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La llegada de los migrantes pone muchas preguntas y suscita polémicas: los pasos del magisterio eclesial que subrayan los derechos de las personas migrantes pero también su deber de “respetar con reconocimiento el patrimonio material y espiritual del país que lo recibe, respetar sus leyes, y contribuir con sus responsabilidades”
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Se habla mucho de acogida a los migrantes. El Papa reafirma a menudo la necesidad de ayudar a las personas en una situación de necesidad y tener una actitud caritativa hacia quien huye de situaciones de pobreza, hambre, guerra.
Al mismo tiempo, existe el riesgo de que la acogida indiscriminada cree situaciones difíciles de gestionar, y empuje a un número cada vez mayor de personas a dejar su tierra, con todos los riesgos que de ello derivan. ¿Qué dice la doctrina de la Iglesia?
Responde don Leonardo Salutati, profesor de Teología moral.
La enseñanza de la Doctrina social de la Iglesia sobre la inmigración es inevitablemente compleja. El problema es complejo.
Se basa en pronunciamientos que empiezan con la Constitución ApostólicaExsul familia (1952) de Pío XII.
El papa Francisco al tratar el tema hace referencia a esta enseñanza que Caritas in veritate de Benedicto XVI resume eficazmente.
Los derechos fundamentales permanecen siempre
Un primer aspecto que hay que tener presente consiste en la salvaguarda de los “derechos de las personas y las familias emigrantes” (CV 62), pues quien se ve obligado a dejar su país tiene derecho a que se le reconozcan sus “derechos fundamentales inalienables“.
Entre esos derechos, como recuerda también Gaudium et spes en el número 65, precisamente está el derecho de cada individuo a emigrar con la facultad de cada uno para establecerse donde crea más oportuno para una mejor realización de sus capacidades y aspiraciones y sus proyectos (artículos 13-15, Declaración universal de los derechos del hombre, 1948).
Al mismo tiempo deben considerarse los derechos “de las sociedades de destino de los mismos inmigrantes” (Caritas in veritate 62) en este sentido:
“La regulación de los flujos migratorios según criterios de equidad y de equilibrio es una de las condiciones indispensables para conseguir que la inserción se realice con las garantías que exige la dignidad de la persona humana. Los inmigrantes deben ser recibidos en cuanto personas y ayudados, junto con sus familias, a integrarse en la vida social” (Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, 298).
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También deberes
Caridad, justicia, realismo
Hay pocas pistas que, sin embargo, permiten captar la complejidad de la cuestión de la inmigración que se articula en varias dimensiones. El papa Francisco, entrevistado en 2016 por el diario francés La Croix, lo resume así:
“El problema inicial son las guerras en Oriente Medio y en África y el subdesarrollo del continente africano, que provoca el hambre. Si hay guerras es porque hay fabricantes de armas (…) y sobre todo traficantes de armas. Si hay tanto desempleo es por la falta de inversiones que creen trabajo, que África tanto necesita. Esto plantea en un sentido más amplio la cuestión de un sistema económico mundial que ha caído en la idolatría del dinero. (…) Un mercado completamente libre no está funcionando. (…) Volviendo a los migrantes, la peor bienvenida es guetizarlos cuando, por el contrario, es necesario integrarlos. En Bruselas, los terroristas eran belgas, hijos de migrantes, pero provenían de un gueto. (…) Esto muestra a Europa la importancia de recuperar su capacidad de integración“.
Por lo tanto, la cuestión migratoria, para un cristiano, debe mirarse con una óptica de caridad, y para todos con justicia y realismo conjuntamente si no se quiere caer en simplificaciones o en eslóganes con un efecto poco útil para una oportuna solución del problema.
En ese sentido, la Doctrina social de la Iglesia se revela como un indudable punto de referencia para todos.
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