Lo dijo el Pontífice también ante Kristalina Georgieva, titular del Fondo Monetario Internacional y citó a Juan Pablo II sobre “las exigencias morales” del pago de la deuda externa de los países más pobres. “Un mundo rico y una economía vibrante pueden y deben acabar con la pobreza”, dijo el papa Francisco este miércoles en la tarde, 5 de febrero de 2020, durante un seminario de economía en el Vaticano.
“El mundo es rico y, sin embargo, los pobres aumentan a nuestro alrededor. Según informes oficiales el ingreso mundial de este año será de casi 12,000 dólares por cápita”.
“Sin embargo, – agregó- se calcula que aproximadamente cinco millones de niños menores de 5 años este año morirán a causa de la pobreza. Otros 260 millones carecerán de educación debido a falta de recursos, las guerras y las migraciones”.
Además, consideró “se trata de problemas solucionables y no de ausencia de recursos”. Y remarcó: “No estamos condenados a la iniquidad universal”.
Lo dijo también ante Kristalina Georgieva, titular del Fondo Monetario Internacional, huésped, entre otros participantes del workshop: “Nuevas formas de fraternidad solidaria, de inclusión e innovación”, organizado por la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales.
Las palabras del pontífice marcan la ruta del ‘Davos franciscano’ que se está organizando en marzo en Asís, Italia, y el legado de la agenda del pontificado en materia económica para acabar con la llamada “economía que mata” y la “cultura de la indiferencia”.
Francisco habló de una “co-responsabilidad inspiradora y esperanzadora para crear un clima de fraternidad y de renovada confianza que abrace en conjunto la búsqueda de soluciones innovadoras y humanizantes”.
Y menos aún existe una racionalidad económica que suponga que la persona humana es simplemente una acumuladora de beneficios individuales ajenos a su condición de ser social.
El Pontífice además comentó el problema de la deuda externa que los países emergentes deberían pagar, sin llegar a injusticias. En este sentido, citó a san Juan Pablo II:
“Las exigencias morales de San Juan Pablo II en 1991 resultan asombrosamente actuales hoy: “Es ciertamente justo el principio de que las deudas deben ser pagadas. No es lícito, en cambio, exigir o pretender su pago cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras.
No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables. En estos casos es necesario —como, por lo demás, está ocurriendo en parte— encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda, compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso” (Centesimus Annus, § 35)”.
De esta manera, el Papa aprovechó su discurso de hoy para construir puentes “que favorezcan el desarrollo de una mirada solidaria desde los bancos, las finanzas, los gobiernos y las decisiones económicas”.
“Necesitamos de muchas voces capaces de pensar, desde una perspectiva poliédrica, las diversas dimensiones de un problema global que afecta a nuestros pueblos y a nuestras democracias”, afirmó.