¿Un potente alucinógeno natural? ¿Un rito chamánico ancestral? Sí… pero también una sustancia peligrosa que puede llegar a causar la muerte
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En julio de 2019, un conocido fotógrafo español, José Luis Abad, falleció en la localidad de Enguera (Valencia) tras sufrir un infarto de miocardio. Todo parecía indicar que era una muerte accidental, pero su familia instó a que el suceso fuera investigado. Tras unos meses de trabajo, la Guardia Civil detuvo en la última semana de mayo a tres personas, que han sido acusadas de un presunto delito de homicidio imprudente y están en libertad provisional, a la espera de juicio.
Todos estos detalles se han conocido gracias al diario valenciano Levante-EMV, cuya información se ha hecho viral en España en la mañana del 3 de junio, casi un año después de la muerte de Abad. La razón es que uno de los detenidos y acusados es Nacho Vidal, un famoso actor y director de películas pornográficas, y participante asiduo en algunos medios de comunicación.
¿Por qué está acusado de homicidio Vidal, al igual que un empleado y una familiar suya? Según lo publicado por Levante-EMV, el fotógrafo murió “mientras era sometido al rito del sapo bufo que ciertas corrientes chamánicas vinculan con un viaje astral y mental con poderes curativos durante el cual quien lo practica se cura de sus adicciones o mejora algún aspecto de su vida”. En concreto, la víctima quería desintoxicarse del consumo de drogas con el veneno de este sapo.
Un alucinógeno de origen animal
Se conoce popularmente como “sapito de Sonora” porque en este Estado de México vive la especie de sapo Bufo alvarius (o también Incilius alvarius), involuntario protagonista de esta práctica. Porque bajo la apariencia de un inofensivo batracio se encuentra una de las sustancias alucinógenas más potentes de la naturaleza.
Una secreción de esta especie, que se obtiene de sus glándulas parótidas, contiene 5-metosidimetiltriptamina (5-MeO-DMT) y bufotenina. Ambas sustancias son drogas psicodélicas con fuertes efectos psicoactivos, que forman parte de la familia de las triptaminas (como la DMT o dimetiltriptamina, presente en la ayahuasca) y que también pueden encontrarse en algunas especies vegetales.
Sin embargo, su carácter plenamente natural –ya que, aunque han logrado ser sintetizadas químicamente en laboratorios, su uso normalmente parte de los animales o plantas que las contienen– no hace de la secreción del Bufo alvarius una sustancia buena para las personas. Es natural, sí… pero es un compuesto psicotrópico. No podemos olvidarlo.
¿Cómo son las ceremonias?
Como explica el artículo del diario Levante-EMV, “el ‘viaje’ iniciático y curativo dura entre 15 y 20 minutos”. Para conseguirlo, durante la ceremonia, la sustancia alucinógena del sapo “se fuma cristalizada en una pipa de cristal con propósitos ‘curativos’ o simplemente alucinógenos”.
Este periódico, que ha sufrido la muerte de uno de sus colaboradores –ya que el fotógrafo fallecido trabajaba para uno de sus suplementos–, no minimiza los efectos de la droga letal y, siendo responsable ante sus lectores y toda la sociedad, aclara que “produce importantes alteraciones como taquicardia, pérdida del conocimiento y, en ocasiones, la muerte”.
Sin embargo, en el contexto de la Nueva Era (New Age), del neochamanismo y de algunas corrientes psicoterapéuticas es habitual publicitar, cada vez más, el uso de estos compuestos psicotrópicos. Uno de los “padres” de la Psicología Transpersonal, Stanislav Grof (n. 1931), narraba así lo que experimentó la primera vez que inhaló y fumó la secreción del Bufo alvarius: “me sentí golpeado por un rayo cósmico de inmenso poder que instantáneamente hizo pedazos y disolvió mi realidad cotidiana. Perdí todo contacto con el mundo que me rodeaba, que desapareció completamente como por arte de magia”.
Su explicación, que ha tenido una enorme influencia en el movimiento New Age, adquiría un sentido totalmente espiritual y místico: “mi única realidad era una masa radiante de remolinos de energía de inmensas proporciones que parecían contener toda la existencia en una forma condensada y totalmente abstracta. Me convertí en Consciencia frente al Absoluto… Era infinito y finito, divino y demoníaco, terrorífico y extático, creativo y destructivo: todo eso y mucho más”.
Una letalidad que se quiere esconder
Hay que recordar que desde hace unos años se está llevando a cabo una campaña muy fuerte de lavado de imagen de todas estas sustancias. La más conocida es la ayahuasca, de origen vegetal, y también son “populares” hongos como el peyote… pero también se usan cada vez más los venenos animales del sapo Bufo alvarius –el protagonista de este artículo– y de la rana conocida como “kambó” (Phyllomedusa bicolor).
Antropólogos que defienden su uso legítimo ancestral, abogados que buscan cualquier resquicio legal para despenalizarlo, empresas que –como Inner Mastery en España y otros países– hacen un impresionante negocio con viajes chamánicos, retiros y sesiones de sanación, sectas que consideran a estas sustancias su sacramento –como el Santo Daime–… constituyen un poderoso lobby que va ganando terreno.
Y lo hace empezando por la misma consideración de estas sustancias. De hecho, ya han conseguido “convencer” a muchos medios de comunicación para que desechen la palabra “droga” al referirse a ellas, y sustituyan en sus libros de estilo “alucinógenas”, que sigue teniendo una connotación negativa, por el adjetivo “enteógenas”. Es decir, sustancias que posibilitan el encuentro de la persona que las ingiere con lo divino, con lo sagrado de su interior.
No es casualidad que al principio activo de muchas de estas drogas –situado en la familia de las triptaminas, como hemos visto– se la llame “la molécula de Dios”. Y así, se legitima, en aras de la libertad de creencias y de la búsqueda espiritual de cada persona, que haya ceremonias y talleres que incluyan el consumo de estas sustancias sin que nadie haga nada por evitarlo.
Y las víctimas están ahí. Por un lado, las personas que acaban sometidas a los dictados de gurús y grupos que, bajo una atractiva capa espiritual o psicoterapéutica, esclavizan a las personas que buscan una vida mejor, que quieren solucionar sus problemas. Por otro lado, las que acaban muriendo –decenas cada año– tras el consumo de ayahuasca, bufo alvarius, kambó o cualquier otra cosa, víctimas de chamanes, “maestros” y “sanadores” sin escrúpulos.
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