Junto a centenares de católicos, esta conversa sufrió el martirio y pagó con su vida la defensa de su religión
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
En la primavera de 1801, en Corea se vivió uno de los episodios más dramáticos contra los católicos en Oriente. Ordenada desde la misma cúpula del poder, los reyes Sunjo y Jeongsun, de la dinastía Joseon, decretaron la persecución implacable de todos los católicos que vivían en Corea. Una persecución que se cobró la vida de más de trescientos católicos y católicas que no solo fallecieron sino que sufrieron previamente martirio.
Una de aquellas muchas personas con firme determinación a no renegar de sus principios religiosos, fue Bibiana Mun Yeong-In. Había nacido hacia 1776 en Seul, en el seno de una familia sencilla y sin ninguna vinculación al catolicismo. La suya era una vida normal en la que aprendió a leer y escribir y pronto despuntó por su belleza. Una belleza e inteligencia que llamaron la atención de los miembros de la corte reclamando su presencia en ella cuando contaba con apenas siete años de edad.
Allí permanecería el resto de su infancia y juventud hasta que a los veintiún años abandonó palacio temporalmente a causa de una enfermedad. Fue en aquel momento que su vida cambiaría para siempre cuando entró en contacto con personas afines a la fe católica.
Entre ellas, Columba Kang Wan-Suk, quien guiaría sus pasos para convertirse y ser bautizada al poco tiempo. Bibiana fue una de las muchas personas coreanas que abrazaron el catolicismo de mayor, tal y como recordaría el papa Francisco en su homilía durante la beatificación de mártires coreanos: “La fe cristiana no llegó a las costas de Corea a través de los misioneros; sino que entró por el corazón y la mente de los propios coreanos. En efecto, fue suscitada por la curiosidad intelectual, por la búsqueda de la verdad religiosa. Tras un encuentro inicial con el Evangelio, los primeros cristianos coreanos abrieron su mente a Jesús.”
Aquella fue una época feliz para Bibiana, quien asistía a misa y participaba de las reuniones de católicos en las que poco a poco fue afianzando su propia fe.
Pero tuvo que regresar a la corte donde no era muy conveniente para su seguridad que expusiera públicamente sus ideales en cuanto al catolicismo así que los próximos años los pasó rezando en silencio y procurando que nadie se diera cuenta.
Sin embargo, Bibiana terminó siendo descubierta y no solo fue expulsada de palacio sino que su propia familia, al conocer dicha expulsión y la razón que había llevado a ella, la repudiaron sin remisión.
Bibiana sufrió la pérdida de su familia pero encontró consuelo en otra familia, la de los católicos que la acogieron y ayudaron a seguir adelante con su vida. Una vida que terminaría siendo tristemente breve.
En 1801, los católicos de Corea se enfrentaron a la persecución a causa de su fe, conocida como la Persecución Shinyu. Era solo cuestión de tiempo que Bibiana fuera detenida y encarcelada.
A pesar de que en un primer momento de desesperación quiso salvar su vida renegando de su fe, pronto se dio cuenta que debía ser fiel a su corazón y terminó reafirmando sus creencias delante de sus carceleros. Lo que le valió sufrir torturas y ser condenada a muerte.
Tenía tan solo veinticinco años cuando Bibiana Mun Yeong-In fue decapitada junto a otros católicos que se negaron a abandonar su fe.
El 16 de agosto de 2014, el papa Francisco beatificaba a Bibiana junto a más de un centenar de mártires coreanos. De ellos, destacó su valentía y la importancia que tenían como ejemplo de defensores de la fe: “En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir”.