La dramática desaparición de este bebé destapa el horror del tráfico de personas en México
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México es el país de la tragedia cotidiana. Pero hay de tragedias a tragedias. La del pequeño Dylan Esaú Gómez Pérez, de dos escasos años de edad, ha tocado el corazón de miles de mexicanos. Incluso de las autoridades del sureño Estado de Chiapas que ofrecieron ayer una recompensa de 300.000 pesos (unos 13.000 dólares estadounidenses) por quien aporte datos para encontrarlo.
El pasado 30 de junio, Dylan fue raptado por una mujer –reconocida por la policía como Ofelia “N”—y dos menores de edad que actuaron como señuelos, en el Mercado Popular del Sur (Merposur, controlado por indígenas y grupos evangélicos de San Juan Chamula y Zinacantan) de San Cristóbal de las Casas. Mercado donde deambulan cerca de 500 niños haciendo alguna tarea por unas cuantas monedas, o simplemente jugando, mientras sus madres trabajan.
Desde ese mismo día, no se sabe nada de él. Y lo peor es que pudiera haber sido robado para venderlo en las redes internacionales de tráfico de niños para uso sexual que operan en la línea fronteriza entre México y Guatemala, muy cercana a San Cristóbal de las Casas. El modo de operación del rapto, captado por varias cámaras de seguridad del mercado y sus alrededores, así lo indica.
Un pantaloncito rojo
Su madre, Juana Pérez, se ha trasladado a la Ciudad de México y con pancartas y camisetas donde está estampado el rostro de su pequeño hijo, ha establecido un plantón frente a las puertas del Palacio Nacional, pidiendo al presidente Andrés Manuel López Obrador que le ayude a encontrar a Dylan.
El padre del pequeño – como tantos otros indígenas de la zona alta de Chiapas – emigró hace tiempo a California (Estados Unidos) para ganarse la vida. La madre trabajaba en el Merposur donde tenía que llevarse al menor porque no tenía donde dejarlo seguro.
El niño se divertía jugando con cualquier cosa. Se alejó de su mamá. Un niño y una niña de aproximadamente doce años lo convencieron de irse con ellos; lo entregaron a Ofelia “N” y regresaron al lugar de los hechos. Misión cumplida. Las cámaras los siguieron. Los rastrearon. Evidentemente, lo entregaron a una red de complicidades.
“El día 30 cuando me lo robaron, dijo la madre de Dylan a la prensa, llevaba un pantaloncito rojo y un suéter rayado de estambre de color azul, gris con negro, así él iba vestido. Me han dado todo el apoyo de la Fiscalía de Chiapas, pero hasta el momento no tengo noticias de mi hijo por eso vengo aquí, para pedir el apoyo al licenciado Andrés Manuel López Obrador que me ayude en esta búsqueda”.
Una respuesta que nadie quiere escuchar
Lo que oscurece el caso es que la fiscalía del Estado de Chiapas, al emprender el operativo para encontrar al pequeño, realizaron un cateo en el barrio de Tlaxcala, en el propio San Cristóbal de las Casas, y “se encontraron” una casa donde tres mujeres retenían a 23 niños: tres bebés de tres, doce y veinte meses de edad, y los demás de entre dos y quince años.
A los mayores los obligaban a vender dulces y artesanías en cruceros y mercados, y les exigían cuotas diarias para poder tener algo de comida y un lugar donde dormir. Todos estaban desnutridos. Evidentemente, la fiscalía destapó una de las múltiples redes de trata de personas, en este caso de niños que operan en la zona… y en todo el país.
Las preguntas obligadas en este “hallazgo” (nadie vio nada, nadie sabía nada, los vecinos dijeron a la policía que no sintieron nada sospechoso “porque ahí es usual que renten casas a familias numerosas”) son: ¿estaba Dylan ahí? La respuesta es no. Y la segunda: ¿qué pueden hacer con pequeños como los de tres meses o como los de dos años como Dylan? La respuesta es horrible.