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Eutanasia: ¿Cuál es el verdadero motivo?

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Miguel Pastorino - publicado el 19/09/20

Eutanasia y responsabilidad política: ¿A dónde nos dirigimos?

Para los expertos en bioética la eutanasia no tiene sentido si la causa que la motiva puede ser eliminada por otros medios, en este caso el sufrimiento. Y una sociedad tiene deberes prioritarios para plantearse antes de discutir la posibilidad de despenalizar la eutanasia.

La universalización de los cuidados paliativos consigue que el dolor deje de ser insoportable, con lo cual no habría razón para plantear opciones a un problema que puede resolverse realmente y no hipotéticamente: puede no existir un sufrimiento insoportable si las personas son debidamente aliviadas, acompañadas y están bien atendidas.

Se reitera insistentemente entre los promotores de la eutanasia y el suicidio asistido que los Cuidados Paliativos y la eutanasia no se oponen, y que quienes afirman tal oposición se equivocan.

Según una opinión que se extiende sin mucho análisis ni profundidad, no habría oposición, sino que cada uno podría elegir todas las opciones que su sistema de salud le ofrezca. ¿Es así?

Es cierto que en los hechos pueden coexistir, pero también es cierto que la Eutanasia desplaza a los Cuidados Paliativos. Pero lo más importante es que efectivamente se oponen en su finalidad, porque los Cuidados Paliativos tienen por objetivo eliminar el sufrimiento y no al que sufre, en cambio la eutanasia tiene por objetivo el eliminar al que sufre para eliminar con él también su sufrimiento. No son complementarias acciones opuestas: Aliviar al que sufre no se complementa con eliminarlo. Ayudar a morir no es sinónimo de matar.

La hipocresía social de promover la eutanasia

La verdad es que atender peticiones de morir sin procurar que cambien las condiciones de asistencia a los enfermos y a las personas en situaciones difíciles es una hipocresía social que abre la opción de matar al enfermo por no procurarle alivio a su sufrimiento, escudándose en que es una decisión libre del paciente.

La verdad es que la despenalización de la eutanasia y el suicidio asistido no anima a los equipos médicos a poner lo mejor de sí para acompañar y aliviar el sufrimiento de los pacientes.

La opción rápida de eliminar al paciente no los mueve a tomarse el tiempo necesario para buscar alternativas. En algunos proyectos de Ley ni siquiera se propone que el discernimiento lo haga un especialista en Cuidados Paliativos, ni un psiquiatra, sino cualquier médico, con lo cual se hace responsable a alguien que puede no saber lo suficiente sobre cómo acabar con un sufrimiento insoportable, ni como acompañar un proceso de preparación para morir.

La evidencia de varios estudios muestra que donde se despenaliza el suicidio asistido y la eutanasia las unidades de cuidados paliativos se van reduciendo considerablemente. Por ello son opciones opuestas para una sociedad y especialmente para el personal de salud.

Elegir el camino de la eutanasia es abandonar en los hechos los cuidados paliativos. La despenalización claramente no termina con el problema que quiere solucionar, sino que lo agrava.

Las personas sufren mucho por sentirse solos, abandonados o por verse como una carga económica. Por ello el mayor desafío para nuestras sociedades es pensar si no tenemos el deber prioritario de atender con delicadeza y con toda la ayuda posible a quienes al final de su vida se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad y dependencia.

¿La llamada “Pendiente resbaladiza” es real?

La experiencia internacional muestra con evidencia aplastante que si se abre un poco la puerta a la eutanasia y el suicidio asistido, luego no se hace fácil poner límites a los abusos y a la extensión de tipos de pacientes.

Y aunque algunos argumenten que un primer paso de aprobar el suicidio asistido no implica con garantías jurídicas la necesidad de ampliar la práctica eutanásica a otras personas, ni que el mal uso del instrumento legal o el abuso pueden deslegitimar la propuesta, lo cierto es que en los hechos efectivamente sucede. Una vez aceptada la eutanasia, la mayoría de la población acepta con mayor facilidad la ampliación de tal práctica.

En 2010, en Bélgica se eliminó a 900 personas por eutanasia y en 2019 fueron casi 2.700. En Canadá en 2019 el gobierno publicó un informe sobre eutanasia, donde se demuestra que en apenas dos años de normalización de la oferta eutanásica se ha doblado el número de personas que piden suicidio asistido: En 2017 fueron 2.800 casos, mientras que en 2019 llegaron a 5.600.

Del personal de salud que ejecutó a las personas, solo un 6% consultó a un psiquiatra, con lo cual uno podría preguntarse cuántos casos de suicidios por depresión no tratada se realizaron.

En Holanda el total de muertes intencionales en contexto médico en 1990 llegó a 15.400, mientras que en 2001 llegaron a 31.600 (British Medical Journal, 2004).

El Dr. Manuel Martínez-Sellés, catedrático de Medicina y jefe de Cardiología del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y autor del libro Eutanasia, un análisis a la luz de la ciencia y la antropología (Rialp) advierte: “La historia nos demuestra lo rápido que se llega a la eutanasia en enfermos psiquiátricos, dementes, ancianos vulnerables y recién nacidos discapacitados. En Holanda la eutanasia se aplica ya no sólo a enfermos, sino simplemente a gente que no quiere vivir, sin que exista razón médica. Además, la eutanasia tiende a hacerse especialmente accesible y es dirigida de forma prioritaria a las clases económicamente más débiles, los grupos étnicos desfavorecidos y a las personas más vulnerables.  Al limitar la oferta en cuidados paliativos, estos se pueden convertir en un lujo para aquellos con determinado poder adquisitivo”.

El profesor Diego Gracia Guillén, médico y filósofo, experto en psiquiatría y uno de los grandes referentes españoles en bioética, en su comparecencia el 16 de junio de 1998 en la Comisión del Senado afirmó: “La acción transitiva que se realiza en el cuerpo de otra persona para poner fin a la vida, a mí me parece que es peligrosa porque abre un camino que luego es difícil de parar. Este es el famoso argumento de la pendiente resbaladiza. Esto en ética es importante porque la prudencia es la virtud que intenta prever las consecuencias y evitar decisiones de las que nos podamos arrepentir después. Pero si esto es ética, también es política. Es decir, en política y en legislación, me parece que argumentos como el de la pendiente resbaladiza tienen que ser muy tenidos en cuenta. El tema de la sutil coacción de las personas que ya no tienen una gran autonomía, en el sentido de que son muy dependientes de otras, también habría que tenerlo en cuenta; yo, por lo menos, así lo haría”.

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