“El momento en que me lo pusieron encima y me cogió el dedo con su mano me valió por todo el dolor y todas las lágrimas.”
Con 26 años y recién casada Emma Serrano de Pablo se quedó embarazada de su primer hijo, Pepito. Su corazón latía fuerte y la ilusión de sus padres por comenzar a formar su familia era inmensa.
Tras 16 semanas de embarazo, el ginecólogo detectó una anomalía craneoencefálica en Pepito, llamada Anencefalia o Acrania, consistente en la ausencia total o parcial de cráneo, cuero cabelludo y masa cerebral, un diagnóstico incompatible con la vida.
Ante esta situación, los médicos no dudaron en plantear al joven matrimonio la posibilidad de poner fin al embarazo mediante un aborto, para evitar así la angustia durante la gestación y el parto podrían vivir sabiendo que su hijo moriría.
Se trata de un planteamiento ya normalizado hoy en día que pone la elección en manos de quienes, en ocasiones, creen tener derecho y potestad de decisión sobre la vida de su propio hijo. “Como madre, ¿cómo voy a acabar yo con la vida de mi hijo?”, se preguntó Emma enseguida.
Tanto ella como Javier, su marido, no dudaron. La vida de su hijo estaba por encima de todo y respetarían su curso a pesar del inmenso dolor que sentían.
En una entrevista realizada por el equipo de Folksixty, Emma explica con la firmeza de quien vive con convicciones: “Creo en la vida por encima de todo, la vida desde la concepción, porque así lo viví”.
La vida de Pepito ya existía, un corazón que ya latía. Era su hijo.
Quisieron compartir su situación enseguida con sus familias cualquier padre lucharían por su hijo hasta el final.
La revolución de Pepito
Durante todo el embarazo recibieron llamadas, mensajes de apoyo y de ánimo de familiares, amigos e incluso de gente desconocida que se habían unido a las cadenas de oración que se ofrecían por Pepito y sus padres.
Dice que su fe, que hasta entonces había sido “teórica”, se agrandó y empezaron a vivirla de verdad. Durante todo ese tiempo en el que dieron testimonio de vida y defendieron la de los no nacidos de manera activa. Emma sentía que gracias a todo ese apoyo que les rodeaba, que gracias a la oración de otros, la carga del dolor era menor, como si se repartiera entre todos aquellos que les tenían presentes.
Un embarazo de incertidumbres
Nadie les aseguraba que el embarazo fuese a llegar a término, tampoco podían decirle cuánto tiempo viviría su hijo en caso de que llegase el parto y tampoco si nacería vivo o muerto…
El duelo lo pasaron durante todo ese tiempo en el que se iban preparando para recibir a su hijo y al mismo tiempo para despedirlo.
Y sin embargo, Emma confiesa que cada ecografía era una ventana a la esperanza, “siempre iba con la ilusión del milagro, de que el diagnóstico hubiese desaparecido”.
“9 horas que son toda una vida”
Emma y su marido aseguran que su vida familiar no duró tan solo esas 9 horas que tuvieron a su hijo en brazos, si no que durante los nueve meses precedentes, disfrutaron de su paternidad siendo felices y sonriendo, incluso desde el sufrimiento que sentían al saber que su hijo no viviría.
Esas 9 horas, aunque suene a poco, a ellos les sirvieron para conocer a su hijo, para hablarle, besarle… e incluso para que algunos familiares también pudieran disfrutar de Pepito.
“El momento en que me lo pusieron encima y me cogió el dedo con su mano me valió por todo el dolor y todas las lágrimas. Fue una satisfacción que no cambio por nada en el mundo”, dice.
Se sigue sorprendiendo ante la dureza del ser humano al contar cómo durante esas horas en las que tuvieron a su hijo en sus brazos, éste se aferraba a la vida en cada aliento.
La paz le embargó cuando Pepito se fue, dieron su vida por él, le acompañaron en cada segundo de su corta vida. “Hicimos, como cualquier padre haría, todo lo que estuvo en nuestras manos para luchar por él”.