Reflexión para cuándo alguien o algo esté a punto de sacarnos de quicio, exasperarnos o irritarnos Perder la paciencia es humano. Esto queda claro después de lo ocurrido la noche de San Silvestre, cuando saludando a los fieles en Plaza de San Pedro, Papa Francisco reaccionó dando tres palmadas en la mano a una mujer de rasgos asiáticos que lo agarró bruscamente de la mano y le empujó hacia ella.
Sin contar que una caída para su ciática hubiera sido fatal y con discreción, el Papa de 82 años, en el primer Ángelus del año, luego se disculpó por el gesto diciendo: “También yo pierdo la paciencia”.
La paciencia es una facultad, es un tesoro escondido, es casi un músculo que va ejercitado. Con un poco de humor, también en línea con Francisco, existen personas que la piden: “¡Señor dame paciencia, dame paciencia, dame paciencia, pero ya, súbito!”.
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De hecho, la palabra paciencia describe la capacidad de una persona para soportar o tolerar una determinada situación sin experimentar nerviosismo o perder la calma. Es un aprendizaje que dura toda la vida, no se produce de pronto.
Del Papa se pretende más que de otros líderes, sin embargo, lo que los medios de comunicación poco señalaron fue su capacidad de pedir disculpas a la fiel en público, dando ejemplo en primera persona. Sin duda, Francisco es un papa que busca con sus gestos acercarse a la gente, no alejarla: toma mate, abraza, besa, bendice acaricia, encuentra, bromea con ellas.
“El amor nos hace pacientes. Tantas veces perdemos la paciencia”, dijo reconociendo su “mal ejemplo”. El problema no es perder la paciencia, que es humano, sino quedarse en el error, no enmendar, salirse del camino y caer en la resignación donde se anida el mal.
Ahí está la parte divina que vive dentro de cada persona, pero qué es una búsqueda. Lo que tenemos de humano y frágil es compensado por la gracia del perdón, la compasión, la coherencia y la valentía de la enmienda. Hay que intentar elegir la paciencia en el instante más ingrato para acercarnos a Dios.
Francisco mismo lo recuerda: “Lo que hace al hombre impuro, de hecho, no viene de fuera, sino sólo de dentro, del corazón (cf. Mc 7, 21). Jesús lo dice claramente” (16.10.2019). Un corazón que sabe pedir disculpas está en sintonía con la compasión divina.
En términos más profanos, la paciencia que no es ilimitada, la podemos perder todos. Entonces, se necesita fortalecer el corazón para salir del hartazgo y no llegar al punto de la alteración, no soportar la realidad y la tensión. Pero, ¿qué sucede cuando encontramos a alguien que con su comportamiento amenaza de acabar con nuestra paciencia?
A continuación, algunas claves para practicar en el caso alguien esté cerca a hacernos perder la calma y la paz. Obviamente, no se trata de una receta y si, hasta el Papa pierde la paciencia, hay que volver a intentarlo, una y otra vez:
- Para comprender el valor de la paciencia hay que ponerse en los zapatos del otro y probar compasión. Entonces, hay que preguntarse si la persona que nos ofendió lo hizo adrede, si busca con ello una reacción o, si, en cambio, es fruto de un accidente. “La compasión involucra, viene del corazón y te lleva a hacer algo. Compasión es ‘padecer con’, tomar el sufrimiento del otro sobre sí mismo para resolverlo, para sanarlo. Y esta fue la misión de Jesús” (Santa Marta 16.01.2020).
- Hay que reflexionar si abrazando ese sentimiento causamos más daño o dejamos que la rabia se apodere de nosotros. Cierto, perder la paciencia es casi un reflejo, una cuestión de instantes, en italiano, se dice: ‘Se me subió la sangre al cerebro’. Es decir, soy yo quien debo controlar la cólera y la frustración, no el otro. “Paciencia significa ‘llevar consigo’ y no encomendar a otro que lleve el problema, que lleve la dificultad: ‘La llevo yo, ésta es mi dificultad, es mi problema. ¿Me hace sufrir? ¡Ciertamente! Pero lo llevo’”, enseñó Francisco (12.02.2018 Homilía, Santa Marta).
- Evaluar que es lo que no logramos tolerar en el comportamiento de esa persona y buscar la verdadera razón por la que esa situación puede producir un brote de violencia, resignación o alejamiento. Los hechos, evaluados a frío, muchas veces, no son la causa real del problema de la falta de paciencia. Francisco dice: “la paciencia es la sabiduría de saber dialogar con el límite. Hay tantos límites en la vida, pero el impaciente no los quiere, los ignora porque no sabe dialogar con los límites. Hay alguna fantasía de omnipotencia o de pereza, no sabemos… Pero no sabe”. Entonces, hay que ser consciente del propio límite y actuar sobre la verdadera causa del hartazgo.
- “El tiempo es superior al espacio (EG 22)”, dice el Papa. Efectivamente, hay que dar tiempo también a la otra personas de entender el mal causado o la equivocación que ha provocado. Actuar con rabia contra esa persona no soluciona las cosas…dar el tiempo para que las aguas se calmen y luego, esperar que esa personas pueda discernir. La grata sorpresa, podría ser que ella enmiende o rectifique. Los niños pequeños cuando hacen caer el jarrón y escuchan el estruendo y ya se asustan solos; si se les grita encima, se les cohibe de aprender de sus errores. Francisco enseña que Dios tiene mucha paciencia y espera: “Si miramos la historia de la Salvación podemos ver la paciencia de Dios, nuestro Padre”…Y paciencia “es también aquella que el Padre tiene con “cada uno de nosotros”, “acompañándonos” y “esperando nuestros tiempos” (12.02.2018 Homilía, Santa Marta).
- La cólera pasa, mejor pensar al después; qué pasará si cometemos algo más grave. Después del enojo queda la persona y las relaciones con ella. Pablo dice, especialmente una frase muy usada para los matrimonios que pelean: “Si se enojan, no cometan el pecado de dejar que el enojo les dure todo el día.” (Efesios 4:26). Ese brote de rabia pasará, lo importante es proyectarse en una actitud de paciencia y amor por el otro que trascienda ese momento de impaciencia o desamor. “Tantas veces somos impacientes: cuando una cosa no va, regañamos… ‘Pero detente un poco’, piensa en la paciencia de Dios Padre, entra en paciencia como Jesús’”, enseña Francisco (12.02.2018 Homilía, Santa Marta).
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