Aunque todos usen la expresión “morir dignamente” o “muerte digna”, no todos hablan de lo mismo. Para unos representa un crimen inhumano y para otros un acto humanitario de profunda compasión, lo cual resulta paradójico.
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Se define a la eutanasia como “causar la muerte sin dolor a una persona con la finalidad de poner fin a sus sufrimientos” (RAE), y puede ser solicitada por el paciente (suicidio asistido) o aplicada sobre alguien de quien se pronostica que no alcanzará un mínimo de calidad de vida aceptable según diversos criterios.
Ninguna de estas acepciones recoge el uso clásico del término (buena muerte); y aquí se encuentra el núcleo del debate ético: ¿es lícito provocar la muerte intencionalmente en un contexto médico?
En el otro extremo aparece la distanasia o ensañamiento terapéutico -el opuesto a la eutanasia- que consiste en retrasar la muerte a cualquier precio, por todos los medios posibles, aunque el pronóstico no abrigue ninguna esperanza y aunque eso signifique sumarle sufrimientos al moribundo. Esto es rechazable éticamente por todas las posturas que discuten la eutanasia.
Quienes se oponen a la eutanasia, también rechazan alargar la vida innecesariamente. Muchos creen erróneamente que oponerse a la obstinación terapéutica es defender la eutanasia, lo cual lleva a que muchos afirmen estar a favor sin comprender estas distinciones y su complejidad.
Para designar la actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable en fase terminal, se ha utilizado en bioética el término “ortotanasia”. Significa no alargar la vida innecesariamente, pero tampoco acelerar la muerte intencionalmente, sino acompañar y aliviar el sufrimiento para ayudar a morir bien (Cuidados Paliativos).
¿Ética laica vs. ética religiosa?
Generalmente se piensa -y hasta se usa como argumento- que quienes se oponen a la eutanasia es por razones religiosas, por su moral teológica que considera que toda vida pertenece a Dios y por ello no pueden aceptar que alguien pueda decidir cómo disponer de su vida.
Es cierto que hay personas que, por su fe, generalmente judía, cristiana o islámica, tengan sus razones basadas en su visión del mundo. Pero es un grave error generalizarlo a todo el que se oponga y entorpece un debate racional.
La verdad es que existen diversas éticas en nuestras sociedades plurales y existen éticas laicas que se oponen a la eutanasia, como la ética de la responsabilidad de Hans Jonas, así como éticas del cuidado o las que tienen una mirada crítica sobre los excesos del individualismo (Taylor), mientras que algunas éticas religiosas como de algunas corrientes dentro del hinduísmo y del budismo no la condenan.
Es una caricatura de la realidad identificar religión con oposición a la eutanasia y es un dilema ético que atraviesa diferentes posturas filosóficas. Los Derechos Humanos no están basados en cuestiones teológicas y se sostienen en la defensa de la dignidad de todo ser humano.
Los pocos países que han despenalizado la eutanasia violentan con eufemismos los cimientos de los Derechos Humanos fundamentales.
A su vez para las éticas de fundamento religioso la vida no siempre es un valor absoluto, sino fundamental y primario, porque el único absoluto en sentido estricto es Dios, ya que alguien puede dar su vida por la fe. La vida en éticas teológicas puede ser incluso relativa respecto de valores más altos como la justicia o el amor a los demás.
Por otra parte, muchas personas con convicciones religiosas, cuando debaten con argumentos racionales cuyos principios son estrictamente filosóficos, se los pretende desautorizar como si por ser religiosos no pudieran opinar con la misma objetividad que quien es ateo o agnóstico, lo cual es absurdo, porque todos tienen una visión del mundo y de la vida que no tienen por qué aceptar todos, sin embargo, pueden presentar sus razones en el debate público.
¿Y la libertad del paciente?
Una cosa es la libertad de una voluntad anticipada, donde uno puede decidir oponerse a recibir tratamientos innecesarios o a que prolonguen su vida más allá de sus posibilidades naturales.
