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¿Qué puede ver un católico en tiempos de coronavirus?

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Sandra Matic I Shutterstock

Cecilia Zinicola - publicado el 21/10/20

Aunque sea un camino de mucha oscuridad, el caminar con una luz delante nos permite ver más y tener una guía

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Todos buscamos la paz en medio de estos tiempos turbulentos y el cristiano tiene una paz profunda, silenciosa, oculta, que el mundo no siempre ve, pero que allí está en su corazón. En un escenario agitado y con tanta confusión, relativismo y desesperación, tiene una roca sólida sobre la que es capaz de construir una base segura mientras va buscando virtudes que le ayudan a afirmarse frente a las situaciones de la vida.

El Papa Francisco ha dicho que la esperanza es “la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte” porque hace que podamos entrar en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. La esperanza trae esa luz que permite dilucidar muchos aspectos que sin ella jamás seríamos capaces de descubrir mientras atravesamos las dificultades.

La pandemia ha sido vista como una caída en un pozo profundo, pero para aquellos que han abrazado la esperanza, ese lugar oscuro se ha transformado en un túnel que tiene salida. En medio de tanta incertidumbre sobre el destino personal de cada uno y el pesimismo de un mundo amenazado hay una luz que no quita los problemas, pero nos ayuda a atravesarlos.

La luz que trae la esperanza no evita el sufrimiento o la muerte, pero es capaz de atravesarlos para transformarlos. Como dijo el Papa Francisco, se trata de “una esperanza nueva y viva que viene de Dios y pone en nuestros corazones la certeza de que Dios sabe convertir todo en bien” (Sábado Santo, 11 de abril de 2020).

¿Qué es lo que el católico puede realmente ver caminando la pandemia con esta luz?

Apreciar las cosas buenas

Cuando hay esperanza, ya no lo vemos todo negro. Al no pretender controlar la vida, nos dejamos sorprender por ella y poco a poco somos capaces de ver y reconocer el valor de aquellas cosas que pueden pasar desapercibidas pero que están allí mientras damos pequeños pasos: la llamada de un amigo, un plato de comida, una buena película. Aun en medio de las dificultades, siempre hay algo por lo que podemos dar las gracias.

Seguir un objetivo saludable

Con una visión de luz en la vida, el cristiano la busca incesantemente para dejarse guiar por ella. Parte de su vida consiste en ir alejándose de lo que la separa de ella poniendo orden a sus impulsos y deseos a causa de un bien mayor por el que vale la pena hacer esos esfuerzos. Aprende a diferenciar las voces malas de las buenas. Así como las buenas nos acercan a la luz, escuchar la voz equivocada puede llevarnos en la mente a sitios muy oscuros.

Reconocer los puntos débiles

El que tiene esperanza sabe que es imperfecto y tiene defectos. Conoce sus puntos débiles. Es importante conocer cuáles son esas situaciones que nos hacen caer con frecuencia para gestionarlas mejor como nuestra personalidad o factores de estrés. Quien conoce la cruz propia y la une a la de Cristo ha experimentado la caída extrema de su debilidad, pero también toda la fuerza de Dios al levantarse con su resurrección.

Aprovechar oportunidades de crecimiento

Cuando hay esperanza, es claro que hay un propósito, una misión en cada circunstancia que nos toca vivir. ¿Qué podemos hacer en este momento? ¿Qué nos pide Dios? ¿Cómo podemos utilizar nuestros dones en lo concreto que estamos transitando?. Ayudar a la familia, retomar aficiones, valorar el hogar o recuperar valores. Es una verdadera oportunidad para crecer.

Buscar la gracia de la sanación

La esperanza nos abre al entendimiento de que aun en el dolor, hay un sentido. Cuando nos sentimos más incómodos, suele ser cuando el Espíritu Santo está haciendo su obra más fructífera. Sigue preguntándote por qué tienes inquietudes, busca responder tus interrogantes más profundos. Muchas veces las personas no lo ven, simplemente porque no quieren pasar por allí, pero al final puede ser algo muy liberador.

Responder al miedo positivamente

Con el espíritu de la esperanza que cambia nuestra percepción sobre el futuro, podemos aprender a vencer los miedos paralizantes. La esperanza no es un vano optimismo, algo ingenuo de que el futuro es necesariamente mejor que el pasado. Es lo que asegura que hay algo que nos lleva y acompaña a todos y nunca nos deja solos mientras vamos avanzando.

Encontrar canales de servicio

La esperanza nos impulsa a buscar alianzas para cooperar, apoyarnos y fortalecernos con los demás. Dejar de esperar que el mundo se convierta en ese mundo que soñamos, sino convertirnos nosotros para construir ese mundo que queremos. Asumimos la responsabilidad en el lugar donde nos encontramos para que en el otro se cumpla aquello que hemos trabajado tanto en nosotros.

Aumentar la confianza

Una persona que vive con esperanza puede sobrellevar mejor la falta de certeza. No agota toda su energía queriendo hacerlo todo a su modo, sino que lo ha depositado en un amor más grande que el propio. Se aleja de la situación de alarma constante y encuentra más tranquilidad al abandonarse en él. Cuando ponemos a Dios primero, podemos “fluir” mejor.

Ser fuertes en el amor

La esperanza nos impulsa a amar y nos motiva a hacer más por cuidarnos. Leer, escuchar música, hacer ejercicio, dormir las horas necesarias y alimentarse equilibradamente. Aspirar a ser nuestra mejor versión. Esto se comprende desde el amor. Experimentarlo y hacerlo propio, para encontrar la grandeza en uno, su dignidad y el valor propio de su humanidad.

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