En la misa de Santa Marta, Francisco recuerda la memoria de Santa Luisa de Marillac y reza por las religiosas vicentinas que ayudan al Papa y por quienes viven en la Casa Santa Marta.
Hoy es la conmemoración de Santa Luisa de Marillac: recemos por las hermanas vicentinas que llevan adelante este dispensario, este hospital desde hace casi 100 años y trabajan aquí, en Santa Marta, para este hospital. Que el Señor bendiga a las hermanas.
En su homilía el Papa comentó el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 13:44-52) en el que los judíos de Antioquía “llenos de envidia y con injurias” contrastan las declaraciones de Pablo sobre Jesús. Luego instigan a las mujeres piadosas de la nobleza y a los principales de la ciudad, provocando una persecución que obligó a Pablo y Bernabé a abandonar el territorio.
Francisco recuerda el salmo que acaba de leer: “Cantad al Señor una nueva canción porque ha hecho maravillas. Su mano derecha y su brazo sagrado le dieron la victoria. El Señor ha dado a conocer su salvación, a los ojos del pueblo ha revelado su justicia”.
“El Señor”, afirma, “ha hecho maravillas”. Pero cuánta fatiga. Cuánto esfuerzo, para las comunidades cristianas, llevar adelante estas maravillas del Señor. Hemos escuchado en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles, la alegría: toda la ciudad de Antioquía se reunió para escuchar la Palabra del Señor, porque Pablo, los Apóstoles predicaban con fuerza, y el Espíritu les ayudaba. Pero cuando vieron esa multitud, los judíos se llenaron de celos, y con palabras injuriosas contrastaban las afirmaciones de Pablo.
“Por un lado está el Señor, está el Espíritu Santo, que hace crecer a la Iglesia, y siempre crece más: esto es verdad. Pero por otro lado está el espíritu maligno que trata de destruir la Iglesia. Siempre es así. Siempre es así. Se sigue adelante pero luego el enemigo viene tratando de destruir. El balance siempre es positivo a la larga, pero ¡cuánto esfuerzo, cuánto dolor, cuánto martirio! Y lo que sucedió aquí, en Antioquía, sucede en todas partes en el Libro de los Hechos de los Apóstoles”.
“Por un lado – observa el Papa – la Palabra de Dios que hace crecer y por otro lado la persecución”. “¿Y cuál es el instrumento del diablo para destruir la proclamación del Evangelio? La envidia. El Libro de la Sabiduría lo dice claramente: “Por la envidia del diablo el pecado ha entrado en el mundo” – envidia, celos… Siempre este sentimiento amargo, amargo. Esta gente veía cómo se predicaba el Evangelio y se enfadaba, se roían el hígado de rabia. Y esta rabia los llevaba adelante: es la rabia del diablo, es la rabia que destruye, la rabia de ese “¡Crucifica, crucifica!”, de esa tortura de Jesús. Quiere destruir. Siempre. Siempre.
“La Iglesia -recuerda Francisco- va adelante entre las consolaciones de Dios y las persecuciones del mundo”. Y a una Iglesia “que no tiene dificultades le falta algo” y “si el diablo está tranquilo, las cosas no van bien”. Siempre la dificultad, la tentación, la lucha… los celos que destruyen. El Espíritu Santo crea la armonía de la Iglesia y el mal espíritu destruye. Hasta hoy. Hasta hoy. Siempre esta lucha”. Y “el instrumento de estos celos” – observa – son “los poderes temporales”. En este pasaje se dice que “los judíos instigaron a las mujeres piadosas de la nobleza”. Fueron a ver a estas mujeres y dijeron: “Son revolucionarias, échenlos”. Y “las mujeres hablaron con los demás y los echaron. Las pías mujeres de la nobleza… Y también los principales de la ciudad: van al poder temporal y el poder temporal puede ser bueno, las personas pueden ser buenas pero el poder como tal siempre es peligroso. El poder del mundo contra el poder de Dios mueve todo esto y siempre detrás de este, ese poder, está el dinero”.
Lo que sucede en la Iglesia primitiva – afirma el Papa – es decir “la obra del Espíritu para construir la Iglesia, para armonizar la Iglesia, y el trabajo del maligno para para destruirla – el recurso a los poderes temporales para detener la Iglesia, para destruir la Iglesia – no es más que un desarrollo de lo que sucedió en la mañana de la Resurrección. Los soldados, al ver ese triunfo, fueron a ver a los sacerdotes y compraron la verdad… los sacerdotes. Y la verdad fue silenciada. Desde la primera mañana de la Resurrección, el triunfo de Cristo, está esta traición, este silenciamiento de la palabra de Cristo, silenciar el triunfo de la Resurrección con el poder temporal: los sumos sacerdotes y el dinero”.
El Papa concluye con una exhortación: “Tengamos cuidado, tengamos cuidado con la predicación del Evangelio” para no caer nunca en la tentación de “poner nuestra confianza en los poderes temporales y en el dinero”. La confianza de los cristianos es Jesucristo y precisamente el Espíritu Santo que Él envió y precisamente el Espíritu Santo es la levadura, la fuerza que hace crecer a la Iglesia. Sí, la Iglesia avanza, en paz, con resignación, alegre: entre las consolaciones de Dios y las persecuciones del mundo”.
El Papa invitó a hacer comunión espiritual con esta oración:
“Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti. Amén”.
Francisco terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística. Antes de salir de la capilla dedicada al Espíritu Santo, se cantó la antífona mariana del tiempo de Pascua, “Regina caeli”.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.