Hay errores en la vida que tal vez pueden ser mi salvación. Equivocaciones en los caminos que me llevan a casa
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Las cosas no siempre son lo que parecen. Las apariencias me confunden. Me dejo engañar por mi ojo, por mi percepción de las cosas, por mi mirada llena de prejuicios. Hay errores en la vida que tal vez pueden ser mi salvación. Equivocaciones en los caminos que me llevan a casa.
Puede haber pérdidas que saquen lo mejor de mi alma. Contratiempos que despierten fuerzas que desconocía. Puedo emprender el mismo camino demasiadas veces. Y subir la misma cuesta pensando que tenía que bajarla.
Puedo regresar al punto de partida cuando me parecía que las cosas estaban yendo de forma perfecta. Puede ser que los cielos se rompan con el sol cuando temía las peores lluvias. Y el frío puede helar mis huesos esperando ese calor que me haga arder por dentro.
Tengo miedo de las decisiones que nunca tomo. Y me asustan menos las palabras nunca dichas que las que expreso temeroso. La luz del sol es más fuerte de lo que pienso cuando miro al sol cara a cara. Y la noche es más oscura cuando las nubes cubren las estrellas.
Tengo una esperanza dormida en mi vientre esperando a que nazca un hijo de mis entrañas. Sé que la vida que no se entrega se muere y los sueños que no se sueñan, se olvidan. Llevo una vida entera grabada en la piel, muy dentro del alma. Y sé que si camino despacio llegaré al mismo sitio que cuando corro.
Por eso no me da miedo confundir los destinos ni inventarme rutas que me alejen del centro. Porque al fin y al cabo la vida son dos días, y los deseos que brotan dentro de mi alma son eternos.
No pretendo tener todas las respuestas. Ni encontrar todas las rutas. Sólo quiero caminar tranquilo. Y mantener esa ingenuidad tan propia de los niños. Me da miedo que me engañen, que se aprovechen de mi bondad, de mi mirada. Podré ser engañado, todo es posible. No me asusta. Porque la vida es mejor de lo que yo había pensado, cuando la soñaba. Y las sorpresas son más en mis noches oscuras.
Y confío, sí, ingenuamente como un niño, en un final feliz para mis pasos. Por eso no me da miedo ni caminar a oscuras, ni desconocer el camino. Prefiero confiar en la mano dispuesta a sujetarme en la caída.
Y creo en la misericordia que no es el pago por aquello a lo que creo tener derecho. Me tatúo en el alma la palabra gratuidad, para no vivir exigiendo y demandando que me den lo que me deben. Prefiero ser engañado a engañar. Perder la vida que guardarla a salvo. Salir herido dando lo que tengo que vivir sin rasguños protegiendo mi fama.
Prefiero arriesgarme antes que nunca jugar, guardándome las espaldas. Prefiero decir lo que pienso y siento aunque eso no guste a todos y ofenda a algunos. No pretendo herir, sólo ser sincero. Prefiero emprender el camino una y mil veces aunque me confunda. Antes que quedarme escondido para evitar los errores.
¿Será verdad que un error pueda salvar mi vida? todo es posible. Hay errores que me llevan a encontrarme conmigo mismo en medio de mis dolores. Hay pérdidas que me permiten encontrarme conmigo mismo y con los que más amo. Hay decisiones incomprendidas. Y otras que son esperadas y nunca llego a tomar.
Hay viento en mi alma en calma. Y hay lluvia dentro de mi desierto. Sólo espero perder la vida para ganarla. Y amar hasta el extremo para encontrar misericordia. Sólo eso le pido a Dios, al cielo. y un alma de niño para no temer los conflictos, los desencuentros. Necesito confiar cuando todo parece perdido.
El P. Kentenich comentaba al comenzar su exilio en 1953: «A mí personalmente me va bien. No se preocupe por mi futuro porque está en buenas manos»[1].
Saber vivir en buenas manos marca la diferencia. Manos que protegen y cuidan. Manos que conducen y rescatan. Manos que sostienen y levantan. Buenas manos del Dios que me ama por encima de mis desamores. Y me levantan cuando no tengo fuerzas para seguir luchando.
Esa confianza ingenua de los niños que creen lo imposible. Y ven en la noche la luz que abre caminos en el cielo.
«Debemos adquirir la confianza inconmovible de que Él está en nosotros y nosotros en Él. La debilidad conocida y reconocida del hijo significa la omnipotencia del hijo y la impotencia del Padre»[2].
Me siento débil en el camino de la vida. Débil, imperfecto, pecador. No me siento orgulloso al reconocerlo. De hecho, a veces mi orgullo querría que lo hiciera todo bien. Se empeña incluso en querer parecer perfecto ante los demás.
Pero es sólo esa vana apariencia. No es posible, no lo consigo después de mil intentos y me duele el alma al comprobar que el barro de mi vida se deshace como polvo sin poder yo evitarlo. Y sin que Dios pueda darle una forma definitiva.
Confío en su poder, en la hondura de su amor. Sé que ama más de lo que yo me amo. Será quizás el problema del hombre su incapacidad para amarse bien. Por eso me comparo y mendigo amor por los caminos.
Desfallezco en ese intento vulgar por ser mejor bajo el maquillaje de la piel. Ocultando en mil cirugías los desperfectos que me ha dejado el camino en mi carne débil.
[1] Hna Doria. Las luchas continúan, una vida al pie del volcán
[2] King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor