¿Conoces a los siete primeros beatos de Colombia?
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Hace poco cuando estaba visitando un pequeño pueblo cerca de Medellín, descubrí a siete mártires nacidos acá en Colombia, de los que nadie conoce su historia.
Ellos se encuentran dentro del grupo de los 95 mártires hospitalarios de San Juan de Dios –una orden fundada en 1539 por Juan Ciudad Duarte, en Granada (España)–, que fueron ejecutados durante la guerra civil española en 1936.
Casi nadie lo sabe, pero ellos son los primeros beatos del país.
Juan Bautista Velásquez Peláez, Esteban Maya Gutiérrez, Melquiades Ramírez Zuluaga, Eugenio Ramírez Salazar, Rubén de Jesús López Aguilar, Arturo Ayala Niño y Gaspar Páez Perdomo, fueron beatificados por el papa Juan Pablo II, el 25 de octubre de 1992, en el grupo de los primeros 71 mártires. En el 2013, el papa Francisco beatificó a los 24 restantes.
Los jóvenes colombianos fueron a trabajar al sanatorio Ciempozuelos, cercano a Madrid, y de allí, cuando explotó la Guerra Civil, les concedieron un salvoconducto para que pudieran salir de España.
Pero durante el trayecto de Madrid a Barcelona, fueron arrestados, fusilados y enterrados en una fosa común, en el cementerio de Montjuic en Barcelona.
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Los religiosos pertenecían a familias campesinas católicas de diversas regiones de Colombia. Habían ingresado a la Orden Hospitalaria con la intención de dedicarse a las labores de enfermería y fueron enviados a España para continuar sus estudios.
Así eran:
En julio de 1936 con el estallido de la revolución, el terror se apoderó en Ciempozuelos. Los militares cercaron un perímetro alrededor del hospital mental donde ellos trabajaban con el fin de que ninguno de los religiosos escapara.
El 31 de julio el gobierno de Madrid incautó el local y el Ayuntamiento de Ciempozuelos dispuso la suspensión del culto y todo símbolo religioso, aunque permitieron que los hospitalarios continuaran con la atención de los enfermos.
En cuanto a los colombianos, sus superiores hicieron todo lo posible para que fueran trasladados a su patria natal. Tramitaron con la embajada de Colombia en Madrid unas garantías diplomáticas para que pudieran salir de España. Los religiosos salieron el 7 de agosto desde la estación del tren de Madrid hacia Barcelona.
Antes de llegar a su destino, fueron arrestados y encarcelados. El cónsul se quejó de lo sucedido, pero no pudo hacer nada. La madrugada del 9 de agosto los jóvenes fueron asesinados a tiros por los milicianos.
El martirio es algo inusitado en el alma de quien conoce a Dios. Pasa por ese instante en que eres obligado a que Dios sea totalmente claro, y en ese fugaz espacio de tiempo, elijas libremente pasar de la oscuridad, la miseria, la calumnia y la muerte cruenta entre los más atroces tormentos; a la luz de la vida plena y anhelada junto al Señor resucitado.
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En el fondo ser mártir es ser hombre. Ellos, como nosotros, tienen que aceptar el riesgo de la eternidad, y el centro de ese riesgo, es la muerte. Lo único que nos diferencia es el tiempo que se nos concede para aceptarla. Y como nos dice Martín Descalzo:
“¿Cómo cruzarla sin que todo en el interior se ponga en pie y se subleve ante la gran jugada? ¿No tiembla y goza, al mismo tiempo, el atleta en el momento de batir un récord? ¿Cómo -por hermosos que sean los paisajes celestes- no sentir que algo se quiebra al perder este querido sol, las nubes y los montes en que anidó nuestra alma?”.
El martirio de estos siete jóvenes nos pone ante una gran cuestión: lo grave no es morir, sino morir inútilmente, y más importante aún, la cuestión es cómo vivir para que todo haya valido la pena.
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