Quedarse con alguien a quien amo es el sentido de mi vida
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“Quédate conmigo”. Se lo repito a Dios cada día. A Jesús en estos días de Pascua. Que se quede conmigo. Que permanezca en mi alma.
Me asusta la soledad y el sentimiento de vacío. No quiero quedarme solo. Como cuando siendo niño le suplicaba a mi madre que no se fuera de mi cuarto todavía. Un poco más. Sólo un poco más.
Es el deseo de que el amor no se enfríe, no muera. El deseo de envejecer junto a la persona amada. El deseo de que la vida no cambie tanto.
No quiero perder lo que ahora acaricio con alegría. No quiero que mis sueños dejen de ser realidad. Quiero que se queden conmigo los que amo. Que no mueran nunca, por lo menos ahora, que no se vayan.
Esa súplica quiero hacérsela a los que amo. Que se queden conmigo. Que no se vayan lejos. Que permanezcan a mi lado incluso cuando nadie quiera quedarse conmigo. Que se queden ellos junto a mí.
Muchas veces en mi vida he sentido que mi corazón ardía. Han sido momentos de Dios. Encuentros que han cambiado mi vida para siempre.
Mi corazón ardía con fuerza. Un fuego por dentro hacía que sintiera que no quería que ese momento pasara nunca.
Luego pasó. El tiempo pasó y el fuego también. Pero el recuerdo permaneció grabado en mi alma para siempre. Esa hoguera a la que regreso en mi corazón para dar gracias conmovido.
Un fuego que vuelve a arder desde sus brasas de vez en cuando, en momentos puntuales en los que el cielo y la tierra se juntan en mi alma y todo comienza de nuevo.
Y brota un fuego nuevo, una esperanza renovada, una alegría profunda que no me invento. Un don de Dios que consuela mis asperezas y mis miedos. Que acaba con mis amarguras y lo tiñe todo de una luz vespertina llena de paz. Y atardece.
Quiero que sea eterno el abrazo de Jesús, de María en mi alma. Quiero que ese fuego no se pierda en el olvido. Que se quede conmigo Jesús en esta hora dura que vivo. En este encierro. En esta pandemia.
Que Jesús se quede en mi vida, especialmente en la de los que más sufren en los hospitales, que pase entre ellos cada noche acariciando sus heridas, ayudándoles a respirar, a pasar con paz este momento tan duro.
Que se quede Jesús en mi familia, cuando brota el stress, el cansancio, la angustia. Cuando no todo es tan fácil como aventuramos al principio. Cuando las fuerzas flaquean y todo parece derrumbarse, incluso aquello que parecía tan sólido.
Que se quede conmigo Jesús dentro de mi alma y me haga testigo, causa de alegría para otros. Que se quede en mi iglesia doméstica, en mi hogar santificado con su presencia.
Que se quede en mis miedos y tristezas. Que se quede y me habite y torne mi amargura en sonrisas.
Quedarse con alguien a quien amo es el sentido de mi vida. No huyo, no me escondo. Porque es un don, un regalo, el ver que alguien se queda conmigo. Escribe Jorge Luis Borges:
“Aprendí que nadie me pertenece, y aprendí que estarán conmigo el tiempo que quieran y deban estar, y quien realmente está interesado en mí me lo hará saber a cada momento y contra lo que sea”.
No puedo forzar que se queden conmigo. Tampoco puedo exigírselo a Dios. Pero ese conmigo es el que marca toda mi vida. Se queda conmigo, junto a mí.
Pienso en las personas que se quedan conmigo y doy gracias a Dios por el don del amor, del cariño, de la amistad. Es gratuito, nunca exigible.
Puede ser una súplica correspondida o no. Valoro las cosas como son, no las doy por evidentes. Que alguien quiera quedarse conmigo ya es un regalo. El tiempo que pierden conmigo es una gracia.
Que yo me quede con Jesús y Él conmigo es otro milagro. Pero esa certeza me acompaña. Jesús sí se queda conmigo, no se desentiende, no se olvida de mí.
Yo le pido que se quede conmigo y Él permanece a mi lado, aunque muchos me abandonen.
Me quiero quedar conmigo mismo en este tiempo. A veces me cuesta estar a solas. Es el primer paso. Aprender a besar mi soledad.
Y luego no vivir pendiente de que se queden conmigo, exigiendo. Soy yo el que toma la iniciativa. Yo me acerco a los otros. Es el segundo paso.
Yo me quedo con el que está a mi lado ahora, en este confinamiento. Me pongo en camino. Me quedo con él. Y por último, quiero vivir con Jesús todo el tiempo. Quiero quedarme con Él.
Pienso en todo lo que está en mi mano, en lo que depende de mí. Y suplico la gracia para aceptar alegre todo lo que no puedo decidir porque no está en mi poder. Yo no decido todo.
Y le pido a Jesús que se quede conmigo en medio de mi dolor, de mi angustia, de mis miedos, en medio de la noche. Y me enseñe a confiar.