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Escuelas de todo el mundo que luchan para que los niños vuelvan a clases

SCHOOL

NARAYAN MAHARJAN | NURPHOTO | AFP

John Burger - publicado el 05/10/20

La interrupción de la educación por la COVID-10 está teniendo efectos devastadores en algunas partes del mundo

En Estados Unidos, los distritos escolares continúan haciendo equilibrios entre la necesidad de mantener un aprendizaje activo en los estudiantes y la preocupación por la propagación de la COVID-19. En otras partes del mundo, muchos niños ni siquiera tienen la opción de volver a clase.

Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef, declaró recientemente que la mitad de la población estudiantil del mundo sigue sin poder regresar a sus clases.

“Hoy, casi nueve meses desde el comienzo del brote de coronavirus, 872 millones de estudiantes —la mitad de la población estudiantil mundial— en 51 países no pueden volver a clase”, afirmó Fore el 15 de septiembre en una rueda de prensa conjunta de Unesco, Unicef y la OMS en Nueva York.

Incluso en Estados Unidos, en distritos donde la enseñanza aún se desarrolla a través de Internet, muchos estudiantes no aparecen en sus sesiones de Zoom, según algunos informes.

Sin embargo, en algunas partes del mundo ni siquiera hay nada parecido a una “educación a distancia”, ya sea por Internet, televisión o radio.

“En las áreas rurales, mucha gente no tiene acceso a electricidad, mucho menos a Internet”, afirmó desde Delhi el padre Joson Tharakan, coordinador de país en India para la organización benéfica Mary’s Meals. “Incluso si hay accesibilidad, muchas personas no tienen plataformas. Tenemos 102 escuelas donde funcionamos con normalidad, como en prepandemia, pero ninguna ha podido abrir y ninguna tiene clases online. Los niños no tienen equipamiento; no hay Internet y muchos profesores no están formados. Muchos profesores ni siquiera tienen equipamiento tampoco”.

India ha ordenado que la escuela elemental y la secundaria permanezcan cerradas indefinidamente, afectando así a más de 200 millones de niños, según informa The New York Times. Algunos profesores están haciendo llamadas a los domicilios y enseñando en grupos pequeños. Los jóvenes que se preparan para la universidad tienen permitido ir a clase, pero la gran mayoría de los estudiantes están desocupados o buscando maneras de ayudar económicamente a sus familias.

“Las personas más afectadas y aquejadas son los niños en las áreas rurales, los niños pobres”, dijo el padre Tharakan en una entrevista la semana pasada. “En los pueblos, los niños no tienen nada que hacer, si no es ayudar con los cultivos si su familia tiene tierras. (…) Nuestras escuelas urbanas de barrios pobres están en una situación de inactividad, no hay ningún tipo de enseñanza, porque la mayoría de los niños están desplazados y, para los que quedan, son tiempos de supervivencia, porque lo que intentan es encontrar comida; los padres intentan buscar algo de trabajo, y nada más”.

El padre Tharakan afirmó que los niños indios “no saben cómo pasar el tiempo”, así que hay mucha ansiedad e inquietud. No hay libros que leer o televisión que ver.

Lo crucial es que los niños están perdiendo el hábito de aprender.

“Solía haber una cultura de ir a la escuela”, explicó. “La vida parece no tener propósito; solamente se levantan por la mañana y deambulan por donde pueden”.

La organización Mary’s Meals, fundada por un criador de salmones escocés y operativa ahora en 19 países, ofrece comidas en un entorno escolar para que los niños de algunas de las zonas más pobres del mundo puedan continuar con su educación. Durante la pandemia, según afirmó el padre Tharakan, la organización benéfica continúa suministrando productos básicos que los padres pueden recoger en las escuelas y cocinar en casa.

De forma similar, el Programa McGovern-Dole de Alimentos para la Educación de Estados Unidos vincula el suministro de alimentos con la presencia de los niños en clase y en, al menos, dos países africanos, el personal de Catholic Relief Services (CRS) intenta continuar con su labor de administración del programa en sus sedes.

