Homilía hoy en Casa Santa Marta
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
“¡Hijo mío, Absalón! ¡Hubiera muerto yo en tu lugar!” Es el grito de angustia de David, en lágrimas, a la noticia de la muerte de su hijo. La primera lectura de la liturgia del día, tomada del segundo libro de Samuel, describe el final de la larga batalla de Absalón contra su propio padre, el rey David, para sustituirle en el trono.
El Papa Francisco resume el relato bíblico, afirma que David sufría por esa guerra que su hijo, Absalón, le había declarado, convenciendo al pueblo de que luchara a su lado, hasta el punto de que David tuvo que huir de Jerusalén para salvar su vida.
“Descalzo, la cabeza cubierta, insultado por algunos – afirma Francisco – , otros le tiraban piedras, porque el pueblo estaba con este hijo que les había engañado, había seducido el corazón de la gente con promesas”.
El llanto de David muestra el corazón de Dios
El pasaje de hoy muestra a David en espera de noticias del frente, y la llegada de un mensajero que le advierte: Absalón ha muerto en batalla. Ante la noticia, David se conmueve con un gemido, llora y dice: “¡Hijo mío Absalón! ¡Hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Hubiera muerto yo en tu lugar!”. Los que están con él se sorprenden de esta reacción.
¿Por qué lloras? Él estaba contra ti, renegó de ti, renegó de tu paternidad, te insultó, te persiguió, ¡en vez de eso haz fiesta, porque has vencido!”. Pero David solo dice: “Hijo mío, hijo mío, hijo mío”, y lloraba.
Este llanto de David es un hecho histórico, pero es también una profecía. Nos hace ver el corazón de Dios, lo que hace el Señor cuando nos alejamos de Él, lo que hace el Señor cuando nos destruimos a nosotros mismos con el pecado, desorientados, perdidos. El Señor es padre y nunca reniega de esta paternidad: “Hijo mío, hijo mío”.
El Papa Francisco prosigue diciendo encontramos ese llanto de Dios cuando vamos a confesar nuestros pecados, porque no es como “ir a la tintorería” a quitar una mancha, sino que es “ir al padre que llora por mí, porque es padre”.
Dios nunca reniega de su paternidad
La frase de David: “¡Hubiera muerto yo en tu lugar, Absalón, hijo mío” es profética, afirma Francisco, y en Dios “se hace realidad”.
Es tan grande el amor de padre que Dios tiene por nosotros que ha muerto en nuestro lugar. Se hizo hombre y murió por nosotros. Cuando miremos al crucificado, pensemos en este “Habría muerto yo en tu lugar”. Y escuchemos la voz del padre que en el hijo nos dice: “Hijo mío, hijo mío”. Dios no reniega de los hijos, no negocia su paternidad.
El amor de Dios llega hasta el límite extremo. El que está en la cruz, afirma el Papa Francisco, es Dios, el Hijo del Padre, enviado para dar la vida por nosotros.
Nos hará bien en los momentos malos de nuestra vida – todos los tenemos – momentos de pecado, momentos de alejamiento de Dios, escuchar esta voz en el corazón: “Hijo mío, hija mía, ¿qué estás haciendo? No te suicides, por favor. Yo he muerto por ti.
Jesús, recuerda el Papa, lloró mirando a Jerusalén. Jesús llora “porque no dejamos que Él nos ame”. Concluye por tanto con una invitación: “En el momento de la tentación, en el momento del pecado, en el momento en que nos alejamos de Dios, busquemos escuchar esta voz: ‘Hijo mío, hija mía, ¿por qué?’ ”.