Es la voz de Olaf en Frozen, canta, compone, tiene una habilidad para hacer poemas en canción, es un trovador enamorado de la María Virgen María y enamorado de su esposa.
David Filio nos comparte a Aleteia, su historia desde niño y como ha logrado vencer con la oración y los sacramentos, la ira, la tristeza, la depresión. Para David la oración lo alcanza todo, lo vence todo.
David, gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia-España. ¿Puedes decirnos tu nombre completo, de dónde eres y a qué te dedicas?
Yo nací en Ciudad de México el 7 de diciembre de 1962. Afortunadamente crecí en una familia donde la música y el arte estaban muy presentes. Mi mamá, Filia Leonor Herrera Álvarez, tocaba el piano, y mi padre, Salvador Gómez Castellanos, era un comediante muy simpático. Yo me llamo David Gómez Herrera. Nos dicen “los Filios” porque mi mamá se llamaba Filia; entonces, desde que éramos muy pequeños y nos llevaban al catecismo o a la escuela siempre nos decían: “Ahí vienen los Filios”.
Más adelante, cuando ya éramos más que adolescentes, mi hermano Alejandro fue el primero en meterse formalmente en la música, y adoptó el nombre de Alejandro Filio en homenaje a mi madre. Y desde entonces todos los hermanos nos empezamos a poner así: Gabriel Filio, Mariana Filio, etc.
¿Cómo fue tu niñez? ¿Qué otros valores te transmitieron tus padres?
Como mi padre era un hombre que no tenía un trabajo constante, hasta que era contratado por alguna empresa, entonces vivíamos al día; y con ello nos inculcaron la esperanza.
Mi madre fue una mujer muy religiosa, y a todos nos inculcó la oración y el estar cerca de Dios. Mi padre también, aunque era un poquito menos ocupado en esto; pero como mi madre estaba siempre con nosotros en casa, esa figura antigua del ama de casa y que prácticamente ya no existe, entonces verdaderamente estaba todo el día atendiendo a sus hijos, siendo la primera en levantarse al amanecer, y la última en acostarse.
Y ella estaba muy ocupada en educarnos en la fe, en los valores, en la ética, en el respeto a todos, en la solidaridad. Y en una familia donde hay tantos hermanos tienes que aprender a compartir, a perdonar, a aceptar disculpas, a colaborar; tienes que adaptarte a todo lo que está sucediendo, y si tienes que prestar tu camita para que duerma un primo que llegó de visita, pues lo haces; y si nos tenemos que organizar para comer de cinco en cinco porque no cabemos en la mesa, pues se hace.
Así que crecí en una infancia muy compartida.
¿Cuántos miembros había en tu hogar? ¿Tienes recuerdos bonitos?
Éramos diez hermanos, más mi papá y mi mamá. Yo soy el cuarto de los diez hermanos; cada año nacía uno nuevo. Y la verdad es que era muy divertido; ahora veo familias donde hay un solo hijo, o si acaso dos.
En mi actual familia, mi esposa sólo quiso tener tres hijos, y la verdad es que a mí se me hace muy poquito, ¡esto está vacío!
Era tan divertido estar en casa, donde cada hermano tenía su propia personalidad y su estilo. Y a veces te tocaba cuidar a alguno de tus hermanos menores pues, así como alguien te cuidó, tú también tienes que cuidar a alguien.
David, ¿aún viven todos tus hermanos?
Sí, los diez estamos vivos; mi madre falleció en 2001 y mi padre en 2004. Sólo uno de mis hermanos no tiene hijos, pero tiene un montón de sobrinos y con eso es suficiente. Y estamos bien.
Sin hablar del dinero o de lo material, ¿qué fue lo que te heredó tu papá y lo que te heredó tu mamá?
Mi padre nos heredó un talento especial. Era comediante e imitador de voces, y empezó a trabajar desde muy chavito; tenía una voz especial, y él fue el primer imitador de Latinoamérica, de habla hispana, “no el mejor pero sí el primero”, nos decía. Y era muy curioso y divertido despertar con un papá que hacía vocecitas para que ya nos levantáramos; te despertaba con la voz de Tin Tan, de Clavillazo, de Capulina, de Chabelo, de Agustín Lara o hablando igualito que Cantinflas con un: “Oiga usted, chato, ya es hora de despertar; no vaya usted a llegar tarde a la escuela”.
Así que desde chavitos nos educamos en entender que la voz era un modo y un medio para comunicarnos; no solamente para decirnos cosas sino para conectar con el mundo, para transmitir emociones, alegrías, tristezas y mensajes en particular.