Bernard Ndi, director del CRS para el proyecto McGovern-Dole en Sierra Leona, que beneficia a unos 60.000 niños en 310 escuelas, afirmó que hay emoción por la reapertura de las escuelas prevista para el próximo lunes, pero también “mucha ansiedad e incertidumbre”.

“Los padres son escépticos sobre cómo funcionará el nuevo año escolar en el contexto de la COVID-19”, contó Ndi por correo electrónico a Aleteia. “Hay preocupación en muchas comunidades por que los profesores abandonen sus escuelas para buscar trabajo remunerado. En la mayoría de las escuelas beneficiarias del programa Alimentos para la Educación apoyado por CRS, la mayoría de los profesores son voluntarios, lo que implica que no reciben nómina del Gobierno, sino que dependen de la remuneración de las comunidades y del programa de alimentos escolar. Cuando la escuela cierra, es más probable que se reubiquen en otras áreas con más oportunidades laborales”.

Cuando las escuelas cerraron, el Gobierno y algunos socios intentaron continuar la educación a través de la radio, y el proyecto tuvo cierto éxito, según explica Ndi. Pero algunas comunidades no se beneficiaron de ello debido a que las señales de radio no les llegaban. CRS intervino adquiriendo dos transmisores de radio para recibir señal de los distritos de Koinadugu y de Falaba.

En Mali, donde la asociación CRS-McGovern-Dole alimenta a más de 77.000 niños en 291 escuelas, el pasado año académico sufrió un doble golpe. Las clases empezaron en octubre, pero se suspendieron por una huelga de profesores en diciembre. Luego, justo un mes después de que se reanudara la escuela en febrero, cerraron otra vez por el coronavirus.

“La situación que afrontamos con la COVID-19 es realmente mala”, afirmó el representante de CRS en Mali, Edouard Nonguierma. “Además, nos enfrentamos a problemas de seguridad también. Y las zonas rurales se ven afectadas por el cambio climático”.

Nonguierma afirmó que el Gobierno intentó establecer la educación a distancia a través de radio y televisión, pero en las zonas rurales la gente no tiene televisión. Y muchas personas no tienen radio. “Contactamos con nuestros comités de gestión escolar para buscar una manera de que los estudiantes pudieran juntarse en torno a una radio común sin crear oportunidades de difusión de la COVID”, explicó. “También intentamos distribuir manuales escolares dentro de nuestra área de proyecto para que los estudiantes puedan seguir leyendo en casa. Esto ayudó en los casos en que los padres estaban muy implicados en el apoyo de la educación de sus hijos, pero en las zonas rurales tienden a preferir a llevar a sus hijos al campo a ayudar con los cultivos”.

Sin embargo, las escuelas volvieron a abrir hace poco, según cuenta Nonguierma, y, al menos, hay una sensación de esperanza en el aire.

Mientras tanto, en Belén, los estudiantes que viven en el Colegio Franciscano para Chicos asumieron un enfoque proactivo. El centro, fundado en 2007 como afiliado de la Terra Sancta College, busca abrir una nueva ventana de esperanza y sustento para un futuro mejor a chicos de entre 6 y 18 años provenientes de familias desestructuradas.

Durante la pandemia, los 33 jóvenes recaudaron dinero y repartieron comida y suministros básicos a los residentes ancianos de Jerusalén y Belén incapaces de salir de sus hogares. Los muchachos repartieron cajas con productos básicos como agua, leche, pan, huevos, latas de atún y pollo en los umbrales de las casas.

“Facilitar que estos jóvenes organicen un proyecto así que continúa cada semana es bueno para ellos psicológicamente”, dijo el sacerdote franciscano Peter F. Vasko, presidente de la Fundación Franciscana para Tierra Santa, que donó 20.000 dólares a la causa. “Están haciendo algo bueno por sus prójimos y están participando en el cuidado de la comunidad”.

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