Homilía hoy en Casa Santa Marta
Ser cristianos, sacerdotes u obispos es un don gratuito del Señor. No se compra. Y la santidad consiste precisamente en “custodiar” este don recibido gratuitamente y no por mérito nuestro. Lo recuerda esta mañana el Papa en la homilía de la Misa en Casa Santa Marta. Su reflexión parte del Salmo responsorial (Salmo 88) y de la Primera Lectura (1Sam 16,1-13°) de la Liturgia del día.
El Salmo 88 recuerda la elección de David como rey de Israel, después de que el Señor rechazara a Saúl por no haber obedecido. En la Primera Lectura, el Señor envía a Samuel a ungir como rey a uno de los hijos de Jesé el belenita.
La unción indica la elección de Dios y se usa también hoy para consagrar a sacerdotes y obispos. También nosotros cristianos en el bautismo somos ungidos con óleo, recuerda el Papa. Dios invita a Samuel a no detenerse en el aspecto físico porque, afirma, “no cuenta lo que ve el hombre: de hecho, el hombre ve la apariencia, pero el Señor ve el corazón”.
El Papa recorre los acontecimientos vividos en ese momento: los hermanos de David combatían contra los filisteos para defender el reino de Israel, “tenían méritos”, pero el Señor eligió al último de ellos. “Un muchacho inquieto”, que cuando podía iba a ver cómo luchaban sus hermanos contra los filisteos, pero que le volvían a mandar a cuidar el rebaño.
Así que llamaron a David, que era esbelto y de buena presencia. Y el Señor dijo a Samuel que le ungiera y “el Espíritu del Señor estuvo con David de ese día en adelante”.
La gratuidad de la elección de Dios
Un hecho que hace reflexionar, y que impulsa a preguntarse cómo el Señor eligió a un chico normal, que quizás “hacía chiquilladas, como todos los muchachos”, no era un chico beato, “que rezaba todos los días”, tenía siete hermanos que “tenían más méritos que él”.
Y sin embargo – subraya el Papa – fue elegido el más pequeño, “el más limitado, el que no tenía títulos, no tenía nada”, no había luchado en la guerra. Esto nos hace ver “la gratuidad de la elección de Dios”.
Cuando Dios elige, hace ver su libertad y su gratuidad. Pensemos a todos los que estamos aquí: ¿Cómo el Señor nos eligió a nosotros? “No, porque somos de familia cristiana, de cultura cristiana…”. No. Muchos de familia cristiana y de cultura cristiana rechazan al Señor, no quieren.
¿Cómo es que estamos aquí, elegidos por el Señor? Gratuitamente, sin mérito alguno, gratuitamente. El Señor nos ha elegido gratuitamente. Nosotros no hemos pagado nada para ser cristianos. Nosotros, sacerdotes, obispos, no hemos pagado nada para ser sacerdotes y obispos – creo yo, ¿no?
Porque los hay, sí, los que quieren avanzar en la llamada carrera eclesiástica, que se comportan de manera simoníaca, buscan influencias para estar aquí o allí… los trepas. No, esto no es cristiano. Ser cristiano, ser bautizado, ser ordenado sacerdotes y obispos es pura gratuidad. Los dones del Señor no se compran.
Custodiar el don
La unción del Espíritu Santo es gratuita. “Nosotros, ¿qué podemos hacer?”, se pregunta el Papa. “Ser santos”, y la santidad cristiana es “custodiar el don, nada más”, comportándose de manera tal “que el Señor permanezca siempre”, El que hace el don, y que yo no haga de él “un mérito mío”.
En la vida ordinaria, en las empresas, en el trabajo, muchas veces para tener un puesto más alto se habla a este funcionario, se habla a este gobernante, se habla a este de aquí…, para “dile al jefe que me suba…”. No es don; es trepar.
Pero ser cristiano, ser sacerdote, ser obispo es solo un don. Y así se entiende nuestra actitud de humildad, lo que debemos tener: sin mérito alguno. Nosotros sólo debemos custodiar este don, que no se pierda. Todos somos ungidos por la elección del Señor; debemos custodiar esta unción que nos ha hecho cristianos, nos ha hecho sacerdotes, nos ha hecho obispos.
Esta es la santidad. Lo demás no sirve. La humildad de custodiar. Y así, el don. ¿Cuál es el gran don de Dios? ¡El Espíritu Santo! Cuando el Señor nos ha elegido, nos ha dado el Espíritu Santo. Y esto es pura gracia, es pura gracia. Sin mérito nuestro.