Y pues así crecimos, explotando nuestra voz al máximo; todos en la familia, los diez hermanos, tenemos algo de escribir, de cantar, de hacer locución.
Mi madre, concertista de piano, todo el tiempo oía música, sobre todo a Chopin, que era su máximo. Todos los días oíamos los discos de mi mamá, y nos contaba anécdotas muy bellas de cuando tocaba y daba sus conciertos, y de cuando ensayaba o estaba practicando sus lecciones.
Nos tocó tener una mamá muy cercana a Dios, que nos llevaba al catecismo, nos enseñaba a rezar; todos los días, al despertar, empezábamos con una oración, y en la noche nos dormíamos después de orar.
El crecer en un ambiente así te da una seguridad y una claridad de que estás en un lugar donde debes estar, donde te sientes bien, donde hay mucho amor. Y lo menos que tú puedes hacer es aportar algo similar.
En ese sentido puedo decir que fuimos “entrenados” para dar lo que podemos dar.
¿Alguna vez viste a tu madre frustrada por dejar su carrera y su aspiración profesional a cambio de atender a diez hijos y a un esposo? ¿La viste triste porque no se lleva el éxito profesional con la maternidad, en los términos en los que ahora vivimos?
Mi mamá era una mujer que se adaptaba muy bien; muy paciente, muy silenciosa, muy prudente. Quizá nunca nos exteriorizó si estaba o no frustrada, pero lo que sí nos exteriorizaba es que estaba muy feliz con nosotros, sus hijos.
Amaba también muchísimo a mi padre, lo amó profundamente siempre. Alguna vez me tocó verla un poco triste, porque mi papá viajaba mucho, se iba mucho de giras; tengo el recuerdo de que alguna vez, en el cuarto donde dormíamos todos los niñitos –que en ese entonces éramos como 6, porque tengo la imagen de una cuna y cinco camitas–, estábamos jugando y de pronto hicimos una travesura (o una diablura, como decía mi mamá), al riel de la puerta corrediza que daba a un jardincito, le echamos arena, y entonces ya no cerraba, se trabó. Ya se acercaba la noche, y mi mamá se puso muy triste y angustiada porque no pudo cerrarla; y ahí estábamos todos los niñitos, como enanos de Blanca Nieves, empujando también.
Mi papá no estaba, y recuerdo que mi mamá se fue a su cuarto y trató de llamar a mi abuelo, pero no lo encontraba; y hasta la vi llorando, muy angustiada por la seguridad de sus hijos. Finalmente pudo hablar con mi abuelo y le decía: “¡Es que va a hacer frío, y mis hijitos se tienen que bañar y acostar, y se van a enfermar porque la puerta está abierta!”. Y en eso el mayor de mis hermanos corrió por aceite y lo extendió con ayuda de un palito por todo el carril, y entonces empujamos y sí logramos cerrar todos los niños la puerta, y fuimos corriendo a darle la noticia a mi mamá. Fue la única vez que recuerdo haberla visto llorando angustiada.
En general ella siempre estaba muy segura en Dios, segura de que Él nunca nos dejaba; y era “padrísimo” porque ella nos contaba historias, cuentos. Después ya supe que lo que nos contaba era el Evangelio, pero a manera de cuentos. Nos enseñó a entender que Jesús es hermoso, generoso, bueno, amable, siempre dispuesto a ayudar. Cuando acabábamos de desayunar o comer nos decía mi mamá: “Todos, chiquitos, recojan su platito, vayan y lávenlo, ¿qué haría Jesús?”.
Así que crecí de esa forma. Todavía ahora he encontrado muchas respuestas a mi vida con esa hermosa frase de mi madre: “¿Qué haría Jesús?”. Finalmente, mi madre nos heredó mucha certeza, mucha claridad en el sentido de alimentar todos los días la fe; porque desde que te bautizan recibes el don de la fe, pero si no lo alimentas se va apagando o se queda ahí nomás como una medallita que te cuelgas pero que no te aporta mayor cosa. Y eso es algo que mi madre nos decía todos los días: “Hay que alimentar la llamita de la fe; se les está apagando la llamita de la fe, niños; vayan a Misa a aprender”.
Y hasta el día de hoy continúo siguiendo sus consejos hermosos y sabios. Eso me da mucha tranquilidad, incluso con lo que estamos viviendo ahora. A veces nos juntamos los hermanos por “Zoom”, y si alguno está más angustiado que los otros, decimos: “No se angustien, estamos en manos de Dios. ¿Qué haría Jesús en esta situación? Estaría tranquilo”.
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