La gran pregunta que los hombres de todos los tiempos se plantean El ser humano de todos los tiempos no ha cesado de hacerse preguntas frente al escándalo del mal (desastres naturales, guerras, hambre, enfermedades y sufrimientos de todo tipo).
¿Qué otras preguntas se hace el ser humano? Veamos algunas:
“Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? (Catecismo, 309). ¿Por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal?” (Catecismo, 310).
Estas preguntas, como tantas otras, exigen una respuesta no fácil ni breve; exigen una respuesta que tenga presente la diversidad de formas del mal presentes y operantes en el mundo.
Algunas de estas formas del mal pueden ser imputadas al ser humano y a su mala manera de gestionar o entender la libertad, otras no.
Comencemos por tener en cuenta cuatro supuestos:
1. Que Dios es infinitamente grande y no hay que sorprendernos de que también sea el misterio por excelencia. Y el por qué, el cómo y el para qué de sus decisiones son cosas que igualmente nos quedan inalcanzables e incomprensibles, tenemos que reconocer nuestra condición de seres creados con unos límites implícitos.
2. Que ante la realidad del mal una cosa importante que hay que tener en cuenta es que todo intento de juzgar, justificar o acusar a Dios está fuera de lugar.
3. Que cuando hablamos de creación nos referimos, más concretamente y de manera especial, a nuestro planeta tierra.
4. Que ante las preguntas antes mencionadas el hombre debe reconocer que, con la sola razón humana y/o con su lógica, no encontrará una respuesta plena y concluyente. Solo en el horizonte de la fe se puede tener alguna respuesta.
La fe por tanto no constituye un problema más, es más bien el único punto válido de referencia, para los creyentes, a través del cual poder dar una explicación a los múltiples rostros del dolor.
¿Dónde encontrar pues la explicación que da la fe? La Sagrada Escritura y la Iglesia nos permiten acercanos un poco a la verdad de las cosas.
Al inicio del presente artículo se mencionaron algunas expresiones del mal que hay. Unas son aparentemente ajenas al hombre (desastres naturales, etc.); otras expresiones del mal involucran directamente al ser humano (muerte, enfermedades, antagonismo entre el hombre y la creación, guerras, violencia, hambre, etc.).
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Si bien es cierto que Dios hizo su creación perfecta, ordenada, armónica, bella y buena; también es cierto que Dios ha creado un mundo finito y en evolución o en constante transformación.
Nos dice el libro del Génesis: “Y vio Dios que todo era bueno” (Gn 1, 26). Todo lo que creó Dios lo creó bueno, como no puede ser de otra manera.
La finitud y el constante dinamismo de la creación, nos permite entender algunos ‘males’ del mundo. Dios crea un mundo en cambio. Un mundo en el cual las creaturas puedan moverse activa y libremente hacia la perfección.
Esto implica que numerosos seres cedan el paso, de una manera u otra, a la existencia de otros nuevos o similares. De manera pues que este “mal”, no es propiamente un mal, son etapas que la creación experimenta por designio de Dios.
Al releer el relato bíblico de la creación intuiremos el proyecto de Dios creador. Según este relato el universo, y cuanto existe, fue creado en orden, pero también está sujeto a una perfección mayor.
El mundo no está en estado definitivo o permanente de perfección sino en camino hacia ese cumplimiento.
“En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones.
Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección” (Catecismo, 310).
Pero otra explicación del ‘mal’ que hay en la creación de nuestro mundo la encontramos en el pecado del ser humano.
El ser humano fue puesto por Dios como soberano sobre la creación visible. De esta manera el ser humano era responsable de la creación ante Dios, y ante la creación misma (Gn 1, 28-30).
Pero la caída del hombre en lo que llamamos pecado también tuvo para nuestro mundo amplias y negativas repercusiones. Con el pecado del hombre la creación se ha resentido.
Por tanto la creación también necesita ser liberada de la ley del caos y desorden que pesa sobre ella.
“Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rm 8, 19-22).
Dios es amor absoluto y crea por amor y ama su creación, no puede ser de otra manera. Dios no aborrece lo que ha creado por amor. Dios ama su obra aun antes de crearla, desde que la ha pensado.
Un artesano, después que hace su obra maestra no la coge a patadas. De Dios no puede salir el mal en ningún aspecto ni sentido.
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El pecado original
Por el libro del Génesis se sabe que el mal entró en el mundo. Y si el mal entró en el mundo implícitamente se está diciendo que el mal ya existía antes de la creación.
¿Cuál es el origen del mal? La caída de ciertos ángeles. Ciertos ángeles cayeron porque pecaron. Y pecaron porque seguramente, al no tener conciencia de su propia identidad -o teniéndola no la aceptaron-, quisieron ser más de lo que Dios quiso para ellos. Quisieron, incluso, ser iguales a Dios.
Obviamente Dios tenía que hacer justicia y poner claras las cosas. Y como Dios no perdonó a los Ángeles que pecaron (2 P 2, 4), pues se rebelaron aun más contra Él.
Y quisieron ir en contra de su designio haciendo caer a quien estaba al frente de su obra y generar, a través de él, un conflicto en dicha obra.
Dicho de otra manera el mal entró en el mundo cuando el ángel más rebelde, desquitándose de la reacción de Dios por su pecado, puso la creación en contra del mismo Dios a través de las posibilidades del ser humano recién creado, haciéndolo caer.
El mal pues empezó a actuar en el mundo cuando los primeros seres humanos fueron incitados a rebelarse contra Dios.
Y el mal empieza aquí, empieza por desplazar a Dios, comienza cuando el ser humano, ocupando el lugar de Dios, decide qué es lo bueno y qué es lo malo, decide ser el motor de su vida.
De manera que queda totalmente descartado que “Dios no es la causa del pecado de Adán” (St 1, 13). Nosotros sabemos que Dios creó al ser humano bueno y libre. Es más, Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza.
Y Dios creó al ser humano libre para que dominara la creación, sometiera la creación; pudiéramos decir también para administrar, de la mano de Dios, su obra.
Dios no creó al ser humano para que fuera sometido ni esclavizado. Y recordemos que los ángeles que se rebelaron contra Dios también son obra creada.
Por tanto el ser humano estaba llamado por Dios a someter, incluso, a esos ángeles rebeldes, a no ser esclavizado por ellos.
Pero no fue así porque el ser humano sucumbió al dejarse confundir por el ángel más ‘rebelde’ (el maligno), se dejó manipular, se dejó influenciar negativamente con las consecuencias que conocemos. Es lo que conocemos como pecado original.
Al pecado original tenemos que referirnos si queremos ver las cosas en profundidad. Sabemos, por la fe, que el ofrecimiento originario de la gracia por parte de Dios al hombre, incluía los dones de la integridad y de la inmortalidad; pero todo esto se perdió.
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