soluciones a los problemas.
Yo soy necio cuando descuido lo importante y me dejo llevar por la vida, sin rumbo, sin certezas.
Y soy sensato cuando me preocupo de cuidar lo necesario para que no se rompa el vínculo, ni el amor, ni se rompan los sueños. Hoy me dice Jesús:
“Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas”.
Sabia previsión
La sensatez tiene que ver con ser precavido en la vida, con hacer cálculos y pensar en posibles pérdidas y en cambios relevantes que pueden suceder.
Se trata de prever los posibles contratiempos que puedo encontrar en el futuro. El sensato guarda, conserva, consigue.
Se prepara, es precavido, toma en cuenta las posibles variables. Es el que piensa en todo lo que puede salir mal, y para ello tiene previstas posibles soluciones.
La doncella sensata guarda suficiente aceite para su lámpara porque desconoce cuánto tardará el amado.
Llegaron tarde
La doncella necia no ha previsto una espera tan larga. Quiere al amado, lo aguarda pero no tiene bastante aceite para esperar durante tantas horas y la lámpara se le apaga.
Su amor es débil y su necedad impide que todo acabe bien. Cuando llega el esposo las doncellas necias no están presentes. Están distraídas buscando el aceite. Y no están en ese momento importante en sus vidas, el más importante:
“¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: – Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”.
Han pedido ayuda, pero ha sido tarde. No hay tiempo y cuando regresan las puertas están cerradas. Me impresiona la escena.
A veces en la vida es así, no estoy en el momento oportuno, en el lugar adecuado. Porque estaba distraído, volcado en el mundo.
Tesoros intransferibles
Al escuchar esta parábola me pregunto: ¿Por qué las sensatas y sabias no compartieron su aceite? ¿Por qué no les dieron de lo que tenían? Dice la parábola que si lo hubieran hecho no habría habido para todos:
“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.
Duele ese momento de la escena. Si las sensatas comparten su aceite no habrá suficiente para todos. Tal vez hay cosas que no se pueden compartir. Y puede que el aceite sea una de ellas.
No puedo compartir mi pasión, mi amor, mi fidelidad, mi calma en la espera. Es algo íntimo que se tiene o no se tiene.
Cada uno tiene que buscar su manera de aguardar con pasión, con paz. Las necias van a comprar el aceite, pero no regresan a tiempo:
“Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta”.
Me cuesta que el Señor, al que aman, diga que no las conoce:
“Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: – Señor, señor, ábrenos. Pero él respondió: – Os lo aseguro: no os conozco. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”.
No imagino a ese esposo que no ama a su amada. Y la deja fuera y dice que no la conoce.
Hoy me invita Jesús a esperar. No sé el momento. Aguardo.
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