Gracias al coronavirus los padres han aparecido en la vida de los hijos como nunca antes
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Niños felices junto a sus padres en la pandemia
Un estudio muy reciente de la Universidad Complutense de Madrid y de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) señala que el encuentro de los padres y los hijos en el hogar durante la pandemia ha sido un bien para los niños.
“Tras realizar entrevistas en una amplia muestra de niños de entre 3 y 12 años, una de las conclusiones más llamativas que se obtuvieron fue que la cuarentena redujo los síntomas de estrés en casi todos los menores y que solo un escaso 9% de los encuestados decía echar de menos el colegio”.
¿Qué había sucedido? Pues que los niños se sentían bien y que la presencia de los padres les calmaba, les llenaba de gozo, de reconocimiento.
En una palabra, les restaba ansiedad y les proporcionaba apoyo, seguridad y resiliencia.
Qué significa resiliencia: pues que los niños se sentían más capaces de afrontar los retos y salir con éxito de los pequeños y grandes problemas que plantea la vida diaria. Una de las razones es que los niños han crecido en apego seguro.
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Padres que logran que sus hijos alcancen el apego seguro
El apego seguro es el resultado que los padres alcanzan cuando tratan a sus hijos con cariño, con capacidad de respuesta, con una exigencia cordial –para que los niños se desarrollen bien y crezcan educados y sociables- siempre en un clima de sosiego y orden.
Si los padres son previsibles, coherentes y estimulan proporcionadamente la autonomía de sus hijos lograrán que entre ambos –entre padres e hijos- crezca el vínculo de apego.
Un apego que les va a dar seguridad y apoyo. Si le preguntáramos a un niño con apego seguro con respecto a sus padres nos diría lo siguiente:
“Mis padres me tienen en cuenta, me siento querido, con ellos veo las cosas claras, y sé por dónde he de andar y qué he de hacer en cada momento. Sé que cuento con ellos”.
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Un libro que nos cuenta qué ha pasado en los hogares durante la pandemia
Los expertos en infancia y desarrollo cerebral Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson han escrito, en este 2020, un valioso libro titulado The Power of Showing Up.
La traducción sería algo así, no literalmente, como El poder de estar presentes. Y desde luego se refiere al poder que tienen los padres cuando están presentes en la vida de sus hijos.
La vida de los hijos cambia. Y la de los padres también. Los padres que acompañan a sus hijos por la vida son aquellos que logran la emergencia del mayor potencial de sus cabezas, la mayor estabilidad de sus corazones, la mayor determinación de los niños ante los avatares de la vida.
Los padres presentes les dan seguridad. Los padres ofrecen apoyo seguro, vínculo, raíces.
Los niños ganan en identidad, saben quiénes son y crecen cognitivamente y también socioemocionalmente, y, consecuentemente prosperan en buenos hábitos y habilidades de carácter.
Eso es lo que ha pasado en la pandemia. Las innumerables horas compartidas han logrado que los padres trasmitieran a los hijos, con la calma, con tiempo, sin prisas, qué esperan de ellos.
Han podido hablar, compartir, conocerse y ganar en simetría familiar. Si nos vamos de nuevo a la traducción de dicho libro veremos que show up significa: aparecer, ser perceptible, ponerse al descubierto.
Los padres se han mostrado, han aparecido en la vida de los hijos, se han hecho ver, se les ha podido reconocer, y han podido comunicarse con sus hijos como nunca antes.
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The Power of Showing Up: un cerebro integrado
Una relación segura le permite a un niño sentirse como en casa en el mundo. El mundo se convierte en un lugar habitable por el que se puede transitar sin miedos e interactuar con otros como un individuo auténtico que crece confirmando su identidad pues sabe quién es.
Entonces este mundo, el aula, el recreo, las colonias, la calle es un paisaje que le invita a ser curioso, receptivo. El niño que cuenta con apego seguro no es rígido ni anda asustado.
Camina de un modo abierto y positivo ante lo que se le plantea cada día. Su cerebro está más integrado y de ese modo puede gozar de la plenitud de sus funciones. El cerebro da todo lo que puede dar.
Entonces el niño no solo es más feliz, sino que también es más sociable. Se entiende mejor con todos: maestros, amigos, tutores y por supuesto los padres y los hermanos. Y aprende a trabajar en equipo para resolver colaborativamente los problemas que la escuela planea hoy en sus tareas. Y mañana afectivamente, laboralmente, ciudadanamente.
