La nueva adaptación a la imagen real de Disney están enfocada sobre todo a contentar a un mercado asiático al que no agradó el original
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La Mulan original aplicaba idéntica fórmula que la mayor parte de los clásicos animados Disney: tomar un cuento y/o leyenda popular, adaptarlo a la idiosincrasia estadounidense puliendo cualquier arista incómoda, y añadirle un buen puñado de canciones pegadizas, así como algún que otro animalito dirigido al público infantil.
Lógico que el público chino, para el cual la figura de Hua Mulan es una pieza imprescindible de su folclore – de cuya historia se han hecho innumerables adaptaciones en todo tipo de medios –, lo sintiera como una especie de apropiación que se atrevía, además, a restarle gran parte de su carga heroica y mítica.
Esta nueva versión de la historia que nos llega vía Disney+ intenta ser una especie de compensación cara al público chino – no es casual, en ese sentido, que se haya apostado por la contratación de estrellas autóctonas como Donnie Yen, Jet Li, Gong Li o Cheng Pei-pei –, alejándose del planteamiento estético y narrativo de su antecesor animado para, hasta cierto punto, resultar más fiel a la balada de donde nació la leyenda.
Mulan se parece más, pues, a adaptaciones como Alicia en el país de las maravillas, Maléfica o Dumbo, que tomaban sus respectivos materiales originales como un punto de partida del que derivar un producto distinto, fiel quizás en espíritu a su referencia, pero con la clara intención de modernizar/actualizar el conjunto para el nuevo público.
En ese sentido de aproximación a las raíces de la Balada de Mulan, resulta interesante hacer notar la carga religiosa y ética de esta versión del personaje, más cercana al sentido del honor familiar y de respeto al orden social del confucianismo – nótese el detalle de que Mulan ofrezca ser ajusticiada antes que deshonrar a su familia y a su batallón – que su homóloga animada, además de estar muy imbuida en las doctrinas del chi kung y del tai chi.
La neozelandesa Niki Caro ha querido aproximarse aquí al subgénero autóctono del wuxia, las aventuras de espadachines dotados de capacidades extraordinarias, y para ello se ha fijado especialmente en las incursiones en el mismo de Zhang Yimou –y su uso expresivo de los colores–… Si bien en las secuencias bélicas se hace notar la influencia del Akira Kurosawa tardío, el de Kagemusha, la sombra del guerrero o Ran.
Esto no significa que la película esté a la altura de dichas referencias: Caro no tiene, ni mucho menos, el sentido de la composición panorámica de Yimou, ya no digamos de Kurosawa, así que la supuesta espectacularidad de sus planos aéreos – ejecutados con dron o a través de efectos digitales – acaba comprometida por la carencia de fuerza de los encuadres.
Pero quizás lo peor de Mulan es la sensación que deja de producto en tierra de nadie. Ni se atreve a apostar de forma decidida por la idiosincrasia asiática de la historia, ni logra despegarse por completo del original… del que hereda, de hecho, una primera mitad mucho más sólida que una segunda muy atropellada, y con algunas líneas argumentales muy mal explicadas. Algo inexplicable en un largometraje de 115 minutos de duración, así que es fácil intuir que ha habido un buen puñado de remontajes por el camino.
Todo lo cual deriva en unas secuencias de acción mucho menos espectaculares de lo que pretenden, y en las que, a pesar del uso de cables, se echa en falta la intervención de profesionales chinos que dominen ese tipo de coreografías – y la belleza intrínseca a sus movimientos –. Ang Lee lo tuvo muy claro cuando contrató a Yuen Woo-ping para Tigre y dragón.
Ficha Técnica
Título original: Mulan
Año: 2020
País: Estados Unidos
Género: Aventuras
Director: Niki Caro
Intérpretes: Yifei Liu, Donnie Yen, Jason Scott Lee, Yoson An, Gong Li, Jet Li