Pero cuando se dice: “Es el derecho del paciente pedir la muerte”. ¿Es tan libre realmente? Algunas posturas ultraliberales parten de una idea de libertad muy idealista. La libertad humana está siempre condicionada, situada; y más todavía la de una persona vulnerable que sufre y que no tiene todos los elementos a la vista para poder elegir con claridad.
No es algo simple, porque bajo presiones afectivas, sociales y económicas, las personas no deciden con plena libertad cuando sufren mucho. El suicida generalmente quiere acabar con su sufrimiento o el de sus seres queridos, no con su vida.
No pocas veces el ideal de libertad individual se absolutiza sin pensar en las consecuencias sociales. La eutanasia es una decisión que no afecta solo al que la pide. En la medida en que la eutanasia sea una alternativa al enfermo, lo será también para su entorno, especialmente para sus familiares, amigos, acompañantes y de los médicos que lo tratan.
Todos tendrán presente que ese sufrimiento tiene una “solución rápida” que depende de la decisión del enfermo. Aunque nadie lo diga, todos sabrán que hay una puerta de salida para evitar problemas a otros. ¿No es acaso una carga demasiado pesada para el paciente? ¿No le estamos tirando un salvavidas de plomo al que más sufre?
¿Puede el médico o el legislador asegurar, sin margen de dudas, que el enfermo desea morir y no -por ejemplo- dejar de ser una carga para su familia? Habilitando esta opción, ¿no estaríamos favoreciendo más abusos de conciencia hacia la población más vulnerable? Y de la mano de esto, ¿no se carga aquí al médico con una potestad sagrada de omnisciencia?
¿Muerte digna? Los eufemismos en el lenguaje
Para hablar de eutanasia se utilizan expresiones que distorsionan la realidad: “muerte digna”, “acto humanitario”, “acto compasivo”, incluso como “acto de amor”. Pero es importante llamar a las cosas por su nombre para no confundir.
Una muerte digna es un derecho, pero no es ser asesinado o asistido para suicidarse, sino morir en forma natural, sin dolor, en paz, acompañado y respetado conforme a la dignidad humana. La dignidad de la muerte se identifica con darle sentido, no con un acto veterinario. La eutanasia no es dar una muerte digna, sino ignorar la dignidad humana.
Ayudar a morir es asistir para prepararse para la muerte, no matar a la persona. Ayudar a morir no es matar al paciente, sino aliviarlo, acompañarlo y respetarlo en su dignidad humana, ayudándolo a vivir con paz el final de su vida, sin prologar su vida innecesariamente.
Un acto humanitario y compasivo no es la eutanasia ni el suicidio asistido, sino eliminar el sufrimiento de las personas, ayudándoles a vivir con sentido sin importar su condición.
Respetar la libertad del paciente no es abandonarlo a su sufrimiento y el sinsentido, sino respetar su decisión de no recibir tratamientos innecesarios y hacer todo lo posible por aliviarle, así como protegerlo en su vulnerabilidad de cualquier manipulación emocional.
La alternativa al sufrimiento es el alivio y el cuidado, no matar a las personas o normalizarles el suicidio. El verdadero progreso de una sociedad es cuando esta defiende los intereses de los más vulnerables.
Por otra parte, la eutanasia y el suicidio asistido no son una cuestión exclusivamente individual, sino fundamentalmente un hecho social, y despenalizarlos afecta a todos los ciudadanos, no solo a casos particulares. El Estado no puede legislar para intereses particulares, sino para el bien de los ciudadanos, cuidando el bien superior de los intereses particulares.
Si bien moralmente alguien puede decir que “tiene derecho a morir” en un sentido ético de su libertad, no existe el derecho a morir en sentido jurídico, porque no comporta ninguna obligación. Más bien el Estado ha de proteger a sus ciudadanos y no procurarles la muerte. La confusión del uso del término “derecho” llega a límites absurdos, porque el bien a proteger es la vida, no legalizar formas de homicidio.
Incluir la eutanasia en la lista de “nuevos derechos” es una forma falaz de pasar el homicidio en manos del médico como un supuesto derecho del paciente. Ahora el médico tiene licencia para matar, con lo cual violenta los fundamentos de la ética médica y la misma razón de ser de la medicina.