Una inesperada lección para el pasaje de este cuarto domingo de Cuaresma Contemplar el pasaje evangélico de este cuarto domingo de Cuaresma puede deparar sorpresas inesperadas, si nos dejamos llevar de la mano de uno de los genios más grandes de la pintura de todos los tiempos, Doménikos Theotokópoulos, conocido mundialmente como El Greco (1541-1614).
En el cuadro, el artista de origen griego, que alcanzó su madurez creativa en los años de vida consagrados a Toledo, presenta bajo un cielo cargado de nubarrones dos grupos de personajes contrapuestos.
A la izquierda, podemos ver a Cristo en el momento mismo en que cura al ciego de nacimiento; a la derecha, aparecen los escribas y los encargados de los sacrificios en el Templo, claramente indignados al ver a Jesús haciendo un milagro.
Como explica Mélina de Courcy, profesora de Historia del Arte, en el Collège des Bernardins, de París, y crítica de arte de la revista Magnificat, El Greco busca de este modo concentrar nuestra mirada e la casa del Padre, lugar central del episodio.
El enigma
El pintor responde a la gran pregunta que suscita este pasaje evangélico, que podemos leer en el capítulo 9 del Evangelio de San Juan: es realmente extraño que alguien se indigne al asistir al milagro que permite ver la luz del día a un ciego.
Para resolver este interrogante hay que comprender que los espacios del Templo estaban organizados de manera muy rígida, con normas severas. Un pobre hombre, un extranjero o incluso una mujer debían permanecer atrás.
Según las barreras arquitectónicas del Templo, afuera se encontraba el atrio de los gentiles, reservado a los que no eran judíos; a buena distancia se colocaban las mujeres, y luego los judíos, hasta llegar al Sanctasanctórum (el Santo de los Santos), inaccesible.
Y sin embargo, como muestra el Evangelio, ciegos y cojos se atreven a acercarse a Jesús y él les cura. Este acto constituye una infracción al reglamento, recuerda Mélina de Courcy.
“Los encargados de los sacrificios se indignan, pues tienen la impresión de que Jesús se considera más grande que el rey David. En realidad, Jesús ha expulsado a los mercaderes del Templo para ocuparlo de otra manera. Abre un camino de redención para todos los pueblos”.
“Jesús, que acaba de ser proclamado hijo de David por la muchedumbre, no respeta esta tradición. Por este motivo, los encargados de los sacrificios se indignan, pues tienen la impresión de que Jesús se considera más grande que el rey David”, añade la historiadora de Arte.
“En los dos lados, podemos apreciar dos personajes de espaldas, que nos ayudan a comprender lo que está sucediendo: con la curación de un ciego en el Templo, Cristo anuncia la venida del Reino de Dios en la tierra”, aclara la experta.
“En el momento del año en el que acudía más gente al Templo, durante la Pascua, Jesús acababa de expulsar a los mercaderes del patio exterior del Templo, el atrio de los gentiles, reservado a la oración de los extranjeros –sigue indicando la crítica de arte–. Éste abre una entrada para los pobres, representada por El Greco con ese gran espacio libre que aparece detrás de Cristo”.
Abierto a los más pequeños
En ese contexto, ciegos y cojos se atreven a acercarse. Con este gesto, Jesús muestra lo que tiene que ser el Templo, aclara Mélina de Courcy: “un lugar de acogida que no está reservado a los ‘importantes’, sino abierto también a los necesitados. Por este motivo, El Greco muestra cómo las mujeres y extranjeros, en primer plano, pueden penetrar en el atrio y acercarse a Cristo, nuevo Templo”.
“De este modo, afirma que su reino no está constituido por los grandes, sino que acoge a los más pequeños –sigue aclarando la historiadora–. El Salmo 8 dice: ‘Por boca de los infantes y de los niños de pecho has establecido tu fortaleza’”.
La conclusión es clara: “Este milagro de Cristo nos muestra nuestro papel en la Iglesia: estamos llamados a ser pequeños, a acoger a los más pequeños, como Cristo lleno de misericordia, a ponernos a su servicio”.