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Los niños en la pandemia han ganado en seguridad
Los niños se sienten seguros cuando se sienten protegidos física, emocional y relacionalmente, cuando el hogar, el aula, su entorno es claro, previsible, de apoyo.
Este es el primer paso hacia un apego seguro, ya que el primer trabajo de un padre es mantener seguros a sus hijos.
Todo niño en su hogar y en su entorno necesita sentir y saber que está a salvo. Tiene que creer que sus padres lo protegerán del daño físico, pero que también lo mantendrán apoyado emocional y relacionalmente.
Pero los padres no son perfectos y se pueden equivocar e incluso los pueden herir con sus comentarios o reprimendas.
Pero estos padres se equivocan y saben darse cuenta de ello y, en consonancia, rectifican, o aclaran, o reparan el error cometido.
Estos son los padres que cultivan en sus hijos el apego seguro. La clave es hablar, esperar, perdonar –también los hijos deben saber pedir perdón a los padres- y sobre todo reparar.
¿Se ha roto algo en el corazón del hijo? Sí, pero este mismo niño sabe que sus padres vendrán a reparar, curar la herida, recomponer las piezas. Eso da mucha paz.
Y en esta pandemia ha habido tiempo para reparar y ganar sosiego y paz.
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Los niños en la pandemia han ganado reconocimiento
Una parte importante de la tarea de los padres consiste en simplemente estar presentes físicamente ante sus hijos. Verlos, mirarlos, admirarlos. Escucharlos cuando cantan o juegan.
Cada vez se constata más en las ciencias sociales, la psicología y las neurociencias que el padre presente llena de reconocimiento y afirmación al hijo.
Hay una frase universal: “papá, mamá, mira qué hago”. Y el padre, la madre responden: “¡Anda!, ¡qué bien lo haces!”.
Se trata de sintonizar con lo que sucede dentro de ellos, de su cerebro y realmente enfocar la atención en sus sentimientos internos, pensamientos y recuerdos. Qué sucede en su mente y expresarlo: “El año pasado no hacías castillos de cubos tan altos y este año ¡eres un especialista!”.
Y también se puede corregir si se hace con cordialidad y sintonía. Eso es lo que significa aparecer emocional y relacionalmente, estar allí para nuestros hijos y enseñarles lo que significa amar y cuidar a alguien.
Y ellos se dan cuenta de que los conocemos, los reconocemos por dentro y por fuera. Y entonces ellos también aprenden a mirar dentro de su mente. Y es que había tiempo para todo esto en esta pandemia.
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Los niños en la pandemia han ganado capacidad de calmarse
Además de sentirse seguros y acompañados, queremos que nuestros hijos se sientan aliviados durante sus momentos más difíciles.
Eso no significa, en absoluto, que los rescatemos de todo dolor e incomodidad. Los momentos difíciles son, por supuesto, el lugar ideal para superarse, aprender y crecer más.
Debemos permitir que nuestros hijos, dependiendo de su edad y etapa de la vida, experimenten esos momentos difíciles cuando surgen conflictos con amigos, maestros y en situaciones parecidas.
Calmar a nuestros hijos exige andar calmados los padres y enseñarles a calmarse y saber que ellos deberán aprender y que siempre contarán con sus progenitores.
Calmarse es no derrumbarse. Siempre estaremos para confortarlos, aunque no para sustituirlos. Tenemos que dejar que aprendan que con la vida viene el dolor incorporado, pero, a la vez, esa lección debe ir acompañada de la profunda conciencia de que nunca tendrán que sufrir solos.
Y de nuevo esta pandemia nos ha permitido enseñarles a reconstruirse por dentro con nuestro apoyo.
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Los niños en la pandemia saben que no están solos
Nos sabemos qué ha pasado en cada casa, pero la pandemia les ha sentado bien a los niños. No les entusiasma el colegio y aman a sus padres y sobre todo disfrutan y crecen con su presencia.
Y esta presencia paterna facilita las neuroconexiones, los procesos sinápticos, aquello que se llama técnicamente la neurogénesis.
Los cerebros andan bien engrasados rindiendo desde la seguridad interior y exterior. Lo contrario es el estrés que interfiere dañinamente en la construcción cerebral infantil.
El estrés que genera un hogar caótico en el que los padres están ausentes o cargados de prisa o insensibles a las necesidades de sus hijos.
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