No se puede vivir el Evangelio haciendo compromisos, de lo contrario se acaba en el espíritu del mundo, que lleva al dominio de los demás y es "enemigo de Dios", sino que hay que elegir el camino del servicio.
La reflexión del Papa en la homilía de la misa en Casa Santa Marta parte del pasaje del evangelio en el que Jesús dice a los Doce que si uno quiere ser el primero está llamado a hacerse el último y servidor de todos.
Jesús sabía que por el camino habían discutido entre ellos sobre quién era el más grande, "por ambición ".
Esta pelea diciendo "yo tengo que ir por delante, yo tengo que subir", explica el Papa, es el espíritu del mundo.
Pero también la primera lectura del día (St 4,1-10) recalca este aspecto, cuando el apóstol Santiago recuerda que el amor por el mundo es enemigo de Dios.
Este ansia de mundanalidad, este ansia de ser más importante que los demás y decir: “¡No! Yo lo merezco, ese no lo merece”.
Esto es mundanalidad, este es el espíritu del mundo, y el que respira este espíritu, respira la enemistad de Dios.
Jesús en otro pasaje dice a los discípulos: “O están conmigo o están contra mí”. No hay compromisos en el Evangelio.
Y cuando uno quiere vivir el Evangelio haciendo compromisos, al final se encuentra con el espíritu mundano, que siempre quiere hacer compromisos para trepar más, para dominar, para ser más grande.
La envidia es un gusano que empuja a destruir
Muchas guerras y muchas peleas vienen de los deseos mundanos, de las pasiones, subraya el Papa, volviendo a las palabras de Santiago.
Es verdad que "hoy todo el mundo está sembrado de guerras. Pero ¿y las guerras que hay entre nosotros? Como la que había entre los apóstoles: ¿quién es el más importante?".
"Miren la carrera que he hecho, ahora no puedo echarme atrás". Este es el espíritu del mundo, y no es cristiano. “¡No! ¡Me toca a mí! Tengo que ganar más para tener más dinero y más poder”. Este es el espíritu del mundo.
Y después, la maldad de las murmuraciones: el chisme. ¿De dónde viene? De la envidia. El gran envidioso es el diablo, lo sabemos, lo dice la Biblia.
Por envidia. Por la envidia del diablo entra el mal en el mundo. La envidia es un gusano que te empuja a destruir, a hablar mal, a anular al otro.
El más grande en la Iglesia es el que sirve
En el diálogo de los discípulos estaban todas estas pasiones y por esto Jesús les riñe y les exhorta a hacerse servidores de todos y a tomar el último lugar.
¿Quién es el más importante en la Iglesia? ¿El Papa, los obispos, los monseñores, los cardinales, los párrocos de las parroquias más bonitas, los presidentes de las asociaciones laicales?
¡No! El más grande en la Iglesia es el que se hace servidor de todos, el que sirve a todos, no el que tiene más títulos.
Y para dar a entender esto, tomó a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo con ternura –porque Jesús hablaba con ternura, tenía mucha– les dijo: “El que acoge a un niño, me acoge a mí”, es decir, el que acoge al más humilde, al más servidor.
Este es el camino. El camino contra el espíritu del mundo es solo uno: la humildad. Servir a los demás, elegir el último lugar, no trepar.
Por tanto, no hay que "negociar con el espíritu del mundo", no hay que decir: “Tengo derecho a este puesto, porque, miren la carrera que he hecho". La mundanalidad, de hecho, "es enemiga de Dios".
En cambio, hay que escuchar esta palabra "tan sabia" y alentadora que Jesús dice en el evangelio: “Si uno quiere ser el primero, hágase el último de todos, el servidor de todos".