A la preocupación por la epidemia se añade la de la restricción al culto, tema delicado ya en circunstancias normales
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En cinco días, se detectaron cien casos positivos en Pekín, todos relacionados con el enorme mercado de frutas y verduras de Xinfadi, ubicado al suroeste de la ciudad. Una noticia que provoca tensión respecto a un país que parecía haber controlado ya la epidemia.
Temiendo una segunda ola, las autoridades de la ciudad respondieron pidiendo a los residentes que no abandonen la ciudad. En el caso de que el desplazamiento sea esencial, “todos deben presentar un certificado que acredite una prueba negativa del COVID-19 realizada durante los últimos siete días”, advirtió Chen Bai, subsecretario general del ayuntamiento.
Un futuro incierto
Para detener una posible propagación, las autoridades de la ciudad también han solicitado el cierre de escuelas y universidades, así como de iglesias. Un anuncio aún más doloroso para los católicos chinos, que anhelaban la vuelta a su iglesia después del encierro. El obispo Joseph Li Shan, obispo de Pekín, había planeado abrir las iglesias el 10 de junio, antes de que se publicara el nuevo aviso solicitando que se cierren las iglesias debido a la situación sanitaria.
Si el temor a la reanudación de la epidemia en China es fuerte, el de los católicos chinos es igualmente preocupante por la imposibilidad de regresar a misa, una realidad ya delicada en tiempos normales dada la posición del gobierno chino respecto a las confesiones religiosas.